Estaba buscando la forma de comenzar esta reseña cuando me topé con un reciente artículo sobre las riot grrrl, un movimiento del que, a pesar de considerarme bastante fan del punk en general y de Sleater-Kinney en particular, una de mis bandas favoritas, conozco relativamente poco. En él se menciona a estas, como es lógico, revitalizadoras de una escena que languidecía a mediados de los 90. Y, al final del artículo, el nuevo estandarte: los pitchfork-approved Perfect Pussy (a pesar de que su cantante es el único integrante femenino), cuyo álbum de debut no está del todo mal, pero en directo el contraste es, en mi opinión, bastante triste. No es por ser abuelo cebolleta, aquella época dorada me pilló demasiado lejos y demasiado joven, pero cualquier vídeo pasado de Sleater-Kinney deja en evidencia a sus supuestos/as heredero/as. Echadle un ojo a esto y juzgad vosotros mismos. Ni tatuajes, ni pose, ni chorradas. Pura estaca musical directa al corazón.
Todo esto viene a cuento porque, en una entrevista de hace unos días, las de Olympia, Washington, afirmaban que habían vuelto porque sentían que su antorcha no la había recogido nadie, y nada del rock’n’roll femenino y feminista actual les convencía demasiado. Para los novatos en el tema, Carrie Brownstein, Corin Tucker y Janet Weiss aparcaron en 2006 su carrera para dedicarse a otros menesteres (la excelente serie «Portlandia«, creada por Brownstein con Fred Armisen ya va por su quinta temporada), dejando para el final, eso sí, su obra magna: “The Woods” (Sub Pop, 2006) es, simplemente, espectacular. Por aquel entonces, Sleater-Kinney ya habían empezado a ser un poco menos riot, un poco menos grrrl, pero su despedida no podía acabar con más furia y poderío. Una auténtica montaña rusa que pasaba como una exhalación por todos los rincones del rock puro y duro: desde Led Zeppelin a Pixies. Y, ahora, tras su largo hiato, muchos nos preguntábamos con qué nos saldrían: ¿Su vena más experimental? ¿la más punk? ¿la más pop? Y la respuesta es todas ellas, y a la vez ninguna. “No Cities To Love” (Sub Pop, 2015) es especial porque recoge la esencia de todo lo que han sido y son el trío norteamericano.
Vale, no hay un “Jumpers” (el mejor tema que han hecho nunca), ni un “Turn It On” (dos minutos y medio de perfección punk)… no hay nada nuevo aquí. Lo que sí que hay es una más que sólida lista de canciones que vuelve a ponerlas en órbita. Aquellos que no las conocían podrán usar este dico a forma de compuerta para aventurarse en su extenso catálogo. Los fans de toda la vida se quedarán con (otro más) un disco fantástico que las vuelve a reafirmar como infravalorados mitos de nuestro tiempo. Para ellos, los fans, “No Cities To Love” puede llegar a ser incluso emocionante: por cómo estas chicas siguen haciendo a los cuarenta temazos como “Price Tag” o “Bury Our Friends”, con esa frescura y fuerza que tanto quisieran muchas jóvenas de ahora. Y qué decir de “No Cities To Love” y su entrañable videoclip, cuyo estribillo es lo más pegadizo que han creado en su carrera. Bien (¿o mal?) mirado, es un pequeño milagro. Aunque los que las conocemos bien, tampoco esperábamos menos.
O quizá esperábamos más, en realidad. Su último trabajo había dejado tan buen sabor de boca que algunos estábamos expectantes por ver en qué desconocidos territorios se volverían a adentrar, machete en mano, en busca de nuevos horizontes. Era mucho pedir. Sleater-Kinney no nos tienen que demostrar nada. Con hacer esto era suficiente; y lo es. Por trayectoria, longevidad y capacidad de reinventarse sin perder su esencia figuran, en mi opinión, solo junto a Fugazi, como la banda más importante del punk-rock americano del último cuarto de siglo. Por fin ha llegado el momento de tomarlas en serio de verdad y ponerlas en el lugar que se merecen: en el Olimpo de la música.