En sus últimos álbumes, Björk había mostrado su cara más ambiciosa. Desde la vocación universal de “Volta” (One Little Indian, 2007) hasta la experimentación tecno-natural de “Biophilia” (One Little Indian, 2013), la diva islandesa parecía dispuesta a dirigir su carrera por caminos que la llevaran más allá de la música. Por eso, al escuchar los primeros compases de “Stonemilket”, el maravilloso tema que abre “Vulnicura” (One Little Indian, 2015), la sorpresa no puede ser mayor: nos encontramos ante una vertiente de Björk melódica e intimista, como hacía tiempo que no escuchábamos.
Para entender este cambio de rumbo, es imprescindible tener en cuenta la agridulce fuente de inspiración de “Vulnicura”, que no es otra que su ruptura con el artista Matthew Barney. Una separación que en el disco se nos relata con todo lujo de detalles y que le sirve para despertar sentimientos nostálgicos, casi adolescentes. El resultado es un compendio de canciones muy personales, con letras y melodías llenas de melancolía.
Tal vez precisamente por tratarse de un álbum que nos habla acerca de la propia Björk, en “Vulnicura” encontramos todos los viajes sonoros que ha realizado a lo largo de su larga trayectoria. Así, la presencia de instrumentos de cuerda nos transporta a “Homogenic” (One Little Indian, 1997), los juegos vocales, a “Medúlla” (One Little Indian, 2004), mientras que el carácter íntimo prevaleciente en todo el álbum recuerda a “Vespertine” (One Little Indian, 2001).
La mayor grandeza de “Vulnicura”, sin embargo, reside en la capacidad de transformar sus propias referencias en algo completamente nuevo, profundo y reflexivo. Aquí no hay rastro de esa Björk resplandeciente que nos deleita con sus notas imposibles de alcanzar: se trata de una versión más recogida, en la que todo parece estar a punto de estallar por los aires sin que nunca suceda. Un tono grave y solemne, que se debe en gran parte gracias al trabajo que han realizado, junto a ella, los músicos y productores Arca y The Haxan Cloak.
Hay una canción que resume a la perfección la naturaleza del disco en su globalidad: “Black Lake”. Diez minutos dolorosos, sinceros y preciosos, en los que la voz de Björk parece romperse. De hecho, en esta reveladora entrevista concedida a Pitchfork (y que debería acompañar cada copia del álbum), la misma artista afirma que a día de hoy todavía le cuesta escuchar este tema en concreto. Y no nos debería extrañar.
Pero no todo son lágrimas. En “Vulnicura” hay lugar para la experimentación de “Family”, para los ritmos acelerados de “Mouth Mantra” e incluso para que Antony Hegarty vuelva a colaborar con ella en la siempre creciente “Atom Dance”. Y es que hay quien podría decir que “Vulnicura” es un simple melodrama visto por Björk. Y no: también es una historia de lucha y de superación, de las que no aparecen en los libros de autoayuda. Porque quizás el fin de una relación sentimental es la mejor excusa para reivindicarse a uno mismo.