DE POEMAS QUE HACEN EL NIDO
Imagina abrir un libro y que venga la hojarasca, el cieno y el aullido. Piensa que al pasar sus páginas de repente oyes correr a la cierva, de lejos murmura el desierto, tocas la herida y descubres al ave, al aguijón de color púrpura, a la luz, a la pluma.
Alzar el vuelo, dar nombre al animal, escribir. Partir del dolor y de la linde, beber de la sangre y de la savia, ser célula y rama, volver de nuevo a escribir. Raúl Morales es pájaro y nido. Es el poeta que forma parte del ciclo natural del agua y del bosque de su libro, es hermano y padre de los animales que habitan en él. Amamanta a todos los árboles que sangran, cae pero vuela, es la mano que escribe, la mano que late, la mano que canta.
«Pájaro Visitador» (editado por El Gaviero) no es un libro cualquiera de poemas. Un animal siempre en vuelo pero que nació de la tierra. Una especie de duelo para todos los que caen, para los que vuelven a renacer. Aquí siempre la ternura y el nido, el cazador tras la presa, el guijarro y la sangre. Aquí la escritura traspasa el tallo, se calca en la carne. Porque este libro es una herida infinita, trasparente, necesaria. Médula, palabra, luz y temblor. [María Mercromina]
*
en sus cuatro pasos, respira mal la pérdida, anida en el
tuétano, cubre del guerrero la cota jacerina, el pico, tórnase
láudano, pues ni el frío la escarcha en las plumas, su aceite,
lo que ya no olvidamos, ni al volar
*
para vibrar como rey,
siente la turba de los huesos,
mira a su estirpe, sus muertes,
perseguidores y víctimas,
los desentierra
antes de abrir linde,
quitar la broza bosque adelante, sin
rastro de la culpa en las células,
la luz toda del dáimon,
su vasija llena de semen,
raíces doradas, plata nueva,
el pálpito del hijo
*
vacía, cielo, abre, saja con el pico, herida y estrellas, todo
mundo y, en la libertad del éter, elige latitud y longitud, elige
ya camino, mora