Primero fue la fiebre de las autobiografías gráficas en formato destartalado; de hecho, incluso hoy colea la sensación de que un par de trazos infantiloides y muchas ganas de dejar tu alma al desnudo y tus vivencias al descubierto ya te convierten en potencial autor de cómics . Para esa tendencia sólo podía existir una coda posible: apartar la vista del ombligo propio para empujarla un poquito más allá… al ombligo de la familia. Obras tan sublimes como «Fun Home» u «Ombligo sin Fondo» (por mucho que Dash Shaw nunca aclare del todo si realmente es un relato autobiográfico) demostraron que el onanismo autoral comiquero también podía ser fructífero. Ahora, el primer volumen de «Psiquiátrico» de Lisa Mandel, subtitulado «El Frenopático» (y editado en nuestro país por Astiberri), da un paso de gigante al aunar lo más dulce del ombliguismo con lo más productivo del árbol familiar y, ojo, engalanarlo todo con la sincera función social no sólo de preservar la memoria colectiva, sino de incluso denunciar lo truculento de los psiquiátricos de los años 60 en Francia.
Pero que nadie piense que eso de «denunciar» implica una postura militante y ceñuda por parte de Martel. De hecho, si algo distingue a esta primera entrega de «Psiquiátrico» es precisamente su capacidad para bañar la crudeza de lo explicado con el linimento curativo de la mirada de aquellos que explican la realidad de aquel tiempo. Y es que las viñetas de la autora se nutren de los recuerdos de sus familiares y periferias (la de la artista es una de esas genealogías sembradas de un mismo oficio: en este caso, enfermeros de psiquiatría) para hilvanar todo un conjunto de episodios mínimos que acaban glosando un catálogo que, en realidad, son muchos catálogos: de enfermedades psicológicas, de enfermos de todo tipo, de (mono)manías y filias diversas insertadas en la rutina como práctica consensuada… Pero, sobre todo, «El Frenopático» es un doble catálogo de dos absolutos. Por una parte, de la variedad de actitudes que adoptan los diferentes enfermeros sabiendo que su poder para cambiar las cosas dentro de la jerarquía del sistema sanitario es más bien nula: hay quien se aferra a la posibilidad de que el idealismo de mayo del 68 se extienda como una deseable pandemia hacia los estamentos más podridos del sistema, mientras que otros prefieren buscar el lado humano de algo tan inhumano como un edificio repleto de disfunciones psíquicas e introducir con calzador bromas e ironía en una coyuntura en el que la ambigüedad y la jarana siempre pueden desquiciarse. Por otro lado, más que un catálogo, este primer volumen de «Psiquiátrico» es una especie de Casa de los Horrores vista en perspectiva a través del cristal del paso del tiempo: con varias décadas por medio, los testigos de aquellas atrocidades son capaces de utilizar el humor como revulsivo.
Tampoco hay que quitar mérito a Mandel a la hora de ponderar perfectamente las cantidades de truculencia y humor que pone a cada lado de la balanza, consiguiendo un equilibrio perfecto (tanto en lo gráfico como en los propios sucesos) que hace pensar en la posibilidad de un Joann Sfar obligado a poner los pies en el suelo del mismo planeta que habitamos los demás mientras ciertas nubes de dulzura y humor siguen prendadas en su pelo; e incluso de un David B. que decide amputar todo su mundo onírico pero mantener intacta su capacidad para la disección quirúrgica y luminosa de enfermedades psiquiátricas. Con un trazo divertido y amable, la autora consigue, además, que en esta tela de araña de distorsión mental que es «El Frenopático» consigamos distinguir e incluso encariñarnos con los narradores a los que está dando voz. De hecho, esta entrega de «Psiquiátrico» acaba con un momento en el que en la psiquiatría francesa se abre una brecha tectónica que separará la «vieja» práctica de los nuevos métodos introducidos para renovar el sistema. Algunos de los enfermeros decidirán quedarse en el antiguo régimen, mientras que otros cogerán la maleta de su idealismo y partirán hacia terrenos desconocidos que acabaremos por descubrir en el segundo tomo en el que, más que seguro, Mandel seguirá impartiendo lecciones de cómo lo ombliguista y lo familiar no han de reñir con lo social y lo histórico.
[Raül De Tena]