Si creías que la ascensión de Nile Rodgers a lo ave Fénix se pararía después de lo de Daft Punk, lo llevas claro… Analizamos su pasado, presente y (sobre todo) futuro.
[dropcap]Q[/dropcap]uien haya adquirido el recién publicado último disco de Bryan Ferry, “Avonmore” (BMG, 2014), y leído sus créditos, habrá encontrado en ellos un nombre destacado: Nile Rodgers. Y se habrá preguntado no sin asombro: “¿también está aquí?”. Sí, el hombre que elevó el funk-disco al paraíso de los géneros musicales inmortales al frente de Chic, aparece como uno de los colaboradores de lujo en el decimoquinto trabajo del ex-Roxy Music, al que envuelve en un refrescante ritmo punteado en buena parte del repertorio. Pero aquí no se acaba el asunto, ya que a ello se une el hecho de que en su agenda como productor -su otra faceta estelar- aparece el futuro álbum de Duran Duran -al alimón con Mark Ronson, que a su vez ha seguido las enseñanzas del maestro en su nuevo single, “Uptown Funk”-, ratificando la teoría de que Rodgers, con 62 años cumplidos el pasado 19 de septiembre, es capaz de materializar el don de la ubicuidad a través de una hiperactividad comparable al trabajo desarrollado por los compositores de históricas factorías musicales como Motown o el Brill Building. Eso sí, nuestro hombre, pese a su filosofía laboral estajanovista, siempre ha huido de la fabricación en serie apelando en todo momento al lado chic (cómo no) y sofisticado de un modo de modelar e interpretar sus ideas que le ha permitido crear una seña de identidad personal e intransferible del que se han beneficiado las últimas temporadas, en mayor o menor medida, muchos y variados grupos y artistas: Etienne Daho, Rudimental, Disclosure, Sam Smith, Pharrel Williams, Avicii, Tensnake, Chase & Status, Kanye West, Sam Sparro, Nicky Romero o David Guetta.
Esta lista incluye tal multiplicidad de estilos que obliga a preguntarse hasta qué punto, sin cuestionar sus habilidades, Nile Rodgers puede domar cada sonido y adaptarse a él para obtener los resultados que desea la banda o solista que solicita sus servicios o le invita a acceder a su particular mundo. Basta con repasar su vasto currículum -en el que están registrados desde INXS a Peter Gabriel, pasando por Grace Jones, Earth Wind And Fire, Cyndi Lauper o ¡Marta Sánchez!- para comprobar que su mano se vuelve líquida para extenderse, amoldarse y cubrir con suavidad el estilo que corresponda. No es extraño, por tanto, que su sombra se haya alargado fácilmente sobre etiquetas contemporáneas teóricamente alejadas como el EDM, cuyo sector estadounidense ha proclamado a Rodgers como una de sus influencias fundamentales. Más allá de que se pueda tomar esta decisión como una boutade propia de estos tiempos locos del ‘todo vale’, habría que asumir esta conexión forzada como la última etapa del influjo de Rodgers y su banda nodriza en la música house y derivados, los cuales nuestro protagonista nunca ha considerado como la evolución del disco-funk primigenio, sino, directamente, como música disco.
Daft Punk seguro que están muy de acuerdo con esa afirmación: a ese género le deben un gran porcentaje de su esencia sonora, algunos de sus hits y el concepto global del LP “Random Access Memories” (Columbia, 2013), en el que su apoteósica alianza con Nile Rodgers superó la simple declaración de admiración hacia él mismo y Chic para transformarse en un proceso natural de retroalimentación gracias al cual los primeros recuperaron para la causa al segundo y este relanzó la carrera de los franceses cumpliendo uno de sus principales lemas: “Real music, no machines”. Regla que Daft Punk aplicaron a rajatabla en la elaboración del disco, con Rodgers interviniendo directamente como coescritor, arreglista y, por supuesto, guitarrista en varios cortes. La sublimación de todo el proceso se condensó en “Get Lucky”, éxito planetario en el que su sabia mano se aprecia en la melodía de bajo -como si el encargado del mismo, Nathan East, se hubiera transmutado en su difunto compañero de grupo y colega, Bernard Edwards-, en la manera de cantar de Pharrell Williams -sólo le faltó obligarle a disfrazarse de alguna de las féminas que prestaban su voz a Chic– y en sus ya míticos acordes de guitarra: su legendaria Hitmaker guitar -una Stratocaster de 1960- obró su enésimo milagro, fruto de un acuerdo que, quién sabe, el propio Nile cerró en su día con el diablo como el bluesman Robert Johnson en aquel cruce de caminos en Clarksdale.
El rotundo triunfo de “Get Lucky” coincidió durante el verano de 2013 con la mayor victoria personal de Rodgers: la superación de un cáncer de próstata diagnosticado a finales de 2010 que funcionó como el gran impulso para recuperar su fulgor de antaño y colocarse en un lugar privilegiado ante las nuevas generaciones. Había nacido así el Nile Rodgers 2.0. y también la posterior actualización de su banda, que ha reverdecido laureles gracias a su condición de grupo estrella en varios festivales de renombre -entre ellos en Sónar 2014, en los que superó el riesgo de caer en el mero tributo u homenaje- y shows televisivos en Estados Unidos y Gran Bretaña. Esta puesta al día de Chic daba sentido a la edición en 2011 de la autobiografía “Le Freak: An Upside Down Story Of Family, Disco And Destiny”, tras una etapa en la que tanto la formación como Rodgers habían realizado una prolongada travesía por el desierto durante buena parte de los 90 y primeros 2000, fases en las que la disco music entró en estado de hibernación debido al auge del género eléctrico-guitarrero (grunge, post-grunge, indie-rock, post-rock, brit-pop, neo new wave) y el reciclaje del electropop ochentero (electroclash), respectivamente. Sólo la explosión posterior del p-funk vía DFA y sus secuaces parecía querer recordar y perpetuar la brillantez pasada del disco-funk.
Antes de la llegada del siglo XXI, Rodgers había aparcado su faceta de músico grupal para centrarse en la fundación, en 1998, de su propio sello (Sumthing Else Music Works) y distribuidora (Sumthing Distribution), enfocados hacia un nicho de mercado que crecería exponencialmente con el paso de los años y del que Nile fue casi un pionero: la confección de scores para videojuegos. Una importante y a la vez curiosa anotación en su trayectoria artística simultánea a sus incursiones en la producción musical, tarea que a comienzos de los 90 labró con grandes resultados en trabajos de David Bowie, Ric Ocaseck o The B-52’s hasta que tropezó con una enorme piedra en su camino: Michael Jackson, con el que se metió en el estudio para dar forma al tema “Money”, incluido en “HIStory” (Epic / MJJ Productions, 1995) y que provocó que la breve pero intensa relación entre ambos genios fuera lo suficientemente conflictiva como para que Nile decidiera abrir un paréntesis temporal en su actividad. Incluso había llegado a pensar que el negocio discográfico era peligroso para él, cuando la música, en realidad, lo era todo en su vida.
[/nextpage][nextpage title=»Segunda Parte» ]Este trance se puede considerar uno de sus dos puntos más bajos vividos durante los 90. El otro, el fallecimiento en 1996 de su eterno compinche en Chic, el bajista Bernard Edwards, que le llevó a realizar una confesión que, después de haber vencido su enfermedad, tiene en perspectiva más significado que nunca: “Ha habido algo extrañamente irónico a lo largo de mi vida… Todos mis compañeros de banda originales han fallecido, cuando yo he sido el más salvaje e insensato de todos. Pero aquí sigo…”. Sí, las drogas, el alcohol, las juergas y el sexo a punto estuvieron de llevarlo al otro barrio, pero Nile sobrevivió y afrontó la marcha de su amigo, por un lado, renovando la imagen de los Chic modernos, vestidos de impoluto blanco en homenaje a Edwards, que yacía en su lecho de muerte ataviado de idéntico modo; y, por otro, impulsando al grupo hacia el siglo XXI culminando su brillante reactivación en 1992 gracias al álbum “Chic-ism” (WEA, 1992).
Hasta ese olímpico año, Nile Rodgers había vivido desde mitad de los 80 subido a una balanza en la que sus intentos de prosperar como músico en solitario no tuvieron ningún peso en comparación con su labor como productor, en la que fue, sin duda, su época de esplendor tras la mesa de mandos en los estudios. Los nombres para los que trabajó en esos años podrían llenar un salón de la fama por sí solos; y las obras resultantes definieron varios de los movimientos imperantes en aquel momento, pese a que él mismo siempre ha rechazado su (más que teórica) influencia: “Soy la última persona en el mundo que intentaría predecir una tendencia”. Pero la historia habla con claridad: en 1986 produjo “Notorious” (Capitol / EMI, 1986), un álbum fundamental para Duran Duran con el que la banda británica dio una vuelta de tuerca a su sonido apoyada en su hit-single titular, que desprende aroma Chic por sus cuatro costados. Un año antes, había probado el experimento de introducir a los rostros pálidos del pop y el rock anglosajón en el universo black del funk, el soul y el rhythm & blues al intervenir en la confección de la explosiva unión entre David Bowie y Mick Jagger en la ochentera versión de “Dancing In The Street” de Martha And The Vandellas; aunque, en 1983, ya había situado al Duque Blanco al frente de la vanguardia del funk de tez brillante ayudándole a esculpir “Let’s Dance” (EMI, 1983), uno de los discos más exitosos de su carrera y un buen ejemplo de conjunción entre sonidos funky clásicos y pop de etiqueta negra.
Entre medias, 1984 sería igualmente un año decisivo en la vida artística de Nile Rodgers, puesto que aparecería como demiurgo en la pecera de otro LP simbólico: “Like A Virgin” (Sire, 1984) de Madonna, en la que nuestro hombre se había fijado no sólo por su carisma, sino también por su “voz negra”, tal como la describió tras oírla cantar. El triunfo masivo del disco y el sencillo que le da nombre hizo que Nile se autoproclamara, a modo de bravuconada, el productor más grande del mundo (pop), incluso por encima de Quincy Jones, que había esculpido poco antes la obra magna de Michael Jackson, “Thriller” (Epic, 1982). Palabras mayores, aunque a Nile no le faltaba razón para cubrirse de gloria. Así compensaba, además, la peor noticia que podía anunciar y asimilar: la disolución (a la postre, temporal) de Chic tras finalizar su vinculación contractual con el sello Atlantic y sufrir los efectos colaterales de la denostada ola ‘Disco Sucks’, incomprensible corriente que repudiaba hasta niveles paroxistas (sobre todo desde los frentes del rock y el punk) la vigencia y los orígenes de la música disco. Y eso que Chic habían ampliado el concepto de la etiqueta insuflándole oxígeno funk, sentimiento soul y clase jazz hasta elevar su estatus de simple alimento para los discotequeros y hedonistas nocturnos en pistas de baile de diverso pelaje.
Observada desde la distancia, las negativas consecuencias de la marea anti-disco sólo fue una minúscula mancha en el inmenso lienzo pintado por Nile Rodgers y Bernard Edwards, tanto dentro como fuera de Chic. En el tránsito de los 70 a los 80, su creciente prestigio les permitió involucrarse por completo en dos discos primordiales dentro del funk glamuroso y con fragancia femenina: “Diana” (Motown, 1980) de Diana Ross, que incluía joyas del calibre de “Upside Down” y “I’m Coming Out”; y su primer gran trabajo ajeno a los controles, “We Are Family” (Cotillion Records, 1979) de Sister Sledge, grupo que Rodgers y Edwards habían elegido entre el roster de Atlantic gracias a la carta blanca concedida por la discográfica fundada por Ahmet Ertegun. Parecía que la bicefalia de Chic se empeñaba en no querer entregar sus mejores piezas a su propia banda, sensación que se ratificó cuando el dúo ofreció “Spacer” (y el álbum a la que pertenece, “King Of The World” -Mirage / Carrere, 1980-) en bandeja de plata a la francesa Sheila (And) B. Devotion, vocalista de perfil medio que disfrutó de sus quince minutos de popularidad durante la fiebre disco.
Pero, en realidad, a Nile y Bernard les sobraban grandes canciones. En plenos 70 rebosaban inspiración y magia, hasta convertir en oro todo lo que tocaban y elaboraban: desde los mega-hits “Le Freak” -influencia instantánea para la música disco primigenia y futura-, “Everybody Dance” y “Dance Dance Dance (Yowsah Yowsah Yowsah)” hasta la básica, seminal y legendaria “Good Times”. Una composición atemporal cuyas melodía y, sobre todo, línea de bajo marcaron la pauta más allá del disco-funk: primero, estableciendo las bases del rap a través de “Rapper’s Delight” de The Sugarhill Gang, que tuvieron que acreditar por mandato legal -aunque no pagar, eran otros tiempos…- a Chic como coautores de una ‘usurpación’ que, pese a su fama global y poso histórico, no acercó a Nile Rodgers al mundo del rap / hip hop, ya que para él ese es un estilo al que poco podría haber aportado por poseer su propia cultura; luego, dejando una profunda huella en temas de coetáneos como “Last Night A Dj Saved My Life” de Indeep, inoculando groove al jazz mediante Defunkt y su deconstruido “In The Good Times” o reformulando el rock de estadio involuntariamente gracias a Queen y “Another One Bites The Dust”; y, finalmente, invadiendo las estructuras del house y algunas de sus variantes, como el french touch, en el que germinaron incunables ‘chic’ como “Around The World” de Daft Punk, “Music Sounds Better With You” de Stardust o “Intro” de Alan Braxe y Fred Falke.
No debería sorprender que Nile Rodgers, con o sin su grupo, estuviese destinado a subvertir una porción significativa de la historia de la música. Antes de que Chic cobrasen vida, él era el hombre que, por culpa de un mal colocón, había coincidido con Andy Warhol en la sala de urgencias del Hospital Columbus el día que el artista pop fue disparado por Valerie Solanas. El hombre que, siendo todavía un adolescente, había compartido una jam con Jimi Hendrix cuando el Greenwich Village neoyorquino bullía cada noche repleto de músicos estelares de toda índole. El hombre que, tras ver cómo prohibían su acceso al Studio 54, compuso “Le Freak” para relatar la aventura, plasmar su indignación por el asunto y, de paso, erigirse en referente del género disco y sus sucesivas mutaciones. El hombre que, dispuesto a hacer realidad tal presagio sin proponérselo, fundó Chic en 1976 junto a Bernard Edwards después de quedarse hipnotizado por la elegancia en directo de la puesta en escena y el sonido de Roxy Music y un pletórico Bryan Ferry. Él abrió, como si hubiese estado escrito en las estrellas, la espita del torrente creativo de Nile Rodgers; y con él, casi cuatro décadas más tarde, Nile ha seguido avivando su llama en una nueva demostración de que su alma y su ritmo nunca morirán. Serán eternos.
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