Beyoncé lucha contra su imagen de Diosa absoluta en el video de «7/11», donde baila en bragas por su casa como si nadie estuviera mirando.
Beyoncé se ha convertido en una diosa, de eso no hay duda, en la realeza yanki definitiva sin necesidad de título nobiliario. Y si ha conseguido tal cosa ha sido precisamente a base de ofrecer una imagen de lo más equilibrada: ahí está su percepción como una valkiria pluscuamperfecta, como un icono de la moda, como una estrella a la que siempre le rodea una pomposidad y un fasto propio de una corte europea… Pero también está la otra Beyoncé, esa que de pronto se marca un videoclip como el de «7/11«.
Vamos por partes. «7/11» es uno de los dos temas nuevos que se incluirán en la versión de platino del ya de por sí gigantesco «Beyoncé» (Columbia, 2013), que salió a la venta el pasado 24 de noviembre casi un año después del lanzamiento original. Sobre la canción, poco puede decirse: no es un hit, sino algo así como un divertimento, un descarte que resulta gracioso pero que no está a la altura de la revolución post-pop de «Beyoncé«. Tiene su rítmica, pero le falta su oscuridad. Tiene su ambiente, pero le falta su alma. Aunque, oye, no le pidamos peras al olmo: esto será un extra de una edición especial. Tampoco tenía por qué ser la revolución.
Lo que sí que mola lo más grande es el videoclip de «7/11«, que muestra a Beyoncé en lo que parece ser la intimidad de su casa en todo un conjunto de coreografía improvisadas, poses cachondas que se chotean directamente de la imagen que suele vender, mucha ropa interior, wild hair, supuesta falta de maquillaje… Al fin y al cabo, esto no es más que la sublimación definitiva del rollo «vecinita de al lado». Y, como decíamos al principio, habrá quien piense que es otro ejercicio más de marketing, pero nosotros compramos. Será que Beyoncé nos cae fetén.