Todo ello, con un desolador panorama de fondo: ese debut en largo que no llegaba, que Interscope tenía retenido quién sabe por qué motivos pero al que no le hacía ningún bien el rollo bocachancla que la artista empezó a gastar en Twitter y que le valió algunos enemigos que bien podrían haber sido interesantes aliados (Disclosure, Pharrell, Baauer…). Así nos hemos pasado tres años, y lo cierto es que recibir ahora este debut es como cuando ves una película y el sonido se descuadra, yendo varios segundos por detrás de la imagen. La experiencia es un poco esquizofrénica, con tu cabeza intentando conciliar el movimiento de los labios con las palabras que se escuchas varios segundos después. Y es que, al fin y al cabo, los «gestos» de Azealia Banks que justifican este disco los vimos hace ya demasiado tiempo, así que encontrarnos ahora con estas «palabras» supone un deja-vu entre frustrante y triste.
Porque, digámoslo ya, «Broke With Expensive Taste» (Prospect Park, 2014) es un ejercicio desordenado y caótico que carece de homogeneidad y que pide a gritos un control de calidad mucho más severo. Si alguien esperaba que, de cara a su debut, Azealia repitiera la jugada de «1991» (eso es: ceñirse a una de sus caras y demostrar que puede ser la mejor en su terreno), se va a llevar una sorpresa. Por el contrario, la Banks se sube al carro de nuestros tiempos desquiciados y decide ofrecer una versión de sí misma tan poliédrica que acaba por resultar esquizofrénica por culpa de lo irreconciliable de algunas de sus caras. Hay canciones que, simple y llanamente, no deberían convivir en un mismo disco (o, por lo menos, no deberían hacerlo hasta que hayamos mandado al formato «disco» a tomar por culo de forma definitiva).
«Broke With Expensive Taste» contiene los hits que ya conocíamos: «212«, «Yung Rapunxel» e incluso un pletórico «Luxury» recuperado de «Fantasea» para la ocasión. Pero, más allá de lo conocido (incluyendo el single / desvarío freak que fue «Heavy Metal and Reflexive«), aquí hay un poco de todo: a Azealia se la suda que pensemos que está loca del coño por situar «Gimme a Chance» como segundo corte del disco, con ese rollo funkero que, de pronto, torna en bochornoso reggaetón; e incluso se permite un momento «da fuq?» en toda regla al casi cerrar con «Nude Beach a Go-Go«, su colaboración con Ariel Pink que suena a haberse caído del guindo de los Beach Boys «sin ser yo surfer ni nada de eso». También hay todo un baile de personalidades / personajes más que variopintos: Azealia abre siendo una «Idle Delilah» con toques latin rap y cierra siendo una «Miss Camaraderie» que versiona «Luxury» en clave subida de revoluciones, pero por el camino tan pronto se viste de una «Ice Princess» que bien podría ser el nuevo featuring de un dúo formado por Calvin Harris y araabmuzik como se pone los ropajes de una «Miss Amor» aficionada al proto-house. Ninguna de estas transformaciones deslumbra. Ninguna mutación apabulla.
Si hubiera que elegir dos canciones que justifiquen una inmersión en semejante ejercicio de esquizofrenia sonora serían, sin lugar a dudas, esa «jfk» compartida con Theophilus London que viene a ser el reverso oscuro de «Fantasea«; y, por encima de todos los cortes, esa «Chasing Time» capaz de aguantarle la mirada a sus temones iniciales y que viene a probar que Azealia Banks es capaz de compactar todas sus versiones esquizofrénicas en una versión de menos de tres minutos que corretean desde el hip hop de nueva generación hacia el house rave de nuevo milenio sin por ello dejar de configurar un temazo coherente. Este debería ser el estilo de la diva. Este debería ser el corazón de todo un disco que explorara estas sonoridades. Y a lo mejor (y esto me jode profundamente pensarlo) esta es la potencia de un álbum que nunca se llegó a formalizar porque Azealia Banks confundió los términos y pensó que la discográfica estaba ahí para tocarle los cojones y no para evitar un descalabro tan desordenado, frustrante y a ratos inmasticable como este «Broke With Expensive Taste«. Venga, tomémoslo como un quitarse la espina de encima e ir a por el «verdadero» debut.