¿Eres de los que se ponen de mala leche cuando ven las luces navideñas en la calle el día 1 de noviembre? Entonces esta edito no está escrita para ti…
[dropcap]1[/dropcap] de noviembre… El mundo se divide en dos. Tampoco es que sea culpa de nosotros, de «el mundo». Es más bien de los «otros» porque, ya se sabe, el Infierno son los demás. En este caso, el Infierno son aquellos que deciden que, por mucho que la Navidad sea esa época mágica que va del 25 de diciembre hasta el 6 de enero, hay que sacar tajada cuanto antes mejor. Siendo esta la época más desaforadamente consumista del año, ¿por qué no alargarla un poquito más? ¿Por qué no inaugurarla a principios de noviembre? ¿Por qué no poner las luces navideñas en las calles de las ciudades cuanto antes mejor para que quede claro que tienes que empezar a rascarte el bolsillo? ¿Por qué no empezar a bombardear a la población con villancicos del nuevo milenio y con imágenes de gente abrigada hasta arriba y gastándose el dinero como si no hubiera un mañana en las grandes superficies? ¿Por qué no? ¿Eh? ¿Por qué? Pues eso.
Eso es lo que se preguntan los otros, el Infierno. Pero es entonces cuando a nosotros nos toca posicionarnos: ante este avasallamiento, podemos resistirnos o podemos dejarnos llevar. Podemos pasar a formar parte de la genealogía de esa estirpe que va del Grinch a Mr. Scrooge: podemos despotricar, protestar y que nuestro hot topic conversacional deje de ser el tiempo para que sea «vaya mierda esto de que nos intenten menter la Navidad hasta en la sopa desde tan pronto«. Podemos dejar caer nuestra opinión en las redes sociales porque, al fin y al cabo, seguro que a nadie se le ha ocurrido comentarlo en Facebook y en Twitter o hacer alguna foto de las luces apagadas en Instagram y bitchear un rato hasta quedarse bien a gusto. Repito: total, nadie lo ha hecho, ¿por qué no hacerlo nosotros? Para Grinchs nivel 100, una advertencia: nótese la ironía de este último párrafo.
Por otro lado, también podemos optar por pertenecer a otro grupo de personas. Un grupo que, a lo mejor, resulta que no mola tanto, que está peor visto, que va a ser irremediablemente tachado de ñoño y naif. Un grupo que dice algo tan sencillo como que, con lo bonita que es esta época, por qué resistirse a la tentación de disfrutarla un poquito más. Es una posición que, como digo, puede parecer que tiene mucho de opción personal ñoña y naif, pero que a lo mejor contiene más chicha de lo que nos pensamos. Porque, al fin y al cabo, nadie está diciendo aquí que queramos vivir dos meses de compras en centros comerciales y de anuncios de Toys R Us con madres hasta las cejas de speed para poder afrontar la tarea incólume de conseguir los juguetes de sus niños aunque sea pasando por encima de un campo de cadáveres de otros padres. Ni hablar. No estoy hablando de aceptar el producto que nos venden… sino más bien de abrazar un sentimiento.
¿Por qué no? Cada uno es libre de confortar su alma con lo que le dé la gana. A mi, por ejemplo, se me calma el ánimo y me pongo tierno cuando salgo por la mañana a la calle y de mi aliento se desprenden volutas de vaho caliente que flotan como algodón sobre el aire congelado. Supongo que esto me pone melancólico porque es algo que me ocurría todos y cada uno de los días de mi vida cuando era un niño en mi pueblo y que, sin embargo, en Barcelona, sólo ocurre de vez en cuando. Muy de vez en cuando. Todo un evento. Pero si, por casualidad, ocurre un día, ya me ha alegrado toda la jornada. Así que repito: ¿por qué no? ¿Por qué no permitirnos sentir algo parecido cuando salimos a la calle y vemos esas luces navideñas por mucho que sea noviembre? Esta simple visión debería apretar un gatillo que dispare todo un conjunto de sensaciones cálidas, de expectación por una temporada en la que nos reuniremos con la familia, comeremos hasta decir basta, beberemos sabiendo que no tenemos que rendirle cuentas a nadie al día siguiente en la oficina y pasaremos el mayor tiempo posible con aquellos a los que más queremos.
Por cierto, que todo esto viene a cuento porque, durante todo este mes de noviembre, en Fantastic Plastic Mag hemos decidido encender nuestras particulares luces navideñas y vamos a empezar a darle mucha caña a diversos contenidos bajo el lema de «Hurry Christmas!«: una Navidad apresurada, cuanto antes mejor, como opción vital que va más allá del consumismo y que se centra en algo mucho más emocional. Está en nuestra mano. Convirtamos la invasión de los otros en algo totalmente nuestro: ellos quieren que consumamos… nosotros preferimos sentir. Y, ahora, ya lo saben: llámenme ustedes ñoño y lo que les dé la real gana, que yo estaré aquí, esperando que lleguen mañanas frías y volutas de vaho en mi aliento.