La historia de The Dears podría ser la metáfora perfecta de la mala fortuna, la evidencia de que la justicia poética actúa al libre albedrío sólo sobre algunos elegidos. Da igual cómo se denomine ese proceso mal canalizado: azar, destino, serendipia… Hace unos años, cuando se desató la tormenta épica procedente de Canadá sobre nuestras cabezas, sucedió uno de esos casos en los que los dados lanzados por algún ente superior caprichoso cayeron de pleno en el lado de los que, a la postre, serían los grandes ganadores de la partida: Arcade Fire. El impacto de su estreno, “Funeral” (Merge, 2004), había sido de tal calibre que los grupos afines en estilo prácticamente se veían avocados a mendigar ante la puerta de la audiencia para que esta les hiciese un mínimo de caso. Entre ellos se encontraban The Dears, sus convecinos de Montreal, que en aquel momento ya llevaban casi una década en activo y un disco en el bolsillo, “End Of A Hollywood Bedtime Story” (Grenadine, 2000), que, cosas del negocio musical, no había traspasado las fronteras underground de su ciudad natal.
En este punto es cuando hay que preguntarse qué es lo que marca la diferencia, en aparente igualdad de condiciones, para que una banda alcance la cima casi automáticamente y otra vague años y años a través del desierto del anonimato en busca de su Santo Grial particular… Para añadir más sangre al asunto, la publicación del debut de Arcade Fire se produjo sólo un mes antes de la salida del que era el segundo disco de The Dears, el también enorme “No Cities Left” (Maple, 2004): ¿qué hubiera ocurrido si se hubiese alterado el orden de los factores? Puede que el producto hubiese cambiado, pero nunca lo sabremos… Lo que sí se certificó posteriormente fue que la proyección del grupo liderado por el carismático Murray Lightburn no llegó a alcanzar la cota que se merecía, ya se sabe: conseguir mayor reconocimiento global y llenar estadios. Por contra, con el paso del tiempo se convirtió en una especie de banda de culto cuyo honor había sido componer uno de los himnos fundamentales de los últimos diez años: “Lost In The Plot”, arrebato apasionado que eleva a altares divinos el drama del desamor. A pesar de las dificultades, The Dears se fueron instalando poco a poco en los corazones de los amantes del pop / rock melodramático, gracias a su peculiar forma de combinar rock de alta tensión, melodías 100% pop y devaneos jazzísticos con profundos textos que trataban tanto los efectos devastadores del desengaño emocional como las consecuencias del modelo de vida socio-económico-político del que formamos parte. Este doble compromiso (para algunos, un tanto grandilocuente), se volvería a materializar en otro álbum de perfecto acabado, “Gang Of Losers” (Arts & Crafts, 2006), poemario dedicado a la desgracia del eterno perdedor más accesible y concreto que su antecesor, pero con un balance final similar: el prestigio de The Dears permanecía intacto mientras que su presencia mediática no aumentaba.
Y en esas sigue inmerso el ahora sexteto, tras superar la fase de transición que representó “Missiles” (Dangerbird, 2008), un álbum introspectivo y experimental que los devolvía al orchestral pop noir romantique de sus comienzos y que los preparó, a la vez, para regresar al campo de batalla de la realidad más cruel. Porque “Degeneration Street” (Dangerbird, 2011) retoma la senda por la que habían transitado “No Cities Left” y “Gang Of Losers”: aquella en la que se dejan ver las almas perdidas, desamparadas, víctimas de los duros golpes de su existencia, la opresión urbana y la alienación social. Musicalmente hablando, recupera la ampulosidad instrumental bien entendida y digerida del primero de esos trabajos y la inmediatez del segundo, y recuerda por enésima vez cuáles son las referencias más evidentes del grupo: unas gotas del Marvin Gaye más reaccionario, una pizca de los Pulp época “This Is Hardcore” (Island, 1998) por aquí, otra de Tindersticks por allá y un enorme puñado de The Smiths. Eso sí, la virtud de los de Montreal reside en que, una vez que empiezan a resonar esos ilustres nombres más de la cuenta, los llevan inmediatamente a su terreno. Valgan dos ejemplos elocuentes: “Lamentation”, suave y frágil hasta que estalla en un tempestuoso crescendo de coros góspel y electricidad, con la espectacular voz de Lightburn rozando sus límites físicos; y “Yesteryear”, oda smithsoniana al pasado que clava sus raíces bien fuerte en los tiempos actuales. En este espacio temporal es donde mejor se desenvuelven The Dears, al aportar su punto de vista sobre los sucesos que nos mueven y conmueven ahora, además de postularse a favor de los débiles, ya sea de pensamiento o de acción, verdadero leitmotiv de las composiciones de Lightburn. De esa (casi) obsesión proceden las potentes “Stick W/ Me Kid” y “5 Chords” y las envenenadas “Omega Dog” y “Blood”. Por supuesto, en este LP también se deja ver el amor, revisado a través de extáticas canciones que, más que torch songs, son gigantescos incendios en los cuales dejar que se consuma lo que o quien haga falta: “Thrones”, “Galactic Tides”, “Easy Suffering”.
Debajo de esta trama sonora y temática subyace el mensaje final de “Degeneration Street”: los efectos nefastos de la post-modernidad dentro de cada ser humano y en el entorno en el que debe sobrevivir, que no es otro que la ciudad. ¿Les suena ese argumento? Exacto, al de “The Suburbs” (Merge / Universal, 2010) de Arcade Fire, cuyas conclusiones se pueden aplicar a este caso con la salvedad de que Win Butler y familia se dirigían al pasado para retratar el presente, mientras que Murray Lightburn y los suyos lo hacen encarando el futuro, parapetados en la trinchera invisible de los que ejecutan sus particulares revoluciones silenciosas. Más contrastes paralelos: si Arcade Fire se cuestionaban al hombre de hoy en día (“Modern Man”), The Dears lo desnudan para mostrar todos sus temores (“Tiny Man”); si los unos rescataban con añoranza fotografías descoloridas de su antiguo barrio (“The Suburbs”), los otros capturan la mediocridad y la podredumbre apocalíptica que cubren las urbes del siglo XXI (“Degeneration Street”). Estas son dos formas muy diferentes de ver un mismo escenario, a través de prismas opuestos pero relacionados entre sí (¿por obra y gracia del azar, el destino o la serendipia?) Ante tal panorama, y a pesar de su férrea entereza, el mismo Murray Lightburn varía su enfoque personal y debilita su discurso: cuando antes dominaba su dolor y cerraba “Lost In The Plot” afirmando “he prometido no llorar nunca más”, actualmente cede ante la resignación que provoca ver que nadie cree en nadie, y en “Lamentation” implora que “no hagas promesas que no se puedan cumplir”. Hoy por hoy, en la Calle Degeneración no se puede asegurar que derramar una simple lágrima por alguien valga de algo o, lo peor de todo, sea un gesto sincero.