Siguiendo la línea de su anterior edición, DCode 2014 confirma al festival como una apuesta de un sólo día repleto de buenas sensaciones musicales.
[dropcap]E[/dropcap]ste fin de semana tuvo lugar la cuarta edición del DCode (segunda en su formato actual) y lo cierto es que (salvo una percepción de mayor comodidad, ¿se entiende que resultado de una menor venta de entradas?) podría valer casi lo mismo que dijimos hace un año: festival cómodo, al que poder ir en Metro y dormir en casa, de precios razonables y no demasiadas complicaciones (cartel incluido), con numerosa presencia de chavalada pero también bastantes de los sospechosos habituales en este tipo de eventos. En fin que, sin las cifras en la mano, se puede hablar de consolidación o de estancamiento, a gusto del consumidor. ¿Conciertos? Unos cuantos, así que vamos con ello.
Hubiera estado bien disfrutar de los murcianos Perro, pero ese horario ultratempranero de las cuatro de la tarde hacía poco recomendable la cita, así que apenas llegamos a tiempo de ver los últimos coletazos de Band of Skulls, en lo que pareció el típico concierto adecuado para primera hora de la tarde en un festival: entretenidos y correctos para ver sentadito en la hierba con la primera caña. Si te ponen en ese horario, esa debe ser tu meta y esa fue la suya. Objetivo cumplido, supongo.
Anna Calvi era uno de los toques de calidad del cartel y la verdad es que estuvo a la altura. La inglesa adaptó su repertorio al escenario en el que se encontraba, hizo crecer sus canciones y vino acompañada de una banda excelente que cogió su repertorio e hizo con él un concierto de rock, al menos durante buena parte del set. «Desire«, «Suzanne & I«, «Eliza«… Sus grandes bazas estaban claras y ella sacó el máximo partido de ellas con sutileza, con contundencia y con una voz realmente impresionante. De esas actuaciones que hacen afición, que te obligan a empezar a prestar atención de verdad a alguien. Muy bien.
Después era el hueco de Bombay Bicycle Club, perfectísimo ejemplo de hora muerta en un festival que aprovechas para ir al baño, comer algo, ponerte en las últimas filas a charlar, pensar en el tiempo que estás perdiendo y repasar mentalmente lo que tienes que comprar mañana en el Carrefour para la barbacoa. ¿O el Carrefour no abre los domingos ahora? ¿Y ése que está ahí no es el ex de tu amiga, ya sabes quién te digo, la rubia aquella, la del máster? Ah, vale. Los Bombay estos. Ya. Bueno, pues salieron, tocaron las tres decentes que tienen y luego deleitaron al personal con un variado repertorio de paja, relleno y medios tiempos más bien mierder. Que les vaya bien en la vida, que seguro que son buenos chicos.
Otro punto que se apuntó el DCode fue traerse a Royal Blood justo ahora, en su máximo momento de popularidad, el tipo de concierto que puede dar a un grupo el empujoncito de popularidad justo en el momento adecuado. Esta pareja de chavales británicos mantuvo su propuesta minimalista en cantidades («Os voy a presentar a todo el resto de la banda«, dijo Mike Kerr, y la gente no pareció pillar el chiste) pero no en resultados y, aunque llevo mucho tiempo leyendo que «es en directo cuando explotan de verdad» y demás, su directo me dejó prácticamente las mismas sensaciones que su disco: tan correcto, rotundo y bien ejecutado como ligeramente plano y limitado. Mientras los escuchaba por primera vez, leí a alguien describirlos como «Queens of the Stone Age con Jack White cantando» y no consigo quitarme esa definición de la cabeza: el problema es que su propuesta sigue siendo un poco lineal (sólo los noté estallar, soltarse y aportar algo de verdad al final del concierto) y las buenas noticias, que tienen todo el tiempo del mundo para afinar, claro.
Lo de Jake Bugg, lo siento, no deja de hacerme algo de gracia. En estos tiempos en los que nos pasamos el día hablando de cómo la industria ha desaparecido y las discográficas son ya definitivamente irrelevantes, todavía nos encontramos con casos como el de un chaval que se mueve entre el rock de los cincuenta y el de los sesenta (ahora más Dylan, ahora más Elvis, ahora más Kinks) y con esa propuesta logra convocar a la parroquia joven a poco que lo empaquetes y le pongas un lacito. Una opción es torcer el gesto, ponerte solemne y preguntarte cómo esos mismos que gritan entregados te pegarían si les intentaras poner un disco de Johnny Cash; la otra es aceptar que el chico tiene algunas canciones apañadas (más en su primer disco que en el segundo), que lo suyo es muy digno y que, oye, pues muy bien. Yo casi que me inclino por la segunda.
Lo de Bugg servía además para pillar sitio para el que sí que fue el puntazo que se apuntó el DCode este año, la presencia de Beck por primera vez en España desde hace más de seis años. Cuando se anunció su presencia aquí, los sentimientos fueron contradictorios: ¿de verdad es un festival al aire libre el mejor escenario para presentar el magnífico «Morning Phase«, tan delicado e intimista? Bueno, pues no, no lo es, pero es que Beck no vino a eso, sino a montar El Show de Beck. A bailotear, a poner precinto al escenario, a trollear con el bajista, a soltar jitazos como si no costara (qué comienzo con «Devil’s Haircut«, «Black Tambourine» y «Loser«, amigos) y a mostrar las mil caras que ha enseñado en las últimas dos décadas: el rockstar, el vacilón, el héroe disco, el cantautor, el frontman ultracarismático. El concierto sirvió para reivindicar «Guero«, esa máquina de temazos tildada de menor en su momento, para echar la lagrimilla (ay, encadenar «Blue Moon» con «Lost Cause«, ay) y para soltar mil y una referencias por el puro placer de divertirse. Cerró mostrando su faceta de entertainer, con una «Where It’s At» de quince minutos, interrumpida una y otra vez para montar un gag con cada miembro de la banda, que (serán cosas de talifán de tercera fila) no se hizo largo aunque, sí, estuvo a punto. Beck se llevó el DCode de calle y dejó con la sensación de que (eh, señores promotores) de ninguna manera puede volver a pasar tanto tiempo sin que lo veamos por aquí.
Difícil decirlo desde perspectivas tan diferentes, pero supongo que en realidad el concierto más multitudinario de la noche fue el de Vetusta Moral, que arrancaron sacándose la chorra y anunciando que dan el paso y se atreven a montar una fecha en el Palacio de los Deportes de Madrid. A mí me siguen pareciendo algo descafeinados (me aburrí bastante, qué queréis que os diga) y los sigo viendo como dando vueltas en círculos dentro del «The Bends» de Radiohead sin ir más allá, pero su éxito es innegable y eso sin vender su alma al diablo, lo cual es bastante. Hace un año estuvieron aquí Love of Lesbian con un chou bastante estomagante: al menos ver a estos en el mismo escenario me ha servido para entender mejor las diferencias que hay entre ellos.
Wild Beasts lo intentaron, pero no hubo manera. Su propuesta tiene quizá más matices de los que uno está dispuesto a asumir a determinadas horas, pero es que si además tienes al concierto de La Roux sonando por encima del suyo, aquello no tiene solución. Ellos le echaron humor y hasta bailotearon un poco aquellas canciones que se imponían a las suyas propias (admirable, porque debe de ser todo un palo), pero desde el público era imposible entrar en su concierto.
Nuestro periplo terminaba con unas Chvrches que jugaron a lo seguro, a evitar el desastre y limitarse a recrear en directo de manera literal (y, ejem, un poquito pregrabada también) todas las buenas canciones que tiene su debut, «The Bones of What You Believe«. Primera fecha en Madrid y cierta expectación por verlos, que al final se saldó con aprobado raspado. Supongo que también podría haber sido peor.
Lo dicho: un año más, un DCode más. Será interesante ver si el festival da un paso hacia nuevos horizontes o decide quedarse donde está.