Muchas veces hemos recordado en FPM los lejanos y dorados años 90 (por cosas de la edad), los 80 (por aquello de tenerlos, algunos, como un borroso recuerdo de la infancia) y, esporádicamente, los 70. Como todos ustedes saben, los defectos y virtudes de cada una de esas épocas volvieron de algún modo a nuestras vidas a consecuencia del impacto de los eternos revivals que hacen girar buena parte del negocio musical. Ahora toca, por si no se habían enterado, recuperar el fulgor de la última década del siglo pasado; aunque vamos a centrarnos en determinados símbolos de aquel momento relacionados con la cultura de club: el smiley menos ácido, el hedonismo cool de las pistas de baile auspiciadas por los sellos Cream y Ministry Of Sound o el polvo de ángel. Todavía no se sabe si esta fase de recuperación histórica alcanzará el nivel de lo ocurrido con el electroclash hace más de un lustro, pero se intuye que se puede armar la gorda… Eso sí, conservando el estilo impoluto primigenio y la brillante elegancia original, sin salpicar más de la cuenta. Pautas que siguió Andrew Butler al frente de sus Hercules and Love Affair hace tres temporadas, cuando publicaron su aterciopelado debut homónimo, “Hercules And Love Affair” (DFA, 2008), primer gran ejemplo del retorno noventero, con permiso de Róisín Murphy, la cual ya había aportado su grano de arena meses antes, muy a su manera, con su esplendoroso “Overpowered” (EMI, 2007). Sin embargo, el enorme éxito del principal single del colectivo neoyorquino, “Blind”, que presentaba a Antony Hegarty disfrazado de disco-diva postmoderna, no había desatado la marea nu-disco que tanto se esperaba.
A partir de ahí, varios nombres aislados trataron de mantener esa mecha encendida (el ejemplo más reciente: Shit Robot), pero no es hasta el inicio del corriente 2011 cuando se tiene la certeza de que, por fin, los 90 regresarán para quedarse entre nosotros por un tiempo: en alguna que otra fiesta durante la última noche de fin de año, más de uno contoneó las caderas al ritmo de “Pink Cloud” (mención especial merece la portada de este sencillo), avance del inminente nuevo disco de Sam Sparro: pieza que supura classic house por todos sus poros y homenajea la línea de sintetizador del “Gypsy Woman” de Crystal Waters. Toda una declaración de principios e intenciones que también podrían suscribir Casxio, Eli Escobar, Azari & III, Treasure Fingers o Jon Giovanni (alias de Felix Buxton, mitad de Basement Jaxx), productores llamados a clavar la bandera de los 90 más bailongos en la cumbre de la montaña musical de 2011, junto a los verdaderos padrinos de esta celebración orgiástica: Hercules and Love Affair.
Pero una larga sombra de duda se cernió sobre Andrew Butler y compañía a propósito del anuncio de la salida de “Blue Songs” (Moshi Moshi / Nuevos Medios, 2011), ya que su segundo largo debería ser el heredero natural de “Hercules and Love Affair”, una tarea, cuanto menos, complicada: por un lado, tendría que resultar digno de su antecesor y, por otro, certificar que los neoyorquinos son algo más que fabricantes de cuidados hits bañados en MDMA de consumo fácil y efectos rápidos. Afortunadamente, la primera muestra previa de este LP se ajustó a las exigencias de un público ávido de soltarse el pelo, con estilo y glamour, en cualquier dancefloor: “My House” (no se pierdan el link a su videoclip de más abajo: una auténtica delicia retro), una gema que guarda en su interior luces de colores dulces y delicados y ecos a aquellos maravillosos 90 de camisas y vestidos imposibles. Vale, no llega a la altura de “Blind”, pero ni falta que hace… Aunque sí que se añora la intervención vocal de Antony, uno de los elementos distintivos de ese big single y del álbum del que forma parte.
En el caso de “Blue Songs” se produjo un simple cambio de cromos: Hegarty fue sustituido por Kele Okereke, otro aspirante a diosa nocturna de neón pero con perfil apolíneo trabajado en el gimnasio y henchido de testosterona. Su voz se escucha en “Step Up”, hermana gemela de la mencionada unas líneas más arriba que incide en el uso del tradicional piano apoyando el estribillo y los sempiternos teclados actuando como mullida base melódica. Fuera de esa colaboración estelar, el protagonismo recae en Aerea Negrot, Kim Ann Foxman y Shaun Wright, trío que se reparte las canciones azules con desiguales resultados, no por sus interpretaciones, sino por el bagaje final del tracklist. Evidentemente, la sección que mejor sale parada es la que hinca sus ritmos en la pista de baile, sin más objetivo que la inyectar sabroso éter sonoro a aves nocturnas incansables pero bien aseadas y con aroma de perfume exclusivo. En este sentido, la inicial “Painted Eyes” se convierte en otro de los himnos del LP, al conjugar con acierto funky-house seductor con cuerdas dance setenteras de etiqueta negra. Butler no oculta esa carta ganadora durante buena parte de “Blue Songs”: “Answers Come In Dreams”, “Falling”, “I Can’t Wait” y “Visitor” (la más actualizada, por decirlo así) podrían sonar consecutivamente en cualquier buena sesión preparada para clubbers nostálgicos maduritos con ganas de revivir viejos momentos.
Pensándolo con detenimiento, si Butler hubiera materializado esa idea en formato álbum, nos libraríamos de tener que soportar los pasajes baladísticos y chill-out del repertorio. Al igual que ocurría con los maxis de hace 20 o 30 años enfocados al meneo, que siempre cumplían con la norma no escrita (aunque nadie lo pidiese) de meter la típica canción lenta para rellenar aquellos minutos de baile arrejuntado en plena discoteca, el de Brooklyn se empeñó en ofrecer al mundo su visón del asunto (“It’s Alright”, “Boy Blue”); lo peor es que ese esfuerzo coincide con los tramos más tediosos y prescindibles de este álbum. La cuestión es que, si un artista nació para jugar con los beats más dinámicos, sugerentes y atrevidos del disco y del house, haciendo honor a sus antepasados musicales, ¿por qué emborrona su trabajo al desear acercarse al pop melódico más aburrido? No sabemos la respuesta, pero quizá sólo sea una manera de autosatisfacerse…
A pesar de ello, hay que quedarse con la parte más jugosa de “Blue Songs”: aquella que nos permite realizar viajes temporales por recuerdos no tan lejanos que no dejan más secuela que la del cansancio provocado por el baile y el disfrute sonoro sobre pistas bien iluminadas. Quedan avisados, para que luego no se quejen del resacón diciendo que le echaron droga en la copa.