A estas alturas de película, ya nadie puede negar que «Chandelier» es un Milagro Pop. De esos que pasan poquitas veces aunque el pop sea una maquinaria que no se detiene por mucho que llueva o truene. Sí, mierdas se lanzan a montones, canciones resultonas a palas, pero ¿milagros? Milagros pocos, amigos. El último que recuerdo es «Dancing On My Own» de Robyn. 2010. Anda que no ha llovido. Y, sin embargo, la canción conserva el brillo y mantiene el lustre del primer día. Da igual que la escucharas entonces, el verano pasado o el próximo mes de septiembre: será un jit toda la vida. A eso me refiero cuando hablo de «milagro pop». «Chandelier» tiene s´plo unos meses de recorrido, pero no hay que ser la Bruja Lola ni leer las vetas de los calabacines para ver que perdurará en el espacio y en el tiempo y que tiene por delante muchos chiringuitos y muchas noches que cerrar. Miles de brazos se alzarán y millones de piedras de mechero se gastarán gracias a ella porque, debajo de esa superfície frívola, de sus coros, de la eterna voz rota de Sia, de sus subidones para cantar abriendo los brazos como si fueras una gaviota a punto de levantar el vuelo se esconde la eterna metáfora de la caída, de la soledad en compañía (la más triste que existe). «Chandelier» habla de las noches de Massiel y de las tuyas. «Chandelier» es el jitazo pop de-fi-ni-ti-vo.
Sia no es nueva en esto de facturar jits, pero hasta ahora todos los que habían tocado el cielo del éxito habían sido temas que había escrito para otros: «Diamonds» de Rihanna, por ejemplo (lo único salvable de «Unapologetic» -Def Jam, 2012- junto al dúo con Chris Brown) lo escribió ella. Y también ha regalado exitazos a Beyoncé, Britney Spears, David Gueta… Es más, antes de forrarse a hacer jits, Sia había lanzado cinco discos que habían pasado sin mucha gloria, pero un break-down personal de los gordos (drogas, alcohol, intentos de suicidio y problemas psicológicos) la alejó del show business, de sus fastos y de la gloria. Superado el bachazo, empezó a trabajar para los demás y, cuando las fuerzas volvieron, se sintió con los arrestos necesarios para atreverse de nuevo con un disco propio. Y entonces llegaron «Chandelier» y «1000 Forms of Fear» (Sony, 2014) en plan «Lázaro, levántate y anda«.
Su propio título ya avisa: el sexto disco de Sia Furler va de las diferentes formas que puede adoptar el miedo, pero el conjunto de sus canciones es una caja negra envuelta en brillante papel de regalo. La catarsis perfecta. Escuchando sus letras, es inevitable establecer paralelismos con la tribulada trayectoria psicológica de la artista: el fondo es oscuro, pero la forma, en bastantes casos, tiene el molde del temazo. En este disco hay miedo, mucho miedo, pero también un ratio de hits potenciales escandaloso, y cualquiera podría pensar que «Chandelier» es la joya de la corona (y al principio lo parece), pero las doce canciones del álbum se abren de inmediato como las flores cuando sale el sol. Las primeras que brillan sin timidez son «Bad Girls Cry» («Chandelier 2″) y «Elastic Heart» (que viene con la ayuda de Diplo y The Weeknd y que formó parte de la banda sonora de «Los Juegos del Hambre«), pero una segunda escucha advierte que hay más temazos peligrosos como «Free the Animal» (ojito al trallazo con coros a lo One Direction con una de las letras más demenciales de todo el conjunto y que dan lugar a la canción por la que Rihanna debería estar partiendo piernas ahora mismo), «Flame Meet Gasoline» (que mola más cuanto antes te olvidas de lo mucho que recuerda a «Halo«) y «Black Dress» (el manual perfecto para entender el Mundo Sia).
Pero, ojo, que Sia no solo sale triunfal en los hitazos de radiofórmula, sino que también se defiende muy bien en las distancias cortas: sus baladas (que siempre suelen ser la china en el zapato de los discos pop) están a la altura de los temas más movidos. «Eye of the Needle» es preciosa, y si la hubiera cantado Katy Perry sería superventas; mientras que «Straight for the Knife» es otro baladón por el que cualquier divorra vendería su bazo. No importa que se ponga tontorrona (el rollo No Doubt de «Hostage» sobra un poquito) y meta alguna gambada, porque Sia conoce a la perfección la fórmula alquímica para hacer canciones eternas y se nota que las caga sin esfuerzo (y, si no es así, es doble el mérito,porque lo parece). Sin EDM, sin drops, sin fuegos artificiales, sin una puesta en escena apabullante (en sus actuaciones canta de espaldas al público y huye de la fama como del demonio), lo suyo es pop en estado puro sin fecha de caducidad, tan eterno como los yogures del LIDL. Lo dicho: un milagro.