Qué tendrá el gótico que nos persigue. Lo que hace unos años era sinónimo de horreur, naftalina y gases lacrimógenos, en los últimos meses nos ha dado momentos musicales de lo más felices… Y así, recientemente, hemos visto el gothic resurgir de sus cenizas (qué irónica ocurrencia) en diferentes formas y formatos. Crystal Castles le devolvían a Robert Smith la dignindad perdida con «Not in Love«. Zola Jesus homenajeaba a Siouxsie y nos endrojaba a base de «Stridulum«, y otras bandas incipientes que darán que hablar en breve (Esben & the Witch) siguen con el rollo oscurantista, exprimiéndolo la mar de bien. Ya en su día, Fever Ray nos invitó a abrir los ojos: “en los próximos meses, vais a haceros caquita”, parecía decirnos detrás de toda su parafernalia electrónica. Y nosotros tan flipados con su siniestro oriental que ni nos dimos cuenta… Anna Calvi, sin embargo, nos enseña la otra cara del gótico: la que se aleja de las mamarrachadas y las poses, obviando los encajes y el polvo y trasladándonos a la vertiente más narrativa y esteta del género. Gusta de mirarse en las turbulentas aguas de las «Murder Ballads» (Mute, 1996) de Nick Cave and the Bad Seeds, el «Ocean Rain» (Domino, 1987) de Echo & The Bunnymen, el «Punishing Kiss» (Decca, 2000) de Ute Lemper y en diversas «Cumbres Borrascosas«, las de Charlotte Brönte y las de Kate Bush.
No es una diva al uso. Al menos, no el tipo de diva al que nos hemos mal acostumbrado en los últimos años: Little Boots, Florence, Ke$ha, La Roux, Merche… Como una sufragista del siglo XXI, Anna Calvi no enfatiza su figura musical con un cuerpo despampanante, ni con una cara de muñeca de porcelana ni con mohínes ni chorradas. Ella no es Marina Diamandis y no necesita marcar camel toe con un mono de terciopelo para que le hagan caso en las revistas. Sin embargo, su puesta en escena no es casual. Como una Brigitte Nielsen en versión femenina, se presentaba cantando una versión de «Jezebel» (su primer single) con el cabello engominado hasta el dolor, recogido en moño bajo, con camisa de satén con motivos orientales, pantalones de talle alto y red lipstick. Visto el plan, no es de extrañar que un esteta compulsivo como Karl Lagerfeld se haya colgado hasta el último anillo de ella y la tenga como banda sonora de sus desfiles. En lo estético, Anna Calvi recuerda a esas modelos francesas nacidas de las cenizas del mayo del 68 que se revelaban contra las imposiciones estéticas y las hipocresías sociales y que encontraban en las prendas masculinizantes su carta de presentación favorita.
Pero, con el genio que se gasta la Calvi, seguramente no le haría ni pizca de gracia que redujera su imparable entrada en el mundo musical a su aspecto o puesta en escena. Y es que esta londinense medio italiana irrumpe con un disco homónimo, «Anna Calvi» (Domino / PIAS Spain, 2011), con la ventaja de ser una de las integrantes de la lista de talentos a seguir de la BBC (a esta alturas, más mítica ya que «La Lista de Shindler» e incluso que esta otra lista). Estos días se ponía a la venta un disco que, junto a sus compañeros de fatigas, Mally Harpaz y Daniel Maiden-Wood, le habría costado grabar los tres últimos años. Visto el resultado, podemos decir que el esfuerzo ha valido la pena.
La mayoría de sus canciones podrían perfectamente ser el main theme de algún western gótico de nuestros días. Si alguna de ellas llega a oídos de Mr. Tarantino, no dudará cinco segundos en ficharla para su próxima epopeya fílmica. Todas se estructuran en base a la potencia vocal de la protagonista, pero no dejan de lado la importancia de las guitarras (paisajísticas, potentes y, en muchos casos, tocadas por la mismísima Calvi con una habilidad asombrosa) y las percusiones, que le acaban dando al conjunto un empaque sofocante y sudoroso, pero totalmente embriagador, que hipnotiza al oyente mientras suena. El disco se abre con «Rider to the Sea» y, a su vez, con unos acordes de guitarra que definen el sonido eléctrico de todo el camino. Con la voz de Anna sonando lejana, este es un opening totalmente cinematográfico, y no es hasta «No More Words» que no podemos disfrutar del sugerente y característico timbre de la cantante. Las guitarras estallan al mismo tiempo que las percusiones y sostienen a esta canción en un eterno crescendo susurrante de cuatro minutos… Un comienzo que deja al que escucha sin aliento y sorprendido. Pero las más representativas del “sonido Calvi” son aquellas en las que la voz de Anna es la protagonista absoluta, sin ataduras ni imposturas, y en las que el acompañamiento musical no tiene problemas en cabalgar con ella por un desierto en llamas: «Desire» (con un base que la acercan a Bruce Springsteen y al puro rockabilly con una melodía totalmente europea. ¿He fumado algo? Non. Escúchenla, en toda su grandiosidad y opulencia); «Suzanne & I» (que dice que va de alguien que se queda dormido y encuentra a la persona de sus sueños… para no despertar jamás), y el combo «Blackout» y «I´ll Be Your Man«.
En los temas más lentos, Calvi se vuelve más sofisticada, sugerente y misteriosa, como en «The Devil» -que la pone (demasiado) cerca de la otra de Bristol que ya le cantara al demonio en su día-, en la muy contenida al principio y preciosísima «First We Kiss» o en la balada «Love Won´t Be Leaving«. Te puede gustar más o menos el rollo, te puede parecer más o menos auténtico, y ella te puede caer mejor o peor, pero no se puede negar que en este disco hay un talento que palpita en cada segundo y en cada nota, y que si para algo está preparada Anna Calvi es para ser el centro de atención y el foco de todas las miradas. Que todo lo que se está diciendo de ella (que es mucho y en general, muy bueno), no le queda grande.
La compositora no reniega de las comparaciones (las más obvias: PJ Harvey -de quien ha cogido prestado el productor del disco, Rob Ellis-, Siouxsie, Florence + The Machine… incluso el mismísimo Brian Eno -fan reconocido hasta la médula y mentor- se ha atrevido a decir que es lo mejor que le ha pasado a la música desde Patti Smith). Tampoco elude sus influencias, e insiste en destacar que lo que la inspiraba a la hora de componer este disco eran Debussy, Ravel, Edith Piaf y Maria Callas. Sus composiciones hablan de las inquietudes musicales (y femeninas) de toda la vida: amor, desengaño, inseguridades, lujuria, pasión y soledad, pero lo hace a través de la herencia siniestra de Nick Cave, recogiendo la decadencia dolente de Jeff Buckley y con la pomposidad y la afectación de Kate Bush. Siempre a través de una lírica limpia, simple y concisa y con una temática religiosa que le da el toque definitivo. Lo de Calvi es el gótico pasional y sus canciones están escritas en rojo sangre, con alguna que otra ayuda divina (Eno, Ellis…) pero con una habilidad que la convierten en la diva más interesante que nos trae el año. Y que me perdone Polly Jean.
[Estela Cebrián]