Proteo, el hijo de Poseidón, tenía la capacidad de predecir el futuro. Sin embargo, para evitar hacerlo, cambiaba de forma y escapaba de aquellos que pretendían que actuara de Oráculo. De hecho, sólo revelaba el porvenir de aquellos que, en su múltiple carrera de mutaciones, eran capaces de atraparlo… Esta dimensión mitológica es el espacio en el que sigue operando Sam Beam en el que ya es su cuarto álbum, «Kiss Each Other Clean» (Warner / PopStock!, 2011). El casettero debut de Iron and Wine, «The Creek Drank The Cradle» (SubPop, 2002) se adelantó en un par de años a la fiebre neo folk con su despojo de formas y ajadas estructuras, mientras que «Our Endless Number Days» (SubPop, 2004) se reveló como una Piedra Rosetta necesaria para desentrañar aquella tendencia sonora (eso sí: con un par o tres de cláusulas que tendían nuevos puentes de investigación sonora). Tras poner la bandera en semejante cúspide, parecía que Beam ya había llegado al futuro que él mismo había preconizado, así que la única salida era el cambio de forma, huir de todos aquellos oportunistas que le pedían la repetición poetizada de un futuro que hacía tiempo que era pasado… Y se sacó de la chistera «The Shepherd’s Dog» (SubPop, 2007), el abrazo al formato banda de Iron and Wine que se saldó con una multiplicación de capas que huían de lo opaco y apostaban por lo profundidad translúcida. Aquello era el futuro, por mucho que los fans de aquel Sam Beam de música desnuda arrugaran el entrecejo al toparse por vez primera delante de temas como «House by the Sea» o «Resurrection Fern«. Pero si el futuro predecido en «The Creek Drank The Cradle» mereció un presente pletórico como «Our Endless Number Days«, ¿por qué iba a ser diferente el caso de «The Shepherd’s Dog«?
Eso sí, que nadie piense que la sublimación de los parámetros de big band establecidos en el anterior disco de Iron and Wine vienen a magnificarse dulcemente en «Kiss Each Other Clean«: puede que Beam haya afirmado que este es un álbum de pop en el que queda plasmada una época de felicidad vital, pero lo cierto es que esta es una alegría como la cara arrugada de un anciano sabio. Entre los pliegues de las arrugas que se forman con la sonrisa se esconde la profundidad de la experiencia y de las complicaciones que nunca afloran hacia la superficie. Basta con escuchar la apartura del álbum con «Walking far From Home» para advertir que el optimismo de Iron and Wine nada tiene que ver con el típico formato pop sublimado por el estribillo perfecto. De hecho, es esta una canción progresiva de fraseo interminable y pluscuamperfecto crescendo melódico que acaba por explotar en un sutil sinte que libera la tensión acumulada: no hay estribillo igual que en el resto «Kiss Each Other Clean» se huye del convencionalismo de esta fórmula estructural. Cuando Beam recurre al estribillo, lo hace de forma débil, mitigando el vigor del subidón para que quede atemperado en un conjunto de hierro fundido, maleable y dúctil pero poderosamente hirviente.
Este destierro del formato pop habitual (que, pese a todo, sí que estructuraba la mayor parte de sus antiguas canciones) no significa que las nuevas canciones de Iron and Wine sean monótonas, repetitivas o, lo que sería mucho peor, progresivas en un sentido AOR de exhibición insturmental. Nada más lejos de la realidad: «Kiss Each Other Clean» reformula el sonido adult oriented de big band por la vía de los arreglos inesperados y la utilización de instrumentos que se dilatan o se destensan dependiendo de la variable emocional en cada canción. La flauta, por ejemplo, aparece de forma infantil y desordenada en los estribillos (aquí sí) de la maravillosa «Rabbit Will Run» aliviando la tensión de un tema particularmente oscuro, de tal forma que, al final, todo se ordena y desemboca en un grand finale en el que esa misma flauta madura varias décadas de golpe para soltar una bella línea de dulzura hiriente. La guitarra eléctrica se emplea a modo de sitar que remite a la psicodelia popera de los Beatles más místicos en «Monkeys Uptown» (podría pensarse que esta es una utilización irónica, y más ponderando la letra del tema… Lo pensaríamos si no supiéramos ya que la distancia irónica queda lejísimos de lo habitual en Sam Beam), mientras que en la arrebatadora «Tree By The River» (otro de los momentos álgidos del álbum) se opta por un sentido mucho más acústico. Los sintes aparecen engordan y adelgazan ampliando o achicando el espacio en el que se encierran las canciones, e incluso el xilofón puntea el cielo de algunos temas añadiendo luz y color. La percusión, como ya se pudo comprobar en «The Shepherd’s Dog«, sigue utilizándose aquí de forma magistral, ya sea en la economía de «Walking far From Home«, en el clasicismo de «Me and Lazarus«, en el algodonoso africanismo de «Monkeys Uptown» o en el tribalismo ancestral de «Rabbit Will Run«.
Pero si hay dos insturmentos que adquieren especial relevancia en «Kiss Each Other Clean» son, precisamente, el saxo y el bajo. Dos instrumentos, sí, que se han ganado a pulso los primeros puestos entre los más odiados entre los detractores del adult oriented al que van a morir muchos dinosaurios. Pero Beam, sin embargo, sabe cómo darle un revolcón a ambos sonidos para que incluso las nuevas generaciones lo abracen sin sentirse sucios por ello. El bajo recorre un camino arenoso que va desde los punteos mínimos de «Me and Lazarus» hasta el funky que supura «Your Fake Name is Good Enough For Me» (posiblemente, la nueva cima de Iron and Wine), pasando por los aires orientalistas de » Monkeys Uptown» o el sabor fronterizo de «Half Moon«. Lo del saxo ya es un tema peliagudo: puede que sea lo que más asuste en una primera escucha (sobre todo en «Big Burned Hand«, el único tema algo desenfocado del conjunto) pero, al llegar a la mencionada «Your Fake Name is Good Enough For Me«, la única salida es la rendición absoluta a los excesos del viento como aire de renovación que se engancha al paladar y sabe a delicioso tabaco viejo.
Pero, como Proteo, los cambios (o sublimaciones de cambios anteriores) de Iron and Wine sólo afectan a la forma: el fondo resta invariable. Y, en el fondo, Sam Beam sigue siendo un tipo adicto a la alegre melancolía como sentimiento protagonista en sus composiciones y a las letras costumbristas y algo crípticas en las que la simbología cristiana aparece como un ardiente hilo conductor. Que nadie piense, sin embargo, que aquí estamos hablando de rock cristiano: las letras de este artista siempre han mirado de frente al culto religioso con todo lo que tiene de bondad… pero también con todo lo que tiene de oscuro, entrópico y opaco. Escuchar los fraseos de Beam es como sentir en tus tímpanos la versión acústica de las imágenes del primer Terrence Malick, aquel que tan bien supo plasmar el lado brutal de un sur americano empeñado en enseñar su cara de buen samaritano. De hecho, no resulta gratuito que el título del álbum, «Kiss Each Other Clean«, surja de la última canción: «Your Fake Name Is Good Enough For Me«, una oda de siete minutos que arranca con un tramo de delirio de big band en el que Beam habla de la epifanía que supone, enredados en la maraña de falsedad de nuestro mundo contemporáneo, observar a niños que juegan, cantan y se besan limpiamente los unos a los otros. Llegados al clímax de la composición, sin embargo, esta se quiebra por completo y se escurre hacia un cierre que crece y crece y crece a base de una repeticion obsesiva de lo que debe ser la canción infantil de los niños de la primera parte. Es aquí donde, cerrando el disco, Beam afirma que se transformará en todo un conjunto de contrarios («We will become the sinner and the saint / We will become the bandage and the blade / We will become the fruit and the fall / We will become the caress and the claw / We will becoma both right and wrong…«): la canción y el disco se escurren hacia el fundido a negro por la vía de la reiteración obsesiva, de una transformación proteíca sin fin que abraza las luces y las sombras de la ontología (religiosa para quien no sepa ver la universalidad de su visión) de Iron and Wine. Que cada uno decida si, con «Kiss Each Other Clean», hemos conseguido o no atrapar a este ser mitológico que es Sam Beam. Lo que es innegable es que este moderno Proteo nos ha regalado una visión de futuro luminosa, casi cegadora, justo antes de escaparse hacia la nueva mutación de cuerpo que ya debe rondarle por la cabeza.