En su primer disco, el deslumbrante «Cerulean» (Anticon, 2010), Will Wiesenfeld era ese chico regordete con pinta de personaje manga que se había marcado un debut hipervitaminado de optimismo que se situaba en la línea de salida junto a otras luminarias de la nueva electrónica hiperactiva y desquiciadamente pro-nipona como, por ejemplo, Gold Panda. En su segundo disco, el sublimemente oscuro «Obsidian» (Anticon, 2013), Will Wiesenfeld pasó a ser ese chico terriblemente delgado que había sobrevivido a una enfermedad terrible (un E.coli de caballo, para los que estén familiarizados con esta palabra tan aterradora) que casi le hace pasar al otro barrio y que le condujo a unos terrenos compositivos menos luminosos pero igualmente vitalistas: la muerte aplastada por la vida, por mucho que la oscuridad en este caso le ganara la partida a la luz. Así las cosas, ahora se lanza el EP «Ocean Death» (Anticon, 2014) y Will Wiesenfeld, para empezar, ya no es ningún chico: es un hombre. Y tampoco es ningún hombre marcado por algo externo, ya sea su afición mangaka o su enfermedad terminal. Will Wiesenfeld es Will Wiesenfeld. O, lo que es lo mismo, Will Wiesenfeld es por fin Baths a su máxima potencia musical, sin la vida como excusa.
«Ocean Death«, por otra parte, ya desde su título parece aunar las cualidades de los dos álbums de Baths: por un lado, el océano cerúleo rebosante de vida; por el otro, la muerte oscura del color opaco de la obsidiana. Este mix absoluto de las constantes vitales en las temáticas de Wiesenfeld acaba reflejándose, como no podía ser de otra forma, en las letras de las cinco canciones de este EP, en las que vuelve a aparecer la mortalidad como preocupación, la falibilidad de unos cuerpos en los que estamos atrapados y que están a abocados a la autodestrucción. Esta vez, sin embargo, esta mortalidad convive apaciblemente con el corazón roto que hizo de «Cerulean» un disco de rabia pletórica: las relaciones amorosas fracasadas como campo de batalla del que es imposible no salir con algún miembro herido o cercenado. Baths juega al todo en uno lírico… y pone lo musical al servicio de este propósito.
Curiosamente, y contra la sensación de caos desordenado que transmitían los dos primeros discos de Wiesenfeld, «Ocean Death» se abre ante quien escucha como un viaje, como una experiencia de movimiento desde un punto inicial hasta otro final muy distinto. El EP se abre con la impactante «Ocean Death«, que arranca como un oscurantista corte de teknazo germánico a lo Diamond Version para, de pronto, dejar que la voz de Will se vaya filtrando poco a poco por las grietas del tema aportando luminosidad, obligando a la canción a moverse hacia unas tierras más conocidas en las que Baths juega con un tecno de líneas desdibujadas que podría sonar a Apparat en versión blurred. En «Fade White» sigue el impulso bailable, pero esta vez más cerca de aquella indietrónica que tanto le ha debido siempre a The Postal Service. A partir de aquí, el baile es cortado de cuajo y se imponen unas atmósferas que, sin dejar de ser celebrativas, sí que prefieren la soledad nocturna: «Voyeur» hace pensar continuamente (con muchísima nostalgia) en el Four Tet de «Rounds» (Domino, 2003), «Orator» está más cerca de la melancolía robótica de los mejores The Notwist y, finalmente, «Yawn» obliga a recuperar lo sintético como generador de paisajes de bandas como, por ejemplo, The Books.
En conjunto, «Ocean Death» suena mucho más ordenado de lo que nunca ha sonado Baths. Y no solamente por ese orden pluscuamperfecto de las canciones como viaje de la luz a la oscuridad, sino porque, mientras que Wiesenfeld siempre se había dejado llevar por la hiperactividad, componiendo como quien intenta darle al trastorno por déficit de atención la forma de una canción de tres minutos, ahora parece que se deja seducir por un formato de canción más tradicional, más asible para mentes no aquejadas de ningún tipo de mal cognitivo ni ningún tipo de espíritu espídico. Puede que «Ocean Death» sea menos sorprendente de lo que suelen ser las entregas de b… Pero, curiosamente, estas cinco canciones también suenan a corazón abierto de una forma más sincera de lo que nunca lo había hecho Will Wiesenfeld.