Este fin de semana se estrena «X-Men: Días del Futuro Pasado»… Y nuestra sección de cartelera ni pretende ni consigue ser objetiva al respecto.
[dropcap]N[/dropcap]o sé si en algún momento he intentado que esta sección ostente algún tipo de objetividad periodística, de distancia en la que el «yo» no tenga lugar. Supongo que sí, que al principio me lo curraba e intentaba ser lo más riguroso posible. Pero, llegados a este punto, ya se sabe: la confianza da asco. Así que, ¿cómo no iba a ser «X-Men: Días del Futuro Pasado» el estreno destacadísimo de esta semana? Estaba cantado. Se me ve el plumero a la legua: siempre he sido fan de la saga y, además, siempre he defendido que todo este tinglado que tiene ahora montado la Marvel con sus longevas sagas cinematográficas empezó precisamente con el primer film de Bryan Singer. Él fue el culpable de todo lo que se nos ha venido encima en los últimos años. Y, oye, habrá que darle las gracias, ¿no?
Por eso mismo, no se me ocurre mejor forma de darle las gracias que pasando por taquilla para ver «X-Men: Días del Futuro Pasado«, que viene a ser el regreso de Singer a la saga mutante en un punto particularmente interesante. Después de la segunda entrega de los Hombres X, no sólo fue el director el que pareció abandonar a esta serie de films, sino que también muchos fueron los espectadores que decidieron que hasta aquí habían llegado. Eso fue hasta que, hace un par de temporadas, la muy tremenda «X-Men: First Class» devolviera el esplendor a los chicos de Charles Xavier recurriendo a la treta de ir a los orígenes, a los años 60. Ahora, Singer riza el rizo en «X-Men: Días del Futuro Pasado«: se monta una trama de viajes en el tiempo para poder reunir en la misma película a los X-Men de sus dos entregas y a los de la Primera Clase. Jugada ganadora. Seguro.
Y, aunque tentado he estado de dejarlo aquí, de dejar que «X-Men: Días del Futuro Pasado» brille como única destacada de la semana, había algo que no podía pasar por alto: Carlo Padial vuelve a la cartelera. Y eso, amigos, siempre hay que festejarlo. Para empezar, porque nunca hay que perder de vista a uno de los grandes del nuevo humor lo-fi patrio. Pero, sobre todo, porque «Taller Capuchoc» vuelve a ser un pseudo-documental a la manera de «Mi Loco Erasmus«, aunque esta vez el protagonista sea el mismísimo Miguel Noguera y el árbol caído del que hacer leña sean ni más ni menos que los talleres literarios. Agárrense el estómago, que se prevén risas intensas.