Los protagonistas de este libro van a contracorriente, luchan contra la fuerza del cliché que les oprime en dos direcciones diferentes. Por un lado, el cliché del homosexual imperante en la cultura no homosexual: el amigo bitchy de la protagonista, el tipo traumatizado por su salida del armario o el mamarracho que lo sabe todo sobre moda, dependiendo si nos encontramos ante una comedia romántica, un drama en toda regla o una comedia para aprendizas de Anna Wintour, respectivamente. Lo interesante de «Reykjavík Línea 11«, sin embargo, es que Portero consigue alejarse de los clichés de la literatura no-homosexual sin necesidad de incurrir en esos otros clichés, todavía peores, de la cultura queer. La reciente preponderancia de una cultura de masas pletóricamente gay ha provocado la aparición de muchos productos (centrémonos en la televisión como ejemplo más extensivo) como «Queer as Folk«, menos como «Looking«, realmente pocos como «La Línea de la Belleza» (será que en esta última serie pesaba muy favorablemente la sombra de Hollinghurst, autor de la novela original). A medida que los personajes aumentan en profundidad psicológica y se alejan de la cultura de clubs y esteroides, parece que estén destinados a ser outsiders en la cultura gay imperante.
Y aunque los protagonista de «Reykjavík Línea 11» tienen mucho de outsiders, lo interesante en la propuesta de Portero es que resultan ser outsiders tanto de lo homosexual como de lo heterosexual. Si en algo brilla esta novela es en el retrato expresionista de dos almas marcadas por la imposibilidad de huir de ellos mismos: Arnau (un español que busca una nueva vida en Islanda) y Einar (un deportista islandés marcado por una muerte muy cercana y por una relación de pareja que se reveló como una farsa) no son carne de gimnasio por mucho que uno de ellos se pase media vida en la piscina, tampoco son cruisers habituales de clubs donde la moneda de cambio común es el popper por mucho que su relación se vaya fraguando en bares y entre cervezas, no se pasan el día follando aunque conocen y disfrutan la importancia de un buen polvo… Tampoco se conocen y se aman en una ciudad que encarne el epítome del coolness y la hipsteria: Reykjavík tiene su encanto, pero no deja de ser un pueblo sobredimensionado (tal y como afirma el propio Einar).
De esta forma, «Reykjavík Línea 11» acaba convirtiéndose en un libro que se lee como quien apura una jarra de cerveza: poco a poco, pero con sed, sin pausa, a veces con ansia, sin ganas de que llegue el final. La estructura de la novela, dividida en dos partes (cada una centrada en uno de los dos personajes principales), ayuda a mantener la atención de un lector que siempre está esperando que se revele el origen de los traumas de Einar y Arnau. Y, finalmente, cuando estos traumas salen a la luz, no son para tanto. Nunca son para tanto. Nunca son esa excusa para el drama y la rotura de parejas que se hace tan habitual en otro tipo de literatura. Pero, como decía más arriba, las pretensiones de Raúl Portero están lejos de practicar otro tipo de literatura: ni mejor (y más pretenciosa), ni peor (y más populista)… La intención de «Reykjavík Línea 11» es ser un valioso retrato de otro tipo de homosexuales. Y esa intención es llevada hasta el extremo por Portero con mucho más que solvencia. Lo suyo es una dulce pasión sosegada.