Ritmos eufóricos, medios tiempos magnéticos, melodías cegadoras, estribillos epatantes, guitarras lustrosas, arreglos burbujeantes y letras sinceras y candorosas. Esos son los ingredientes que, dispuestos adecuadamente, se conforman como los ideales para elaborar pop con mayúsculas, del que perdura en la memoria mientras caen las hojas del calendario. Templeton es uno de los grupos españoles que mejor ha sabido manejar esa materia prima para, a partir de canciones sencillas por fuera pero complejas por dentro y unas influencias basculantes entre el indiepop de los 90 y la canción ligera de los 60 de origen patrio, entregar al mundo dos discos, “Exposición Universal” (Subterfuge, 2009) y “El Murmullo” (autoeditado, 2012), que a día de hoy se siguen recordando y reproduciendo con fruición: he aquí las últimas consecuencias que, repetimos, hacen de la inmediatez del pop virtud atemporal. Así que, si la banda cántabra afincada en Madrid quisiera, podría continuar esa senda fijándose con orgullo en su pasado para mimetizarlo en el futuro. Fuese cual fuese el resultado final, seguro que no se desviaría un milímetro de los radiantes renglones sonoros perfilados en piezas como “Las Casas de Verano e Invierno” o, adiós corazón, “Los Días”.
Esa parecía ser la dirección a seguir por los nuevos Templeton (ampliados a septeto con la incorporación de Sara U. Cordero -viola, teclados y coros- y alistados a las filas del sello Sones) cuando desvelaron a principios de este año las primeras pistas del que sería su tercer álbum, “Rosi” (Sones, 2014): “Pálida Camarada” y “Corazón de Hielo” (briosa y muy The Jesus And The Mary Chain la primera; más reposada y etérea la segunda, no incluida finalmente en el LP), que ratificaban el gusto de los cántabro-madrileños por el pop noventero electrificado con dulzura y guiado por fraseos más propios de estándares melódicos de décadas anteriores. Una vez más, la confluencia de estilos dentro de un mismo género consumada por Templeton acertaba en el centro de la diana pop. Pero esa manera de crear estilo, aun manteniendo su puntería, cambió en el momento en que se desveló el verdadero adelanto de “Rosi”: “La Gran Ciudad”, de aire retro y con una lírica compuesta por elementos como ‘coche’, ‘velocidad’, ‘radio’ y conceptos como ‘ciudad’ -en concreto, Madrid- y ‘soledad urbanita’ que encajan a la perfección con su sonido sintético traído de los años 80, nocturno y sugerente.
¿A qué les recuerda todo ello? Efectivamente, a la película “Drive”. Eso sí, Templeton extrapolan su atmósfera a la cotidianeidad del ser humano medio que imagina ser Ryan Gosling al volante de un coche que no llega a la llantas de las ruedas de un Chevrolet Chevelle del 73, tira a la basura cazadoras bomber tras intentar bordar un cutre escorpión en su dorso y tiene los dedos atenazados por el frío al querer lucir mitones de cuero marrón en pleno invierno. Y, en lugar de imitar el hechizo de su ambientación sonora, la reciclan en composiciones que, siguiendo la tradición del grupo por acudir al legado de nuestra historia musical, remiten a referencias como Radio Futura y los acercan a colegas de generación como Extraperlo. Así se aprecia en “Fucsia”, rica en su forma y colorista en el ochenterismo que desprende desde su mismo título. Un influjo que se conserva en pasajes tanto lánguidos y nostálgicos (“Quemado por el Sol”) como dinámicos pero de ánimo derrotista (“Cowboy”) que, si estiramos la metáfora fílmica, podrían aparecer en una versión contemporánea y española de otra obra que transcurre entre calles oscuras, edificios en penumbra y carteles luminosos: “Cowboy de Medianoche”.
Precisamente, el poder evocador de los cortes mencionados más el de la dolorosamente romántica “Noches Blancas”, la líquida y expansiva “Océanos” y la poética “Hortensias” se muestra como la gran baza de “Rosi”, al facilitar que esa parte de su repertorio actúe como catalizador de sensaciones y sentimientos aprehendidos en la noche mientras se oscila entre el insomnio y el sueño, se mezcla realidad y fantasía y se confunde el presente con los recuerdos (y viceversa). De ahí que se puedan interpretar como salidas de tono los tramos en los que Templeton se reflejan en su propio espejo para rememorar épocas anteriores más joviales y enérgicas en “39300” y “El Látigo”. Estos arrebatos guitarreros, sin embargo, son dos (buenas) excepciones que confirman las bondades de “Rosi”: el factor sorpresa, tanto sonoro como textual, que atrapa y conmueve al oyente; y, en último término, la constatación de la versatilidad de una banda, Templeton, que refuerza sus particulares vías de expresión dentro del pop escrito con letras grandes y brillantes e inmune al paso del tiempo.