Seguro que llevas días escuchando «que si el normcore esto» y «que si el normcore lo otro»… Pero, ¿wadafak es el normcore? Destripamos la no-tendencia del momento.
[dropcap]»C[/dropcap]on mi chándal y mis tacones, arreglá pero informal, domingo por la mañana, él me saca a pasear«. Así cantaban para sus adentros las modelas del desfile de Chanel mientras Karl Lagerfeld las llevaba de la mano (metafóricamente speaking) por el súper donde presentó la colección del próximo invierno de la Maison francesa. Colección que mezclaba las incrustaciones caras con la tela de chándal y que hacía realidad la peor pesadilla de nuestras madres: vestirse de escort barata de mafioso ruso para ir a comprar el pan. Chanel en el Mercadona. Ya lo hemos visto todo, ¿no?
Lagerfeld siempre ha funcionado como faro guía y catalizador de todo lo que se cuece en el Mundo digamos Real para adaptarlo a, digamos, el Mundo de las Ideas y de la Moda que se mira a través de los escaparates pero no se toca. Entonces ¿a qué podía venir tamaña tontería como es presentar ropa que cuesta lo mismo que el alquiler de un yate en un entorno tan lowbrow, de clase baja y tan poco del estilo de la compradora objetiva de Chanel como un súper? Dicen los expertos que es porque salimos de la Era de Aquarius y entramos de lleno en la Era de la Normalidad.
¿Me lo explique?
Voy.
Resulta que los hipsters van como la Zarzamora, llora que llora por los rincones, porque ya no se sienten únicos e irrepetibles como copos de nieve. La hipsteria ha dejado de ser algo anecdótico que practicaban diseñadores de moda, diseñadores gráficos y gente de la Ilustración Cultural para calar en los estratos de la sociedad que compran en el Pull&Bear. La clase baja. El populacho. La purria. Lo peorcito. ¡Oh, Dios! La gente «NORMAL».
«Todo el mundo es tan único que ya no se puede ser único. Especialmente en Nueva York«, se queja Kristine Guico, estilista de la Gran Manzana. Horreur. Resulta que todo el mundo lleva barba con suavizante, beisboleras de Open Ceremony, gorras de Stussy y reediciones de Nike. Y, claro, los «especiales», los guays, ya no destacan entre la masa porque vas por Williamsburgh y ya no distingues un hipster de un vendedor de coles. Osea: el DRAMA.
¿Y qué les queda por hacer a esa manada de, digamos, modernos-hipsters-personas que viven por y para la tendencia para diferenciarse de todos aquellos que han hecho suyos los que antes fueron sus usos y abusos estilísticos y de indumentaria? Pues coger la rueda de la Isla de «Lost» y darle una vuelta en la dirección contraria. Si los «normales» visten como los hipsters, pues a los hipsters sólo les queda una cosa para no ser normales: vestirse como la gente normal. Demencial pero cierto.
Seguro que ya habrás leído el término en algún sitio porque está como la lluvia de mayo en Barcelona, goteando de forma incesante pero sin acabar de calar lo suficiente: «normcore«. Palabro que empezó a asociarse a una tendencia de moda a principios de año y que la agencia americana K-Hole se encargó de catalogar en un extenso estudio que se llamaba «Youth Mode: A Report of Freedom» como un nuevo concepto que, dicen, en su esencia va mucho más allá de la pura estética. El normcore es abrazar lo anodino deliberadamente, querer separarse de cualquier rasgo de autenticidad. El normcore es querer ser normal. Pero querer serlo muy fuerte. En plan hardcore.
El uniforme normcore es, realmente, un uniforme: prendas básicas tirando a baratas, cómodas, viejas o usadas que ni marquen ni favorezcan, que simplemente vistan. Como iba tu abuelo pero con intención de «ir» como tu abuelo o como va tu primo, el friki que se cree que aún está en la mili y tiene en casa todos los números de «Jara y Sedal«. El look de turista (bermudas caqui, Birkembergs y calcetines blancos), el combo jerseisito-chaleco de punto de Jerry Seinfeld, los jerséis negros de cuello vuelto con sus bolillas de Steve Jobs, «el minimal es más» que promulgaba Calvin Klein en los 90 y hasta el rollito ugly-nerd de Steve Urkel de «Cosas de Casa« son las claves para entender esta nueva estética que va de no ir de nada pero que, precisamente por eso, sí va de algo. Esa amiga que compra en el Flamingos faldas anchas tobilleras, lleva gafas de metal de abuela, camisas blancas con agujeros y Crocs de los chinos te dirá que no, que ella no es moderna. Es cierto. Es peor que una moderna: es una normcore.
Lo del desfile de Chanel era sólo la punta del iceberg. Las firmas de moda ya están haciendo su ganancia de pescadores para sacar provecho de este río revuelto que han acuñado sobre todo los veinteañero y los cachorros de los años 90, los «Western Millennials y digital natives» que, como siempre pasa, miran hacia atrás con más admiración de la necesaria e intentan imitar lo que recuerdan de su infancia y pre-adolescencia. Ahí están, por ejemplo, los pantalones sobaqueros de paquete ancho a lo «Sensación de Vivir» que ahora lo petan en American Apparel o los crop tops con florecillas que recuerdan al uniforme de Tifanny Amber-Thyessen en «Salvados por la Campana» y que se están esparciendo por las tiendas españolas como el ébola. Desde la firma americana The Gap, epítome de lo anodino, ya se han marcado un tanto y hace unos días tuitearon que ellos llevan «proveyéndote de tus básicos normcore desde 1969«.
Peor aún son las Birkenstocks en versión deluxe y con pelo (sic) de Céline y la forma hórrida en la que el normcore se está introduciendo en las grandes firmas con la excusa de que las blogueras están cansadas de correr por las Fashion Weeks en tacones y ahora lo que se lleva es ir cómoda (al final va a resultar que la culpa de todo la tienen los estilismos imposibles de Anna dello Russo). Estamos a un pelo de coño de que Prada haga una colección con chalecos de pescador y aquí todas locas comprando imitaciones en el Zara.
De hecho, ya hay quien ha hablado de «avant-normcore» al referirse a los desfiles de Rick Owens y J.W. Anderson y a mi, de verdad, ya me duele la cabeza con tanta tontería.
Pero eso no es todo. Como decía más arriba, K-Hole, que es la Madre Del Cordero, asegura que el «normcore» no es una tendencia estética sino un modo de vivir y de entender un lugar en la sociedad. El «normcore» quiere «la libertad de no estar con nadie«: es decir, se supone que aboga por el fin del #postureo, que hay que vivir la vida como se quiera vivirla, y si un día te apetece ponerte a Phil Collins mientras barres el suelo, pues te lo pones. Entre otras cosas el «normcore» apuesta por que dejes la barrita social de Spotify en abierto y no sientas vergüenza de escuchar la mierda que escuchas cuando nadie te ve y puedes ser o no ser. Normcore es ir a ver «8 Apellidos Vascos» y reconocer en Twitter que te ha gustado; o pedir que venga Amaral al Primavera Sound, pero rollo con la mano en el corazón y sintiendo cómo palpita de la emoción al pensarlo, sin rastro de ironía (la ironía es hipster y, por tanto, se nos rompió de tanto usarla).
Estamos a pocos días de ver si el Tsunami Normcore ha llegado a las capitales españolas. El 080 Barcelona Fashion Primavera Sound siempre es el escaparate perfecto para ver qué lleva la muchachada y, si el tiempo lo permite, veremos a toda la Hipsteria Barcelonesa con sus mejores galas. Comprobaremos entonces si la juventud de la Ciudad Condal se ha empollado los artículos de la Dazed y los editoriales de la Hot and Cool o si, por el contrario, el «normcore» es algo que todavía nos queda tan lejos como esa tienda de Uniqlo que nunca acaban de abrir en Barcelona.
Por mi parte, y como conclusión, sólo puedo citar a una Diana Vreeland que defendía que «es mejor tener mal gusto que no tener gusto«. Tenía razón la Vreeland (como siempre): cualquier cosa que venga después (que la habrá), será mejor que la apología de lo gris del «normcore«.