Definitivamente, el híbrido es el signo de nuestros tiempos (culturales). Post-modernidad, que lo llaman. No hay otra salida: cuando la originalidad queda lejos en el horizonte como algo pretérito e inalcanzable, algo que nunca más podrá conseguirse en campos como la música, la literatura o el cine, la única posibilidad pasa por plantarse la bata blanca, convertirse en un científico loco y ver qué ocurre cuando empiezas a mezclar los elementos ya existentes. En el caso de Brunetto, más que tras una bata blanca ha preferido ampararse detrás de una máscara de lobo como la de la portada de su single «Kidult«… Bien oculto detrás de su nueva personalidad superheróica, no sólo ha tomado los géneros musicales como líquidos de diferentes colores con los que rellenar sus probetas antes de pegarles meneos de coctelero sabihondo, sino que también se ha dedicado a juguetear con conceptos subculturales y (por qué no meterme en un berenjenal al afirmar que también se dedica a jugar con conceptos) filosóficos.
El mismo Bruno Garca (que así se llama el hombre detrás del personaje) ha afirmado reiteradamente que el mundo de los cómics ha sido una inspiración para su nuevo «Sheroine» (Irregular, 2014). No se refiere, evidentemente, a las novelas gráficas de autores esnobistas del siglo 21, sino a los comic-books de 24 páginas con los que todos crecimos, vibrando con las aventuras de los X-Men o con las desventuras de Los Vengadores. Ahora puede que estos grupos de superhéroes se perciban con una pátina extra-limpia y brillante gracias a las franquicias peliculeras de la Marvel, pero aquí estoy hablando de otro tipo de imagen: estoy hablando del feeling de un cómic en el que todavía puedes oler la tinta sobre el papel. Un olor a geekism y a outsider que prefiere la auto-exclusión social antes que la sosería del mainstream. ¿Te suena? A Brunetto seguro que también, porque si no es difícil explicar su obsesión por híbridos como «Kidult» (perfecta neologismo para nuestra generación de eternos Peter Panes) o «Sheroine» (que tanto puede entenderse como una súper-heroína con lo femenino al cien por cien o como algo femenino que te provoca adicción). Primera revisión de lo híbrido: partiendo de la subcultura de infancia y trayéndola hacia el presente no como el pago de un tributo a la nostalgia, sino como una seña de identidad a la que no se puede (ni se debe) renunciar.
¿En qué se traduce todo esto si hablamos de lo musical? En la tendencia que muestra Brunetto en este «Sheroine» hacia el rollo cinemático. Pero no el rollo cinemático de ambientaciones islandesas ensimismadas o de multi-instrumentalismo orquestal magalómano típicamente hollywoodiense. Ni hablar. El regusto cinemático de «Sheroine» recuerda poderosamente a esa década de los 90 en la que múltiples artistas provinentes de la electrónica se atrevieron a poner banda sonora a films de diverso pelaje. Y esto es válido desde Craig Armstrong hasta esos The Dust Brothers que el mismo Garca ha señalado en alguna que otra ocasión como una inspiración constante para sus nuevas composiciones (y que resulta especialmente evidente en ese «Evergreen» con voz de I Am Dive que abre el álbum convirtiéndose en un dulce pero cegador faro guía). Eso sí, ya que estamos en los 90, es imposible eludir la sensación de que el resto de elementos que Brunetto hibrida en en interior de las probetas de su «Sheroine» proceden mayormente de la mencionada década milagrosa: Depeche Mode venderían sus riñones por componer una canción como «Kidult» (el segundo faro guía del disco); los beats y samplers de cortes como «Sheroine» o «War Games» remiten directamente a los The Chemical Brothers de antes de llenar estadios; las brumas amenazantes de «Childs of God» o «Your Roof Your Rules» evocan a los Leftfield menos rimbombantes; «Citizen Zombie» es un homenaje al drum’n’bass noventero sin necesidad de sonar ni histriónico ni cansino y tamizándolo a través de la visión de la electrónica post-Autechre…
La filosofía (berenjenal) a la que me refería al principio reside, precisamente, en el resultado de jugar con todos estos elementos para crear diferentes híbridos: los cómics, los géneros musicales, la subcultura, los 90, los referentes artísticos, los superhéroes, las máscaras de lobo… Si el híbrido es el signo de nuestros tiempos post-modernos, también hay otro rasgo de esta era que cada vez se está haciendo más y más común: concebir las obras como work in progress, dejando a la vista de quien mira / escucha un proceso de trabajo puede que imperfecto, pero siempre más interesante que los resultados finales que ya hemos visto una y mil veces. Una crítica posible a «Sheroine» diría que suena a demasiadas cosas, que no resulta homogéneo a la hora de definir sus sonoridades. Otra crítica posible a «Sheroine» (y, a mi entender, mucho más acertada) diría más bien que, tras un pasado en el que Brunetto mostró una adhesión absoluta a un género ya agotado (la electrónica que bebía del post-hip-hop), ahora no sólo decide embarcarse en una búsqueda de nuevos horizontes en los que juguetear alegremente, sino que nos hace partícipe de este proceso y deja al descubierto sus entrañas. ¿Cómo no entrar en su juego? ¿Cómo no chapotear en sus entrañas?