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En numerología, el siete es considerado como un número mágico y místico. Siete son las notas musicales, los días de la semana, las bellas artes, los pecados capitales, los sacramentos, los arcángeles, las vidas de un gato y los enanitos de Blancanieves. Ahora, siete son también los discos que los neoyorkinos Liars tienen en su haber, quedando este número represantado por su último álbum: «Mess» (Mute, 2014). En sus primeros trabajos se movieron, sobre todo, por los territorios del post-punk y el noise rock, cruzando en muchas ocasiones las lindes que los separaban del rock experimental para ir decantándose por este género poco a poco. Con cada nueva entrega nos han ofrecido novedades, reinventándose y no dando lugar al tedio o la repetición, siguiendo una constante y marcada evolución que quedó totalmente reflejada en su penúltimo disco, «WIXIW» (Mute, 2012), con el que hace dos años terminaron un proceso que iniciaron en 2010 con «Sisterworld» (Mute 2010) y que les llevó a la senda de la electrónica. En su sexto álbum cambiaron la estridencia y los guitarreos más «clásicos» por sintetizadores y por una complejidad que nos llevó incluso a pensar en Messiaen («III Valley Prodigies«) y a establecer similitudes con Radiohead («Octagon«). Hoy por hoy, ponderando «Mess» parece que esa evolución sigue su avance frenético e ineludible y que se han dejado caer de lleno en la electrónica, combinándola con elementos dance y aumentando los componentes synth punk con el que alguna vez habían jugado.
«Take my pants off, use my socks, smell my socks, eat my face off, eat my face off, take my face, give me your face, give me your face «… Con estas claras y rudas órdenes a cargo de una tétrica voz de ultratumba arranca «Mask Maker«, dejando claro que un espíritu guerrero y terrorista será el protagonismo del álbum. Ya no hay dudas ni vacilación: cada nota está violenta y perfectamente asentada en su lugar, derrochando altanería y seguridad a raudales. Podríamos decir que este trío, rockero en un principio, se reafirma ante toda las críticas y lloriqueos de «ya no sonáis como antes», declarando abiertamente que estas mamonerías se la sudan y que, si quieren emular un techno industrial a lo Nine Inch Nails pero con una marcada esquizofrenia, lo hacen. Y punto. «Vox Tuned D.E.D.» suena sugerente y sexual, con un Angus Andrew imponente que se mueve por registros graves mientras suenan sintetizadores siniestros, con oscuros efectos y un ritmo imparable que sigue en los marcados beats de «I’m No Gold«, llena de loops, giros imprevistos e incluso efectos cómicos (ese sintetizador fantasmagórico, medio en broma medio en serio del minuto 3:50). «Pro Anti Anti» introduce unos coros sepulcrales y decadentes mientras se juega y marea la perdiz con los dos temas principales de la canción que son presentados en los primeros segundos, ofreciendo unos minutos finales algo más amables que flirtean con la pentatonía. «Can’t Hear Well» deja a un lado la estridencia, funcionando a modo de interludio y tiempo de reflexión (pero no por esto y su gran diferencia con el resto de los temas tiene que ser pasada por alto: da gusto escucharla), dando paso a la ya conocida»Mess On A Mission» y su frase lapidaria «facts are facts and fiction’s fiction» que antecede y sucede a un frenético y delirante estribillo.
La segunda mitad del disco comienza con «Darkslide«, puramente instrumental y una rayada mental de las buenas. Con «Boyzone» parece que también van a tirar por lo instrumental, pero en el ecuador del tema entra la voz tan decrépita como siempre, este tema nos remite a la típica y cultivada oscuridad a la que Liars nos tienen acostumbrados y que se mantendrá en el resto de los temas que quedan por venir. «Dress Walker» te deja un poco descolocado en un primer momento, con un efecto vocal de vocoder chungo pero resultón, poco a poco va cogiendo forma pero no termina de cuajar. Con «Perpetual Village» nos adentramos en el inicio de un final titánico que se pierde por atmósferas etéreas, con una escisión en el minuto seis tras la que la música vuelve a la carga con un sonido revitalizado. Este anuncio del fin culmina con la monumental «Left Speaker Blown«, traslúcida y cristalina, con un Andrew susurrante que compite delicadamente en presencia con un pequeño y delicioso tema en el sintetizador. La música muere de la forma más natural que podamos imaginar, quedando un punto y final inmejorable.
¿Qué más se puede decir? Que menudo discarral se han marcado los cabrones.