La Marca España de los políticos es algo bochornoso y mamarracho… Pero, ¿no ha llegado ya el momento de mostrarnos un poco más orgullos de nuestra Marca España musical?
[dropcap]M[/dropcap]arc DeMarco, Daniel Van Lion, Linda Guilala, C. Tangana, Aries, Angel Olsen, Burrito Panza, Kresy, Owls, The Mary Onettes, Tigres Leones, Future Islands, Whomadewho, When Nalda Became Punk, MØ, Kylie Minogue, Novedades Carminha, Naica, The War on Drugs, Viento Smith, Remate… Un dos tres, responda otra vez: ¿cuál es la tendencia más recalcable observada en toda esta ristra de nombres? Algunos datos más para ayudar con la respuesta: esa ristra de nombres se corresponde a los artistas que han protagonizado las últimas 21 críticas de discos que hemos publicado en Fantastic Plastic Mag. Ahora ya se ve claro qué es lo que intento subrayar con esa lista, ¿verdad? Evidentemente, lo que aquí canta como un gallo mañanero es que más de la mitad de esas críticas han sido de discos nacionales. Un total de 12 sobre 21. Nada mal, si tenemos en cuenta que somos un medio en el que sólo se publica una reseña por día y que, hasta el momento, casi siempre habíamos priorizado lo internacional por encima de lo nacional.
No, no estamos cambiando de rumbo porque, al fin y al cabo, en esta web siempre hemos intentado prestarle mucha atención a la música española… Pero permitidme que haga otro pequeño inciso explicativo para seguir afinando lo que quiero decir. En FPM, el sistema de reseñas no es que sea ni muy elaborado ni muy férreo: antes de que se acabe el mes en curso, yo mismo le paso a los colaboradores una lista con los lanzamientos discográficos del mes que viene para que hagan sus «peticiones» y así empezar a repartir ya los textos críticos. Resulta que, desde que descorchó el año 2014, la cosa ha ido de mal en peor en lo que respecta a lanzamientos internacionales: otros años, la tónica habitual había sido que sobrevolaran las hostias amistosas y los puñales cachondos para hacerse con las múltiples joyitas musicales que se lanzaban al mercado semana sí y semana también. De hecho, en muchas ocasiones teníamos que dejar fuera de nuestra sección de críticas algunos de esos discos porque, básicamente, no dábamos a basto. Pero como decía: desde enero de este año, cada vez que enviaba una lista de lanzamientos mensuales, la respuesta de los redactores era primordialmente tibia. Y no precisamente porque nuestros colaboradores sean tibios (más bien todo lo contrario: deberíais ver nuestro grupo privado de Facebook).
Simple y llanamente, los lanzamientos discográficos internacionales no están siendo para tirar cohetes. Y, en contraposición, hemos ido observando cómo el tramo de lanzamientos nacionales ha ido ganando no solamente terreno, sino también relevancia. En estas estábamos cuando Jose A. Martínez, uno de esos redactores que a veces va un paso por delante, respondió un mail de reparto de discos alegando que, básicamente, suerte teníamos de estos los lanzamientos nacionales que nos están alegrando el año, porque realmente en el panorama internacional está muy mal la cosa. Da que pensar.
¿Resulta oportunista venir a cantar aquí las bondades de la escena nacional sólo cuando el panorama internacional se encuentra en situación de debilidad? ¿No deberíamos vanagloriarnos de haber visto con mayor claridad el tesoro musical patrio cuando la marea (el tsunami) internacional ha apartado sus aguas? Puede ser. Que cada uno piense lo que quiera y, si su conciencia le dicta tacharnos de oportunistas (pese a que reitero que por aquí siempre le hemos dado mucha coba a la música nacional), que lo haga. Lo que a mi me interesa, al fin y al cabo, no es poner el foco sobre el carácter excepcional de una situación actual que volverá a lo «normal» en cuanto nos empiecen a llover grandes lanzamientos desde fuera de nuestras fronteras, sino más bien sacar a la superficie unos hechos que están a punto de soldificarse en algo mucho más grande.
Puede que esté pecando de optimismo recalcitrante, pero lo cierto es que no recuerdo una escena tan burbujeante desde aquella bonanza de los 90s que tuvo su particular amplificador en el FIB de la primera década. Sí, claro, evidentemente en la última década han habido grupos interesantes, propuestas relevantes y artistas incontestables… Pero también es cierto que no había un sentir nacional homogéneo y, puede que aquí me esté arriesgando demasiado en lo que digo, pero sobre todo faltaba la capacidad del público para creerse la escena española, para abrazarla como algo más que una mímesis de otras escenas pero con letras en castellano (o catalán o euskera o lo que sea). Aunque, al fin y al cabo, todo se reduce a un acontecer básico: la crisis. No hay vuelta de hoja. La mencionada bonanza de los 90s se convirtió en una burbuja que, como todas las burbujas creadas en aquella década, explotó un tiempo después llevándose por delante lo que muchos creían un emporio musical indestructible (e incluso creando un ánimo de desconfianza entre el público potencial de esa industrial). El tiempo ha probado que aquella situación no era sostenible y que, a día de hoy, aquellos que quieran ganarse la vida con la música van a tener que optar por una humildad de formas muy lejos de los despachos de las majors que proliferaron un tiempo atrás.
De ahí nace la verdadera fuerza nacional de la música actual. Ahora ya sólo quedan los dinosaurios y los supervivientes que han sabido adaptarse al nuevo paradigma de la (no) industria musical. En sus periferias bailan alegremente todo un conjunto de jovencísimas bandas que no tienen ni repajolera idea de qué fue aquella bonanza, que no quieren un contrato con una discográfica gigantesca y que, sobre todo, le ponen unas ganas y un ímpetu sincero y entregado. Por fin en la música nacional hay una «actitud» que no tiene nada que ver con la «pose»: los hijos de la crisis musical están haciendo maravillas con dos duros, con tres palos y cuatro piedras. Y el motivo principal está más que claro: hacen lo que hacen porque quieren hacerlo, no porque quieran forrarse a costa de un sistema mercantil caduco que nunca volverá. Pensando en todo esto, joder, ¿no deberíamos estar orgullosos por una vez de esa Marca España que, si es mentada por ciertos políticos suena a mamarrachada (y levanta en ti ganas de quemar containers), pero que si la usamos para alardear de la escena musical resulta que no está tan mal?