[dropcap]I[/dropcap]sabel Fernández Reviriego ha conseguido que su proyecto personal, Aries, se haya vinculado de una manera natural e indisociable a su nombre y figura hasta el punto de casi olvidar su pasado como integrante primordial de Charades y Electrobikinis. Vendría a ser el ejemplo perfecto de cómo un músico, una vez que decide volar en solitario tras vivir experiencias compartidas en grupo, debería concebir su nueva andadura para adquirir personalidad plena y, en último término, obtener el reconocimiento merecido. Su debut en largo bajo la denominación de Aries, “La Magia Bruta” (BCore, 2012), fue el disco que permitió que la bilbaína afincada actualmente en Vigo alcanzara ambos objetivos, dejara de ser una sorpresa para muchos -especialmente para los seguidores de las dos bandas en las que había militado anteriormente- en su primeros pasos y se convirtiera en un valor a seguir con atención dentro de la escena pop patria gracias a un álbum que fue creciendo poco a poco en muchos oídos y unos conciertos en los que sus canciones se adueñaban de la audiencia a través de una delicadeza, una dulzura y una timidez adorables.
Para dar forma a su continuación, “Mermelada Dorada” (La Castanya, 2014), Isa repitió proceso creativo -con cambio discográfico de BCore al sello La Castanya incluido- rodeándose de varios artistas amigos. Junto a ella -transmutada otra vez en chica-orquesta-, aparecen Jose Vázquez a las percusiones y teclados, Alba Blasi a los coros y teclados, Inés Martínez y Joan Colomo a los coros, Andrés Magán a las guitarras y el ubicuo Santi Garcia a la producción (de la que se encargó al alimón con Vázquez y la propia Isa) como colaboradores de lujo que pusieron su grano de arena para que la deliciosa confitura que es “Mermelada Dorada” funcionara como el gran salto hacia delante de Aries: si en su debut reflejaba diferentes vías expresivas, una utilización de recursos formales no manejados antes y una inclinación hacia inéditas o renovadas referencias estilísticas para definir su identidad sonora, en este disco recicla esa completa declaración de intenciones en potentes virtudes que consolidan su marca personal.
Reza el dicho que no se debe juzgar un libro por su portada. Y un disco, tampoco. Pero el caso de “Mermelada Dorada” es diferente: el exuberante collage que compone su tapa -con la imagen de Isa bien visible en medio- y su sensorial y sugerente título ayudan a intuir el resplandeciente brillo que desprende su interior. “Visiones”, el tema de adelanto de este trabajo, fue un apropiado anticipo de ello al sorprender por un poderío pop que contrastaba con el tono reposado que había definido el discurso sonoro de Aries desde sus inicios como tal. Eso sí, en dicha pieza se conserva su característico embrujo melódico, alimentado por una voz y unos coros magnéticos. No es casual, por tanto, que este corte actúe como arranque del disco, ya que predispone al oyente para que asimile correctamente el dinamismo rítmico de las posteriores “Migrañas” -aderezada con una refrescante percusión sobre la que se despliegan tenues acordes eléctricos- y “En el Sur” -prima hermana de “Visiones”-.
Pero “Mermelada Dorada” no funciona como un álbum absolutamente revolucionario o rupturista dentro del universo de Aries. Por un lado, las letras vuelven a apelar a una enigmática segunda persona del singular que recibe los mensajes de cariz redentor y confesional de canciones como la colorista “Si Te Desanimé” o “Sólo Quedas Tú”. Por otro, las nuevas composiciones poseen mayor cuerpo que sus predecesoras en «La Magia Bruta», pero se sustentan sobre esquemas similares -sin abandonar su raíz folk- para seguir transmitiendo luminosidad (“Luz Dorada”), positividad (“Desde Hoy”, que se balancea entre segmentos lo-fi y cuasi tribales) o ensoñaciones poéticas (“Moverme de Aquí”). Elementos que se relacionan tanto con el aura espiritual del álbum (en este apartado destaca “El Ritmo del Fuego”, por su simbólica reivindicación individual) como con su poso psicodélico, expresado en la final y extensa (once minutos) “Transmisión”, que captura la esencia libérrima y expansiva de “Mermelada Dorada” suspendida en el aire entre efluvios narcotizantes (aunque sin efectos secundarios nocivos), recuerdos a la lisergia musical sesentera y aromas exóticos (de influencia oriental).
Si con “La Magia Bruta” nos imaginábamos a Aries en imposibles pero bellas estampas bucólicas a la orilla de la Ría de Vigo acariciada por los aires atlánticos, con “Mermelada Dorada” vemos cómo su cuerpo se va despegando de la tierra y su alma artística va ascendiendo imparable hasta mostrarse como una referencia indiscutible dentro del (folk)pop evocador creado aquí y más allá.