Tengo que reconocer que ya nunca escucho el debut de Hospitality, el homónimo «Hospitality» (Fire Records, 2012). O, por lo menos, ya no lo escucho «entero». También hay otra cosa que he de admitir: sigo escuchando con frecuencia el temazo «Argonauts«, e incluso hay ocasiones en las que caigo en un bucle de melancolía inducida por ese mantra final en el que Amber Papini canta «Lock the door and throw the key away / Something told me I should leave right away» (para cambiarlo a continuación por un juguetón «Lock the key and throw the door away«). Y mira que la primera vez que escuché «Argonauts» me jodió pensar que este es el tema que los Tennis primerizos persiguieron con ahínco, el corte que podría haber marcado la diferencia a la hora de convertirlos en algo verdaderamente grande. ¿A qué viene toda esta perorata? A que Hospitality acaban de lanzar su segundo álbum bajo el título de «Trouble» (Merge, 2014) y que es inevitable que me pregunte: ¿tendrá mi obsesión con «Argonauts» alguna continuación en este disco?
No apresuremos respuestas. Hay una cosa que tiene que ser dicha cuanto antes mejor: estos Hospitality no son los mismos Hospitality de su debut. Está claro que un primer disco siempre puede valerse de la coartada del sonido lo-fi, de la ramplonería y la simpleza a la hora de trazar las líneas instrumentales, y que esta coartada va a ser considerada parte de su charm primerizo. Pero es una coartada que se agota precisamente en el debut: un segundo álbum ha de traer consigo, necesariamente, una sofisticación que nos permita a los periodistas justificarnos con la mandanga habitual de la «madurez». En este caso, sí: «Trouble» muestra a unos Hospitality más maduros. Y como si de una secuela cinematográfica se tratara, resulta que también nos muestra a unos Hospitality más oscuros.
Hay en este álbum una mayor concreción a la hora de definir los aciertos de sus canciones: cuando quieren mostrarse duros en su visión despiadada de los synths & guitars de los 80, lo bordan (como, por ejemplo, en «Rockets and Jets«); cuando quieren heredar el espíritu del CBGB, lo hacen aplicándole varios filtros pop de Instagram (la deliciosa «I Miss Your Bones«); cuando persiguen el zeitgeist dreamy de la década maravillosa que ya ha sido mencionada suficientemente en esta reseña, se descuelgan con un tema sublime como «Going Out«; cuando tiran del recuerdo de la radiofórmula ochentosa más synthera, despachan un tema hipnótico como «Last Words«; y cuando deciden parar la maquinaria y bajar las revoluciones, lo hacen con tanto acierto como en la dupla que cierra el disco (con la trompeta bella-hasta-decir-basta de «Sunship» y con la bossa-pop adorable de «Call Me After«).
No hay duda de que todo lo dicho son aciertos a tener en cuenta: donde Hospitality han puesto el ojo, también han puesto la bala. Pero los aciertos individuales no tienen por qué conformar un acierto global… Y es aquí donde hace aguas «Trouble«. Los de Papini están jugando a ser muchas cosas, pero llega un punto del álbum en el que «muchas» se convierte en «demasiadas», y resulta prácticamente imposible atrapar las constantes del sonido de la banda. Puede que, al fin y al cabo, Hospitality estén probando variaciones a la búsqueda de un sonido contundente y reconocible. Si es así, hay que reconocerles el mérito: sus pruebas se traducen en resultados mucho más que solventes. Aun así, esa solvencia sólo alcanza lo realmente memorable en los dos temas que abren el disco («Nightingale» y, sobre todo, «Going Out«), de tal forma que, a partir del tercer corte, «Trouble» se convierte en una deriva desorientada. Una deriva a través de un océano de colores brillantes y cielos azules que hacen daño a la vista de tan bellos que son, pero una deriva al fin y al cabo.
Eso sí, tampoco voy a protestar: «Hospitality» me dio un tema ideal para mi obsesión-compulsión más nostálgica, y «Trouble» me ha regalado dos canciones a ese nivel. Como le decían a mi hermano en la escuela (porque yo era un empollón bastante insoportable): Progresa Adecuadamente.