Puede que en España la tradición de las viñetas en los diarios sea algo que practicamos, sí, pero que nunca ha llegado a tener una proyección y una importancia tan vital como en el caso de EEUU. Allá, este tipo de viñetas diarias que abordan la actualidad no sólo son un canon absoluto, sino que además son lectura obligada para cualquiera que quiera estar mínimamente al día. Vamos, que en nuestro país el café de la mañana al lado de la máquina en la oficina se hace hablando de «Sálvame» y, cruzando el charco, más bien lo que hacen es comentar la actualidad política y social gracias a este tipo de viñetas. También puede que estemos incurriendo en un alarmante caso de «la hierba siempre es más verde en el jardín del vecino»… Pero, ¿qué queréis que os digamos? Nosotros vemos un libro como «La Oficina en The New Yorker» y se nos caen un poco las bragas al suelo.
¿Por qué? Porque este tomo, publicado ahora en nuestro país por Libros del Asteroide (que, por cierto, ya había publicado anteriormente otra antología de viñetas de esta misma publicación bajo el nombre de «El Dinero en The New Yorker«), nos presenta la oficina de The New Yorker como un oasis de inteligencia en el que a muchos nos gustaría vivir. La horripilante experiencia del lunes por la mañana, el imprescindible mantenimiento de las apariencias, la supremacía del marketing por encima de todas las cosas, esas reuniones que parece que no tengan fin, el rollo workaholic, las llamadas en espera… Todo parece más divertido en «La Oficina en The New Yorker» gracias a la selección de viñetas de Jean-Loup Chiflet, realizadas por luminarias como Charles Barsotti, George Booth, Tom Cheney, Leo Cullum, Richard Decker, Edward Koren, Lee Lorenz, Robert Mankoff, William Steig, Barney Tobey o Peter C. Vey. Lo dicho: envidia… de la sana. (O no.)