Antes de empezar a hablar de “Biutiful”, me gustaría comentar que nunca he sido demasiado amigo del cine de Iñárritu. Aún recuerdo la tarde en la que descubrí su opera prima, “Amores Perros” (2000), en algún cine de Barcelona. El desgarrador retrato de las entrañas de México que allí se mostraba me dejó totalmente compungido, y la visceralidad e hiper realismo de sus imágenes me fascinó. Pese a esto, todo el conjunto me resulto aburrido y un tanto pretencioso. La película contó con el favoritismo tanto de crítica como de publico, cosechando infinidad de premios en cada uno de los festivales en los que era seleccionada. Con semejante currículo, era de esperar que el director no tardara en ser tentado por el star sytem americano, realizando allí su siguiente trabajo: “21 Gramos” (2003).
A diferencia de muchos otros cineastas que han dado el salto a Hollywood, el cambio no le afecto en absoluto a Iñárritu, ya que pudo seguir siendo fiel a su estilo, exportando también a parte del equipo con el que ya había trabajado anteriormente. De sobras es conocida su estrecha relación profesional con el guionista Guillermo Arriaga, que hasta “Babel” (2006), fue autor de los libretos de sus tres primeras obras (parece ser que una clara lucha de egos terminó por separarles, haciendo que cada uno se buscara por su cuenta sus propios proyectos). Con “21 Gramos”, Iñárritu repetiría la misma estructura no lineal de su anterior trabajo para mostrarnos cómo el destino unía a tres personajes a través de la pérdida de un ser querido, derivando en una ostentación malsana del drama y la miseria, y consiguiendo que su discurso final resultara distante y falso. Un tiempo después, guionista y director escogieron el título de “Babel” para hablarnos de la incomunicación. Sin lugar a dudas, lograron su objetivo, ya que no hay comunicación posible entre el espectador y las múltiples historias que nos cuentan sus imágenes, siendo esta una de las películas más pedantes y demagogas que se han estrenado en años.
Al prescindir totalmente en “Biutiful” de Guillermo Arriaga, no eran pocos los que le auguraban un estrepitoso fracaso al director. Una vez vista la película, sin embargo, hay que reconocer que la separación profesional tampoco ha sido tan dramática (artísticamente hablando) como se esperaba. En la nueva cinta de Iñárritu encontramos más de lo mismo, aunque esta vez se haya optado por no hacer una película tan coral como las anteriores y narrarnos la historia de manera lineal. Aquí, una vez mas, volvemos a toparnos con esa misma ostentación hacia el catastrofismo barato que recuerda a algunos noticieros de cierta cadena privada. La ausencia de Arriaga se nota en la carencia de sus contundentes diálogos y en la poca convincente construcción de los personajes, sobre todo en lo que se refiere a los secundarios.
La cinta nos cuenta la historia de un hombre que, al saber que está al borde de la muerte, hará todo lo posible para intentar darle a sus hijos un futuro más esperanzador que el que él no tuvo en vida. A través de su trama principal, Iñárritu nos habla también de la explotación que reciben los inmigrantes ilegales en nuestro país, obligados a malvivir noche y día en talleres clandestinos y realizando todo tipo de trabajos a cambio de casi nada. La ciudad de Barcelona y su amalgama de culturas, se muestran como un personaje más (magistralmente retratadas por la fotografía de Rodrigo Prieto) que nada tiene que ver con el retrato de postal barata que hicieron de ella otros cineastas. Aquí se nos muestra a una ciudad interracial que, bajo la óptica del director, parece sacada literalmente de una película de terror: una ciudad desesperada, que respira, sufre y agoniza al igual que los personajes que la pueblan.
Hay que reconocerle a Iñárritu se peculiar visión de la sociedad actual: una estructura totalmente alienada, poblada de personajes solitarios, insatisfechos y evocados al fracaso que intentan salir adelante sobreviviendo al día a día a costa de lo que sea. Por otra parte, también es necesario afrontar otra realidad: el director se erige como el pornógrafo de la miseria y desgracia humana del siglo XXI. Todo ese catastrofismo y tremendismo es un arma de doble filo, ya que mostrado en exceso, puede resultar impostado, falso y ridículo como ocurre en todos los títulos del cineasta. “Biutiful” no es una excepción: hay intención de mostrar y explicar, pero a medida que avanza el metraje cuesta más creer en lo que te están contando debido a su inverosimilitud. Tampoco ayuda el que la película se vea lastrada por todas las metáforas y simbolismos baratos que impregnan varios de los planos, y que son más propios de un estudiante de cine primerizo que de un cineasta experimentado. Como, por ejemplo, pájaros volando a contracorriente, manchas de humedad en las paredes que se van incrementando a medida que avanza el relato… Recursos que el cineasta ya había utilizado anteriormente. Al final, parece que todo se reduzca a un concurso para ver qué personaje luce las ojeras más marcadas y el rostro más desesperado. Hay varias situaciones que no aportan nada al relato (como todas en las que aparecen los dos asiáticos homosexuales) y la guitarrita de Gustavo Santaolalla en la banda sonora ya hace años que cansa, la verdad.
El triunfo más grande de “Biutiful” lo encontramos en Javier Bardem, quien se llevó el premio al mejor actor en la pasada edición del Festival de Cine de Cannes. El actor compone un personaje completo y complejo, haciendo que su interpretación sea una de las más brillantes y memorables entre las que ha acumulado hasta la fecha. Él es el pilar en el que se sustentan todos los personajes, mostrándose siempre equilibrado, comedido y en ningún momento sobreactuado, pese a estar constantemente rodeado por la muerte.
Todos y cada uno de los actores están excelentes, en especial Guillermo Estrella y Hanaa Bouchaib, quienes interpretan a los hijos del protagonista. El momento en el que Bardem se despide de su hija diciéndole que recuerde su rostro para no olvidarle pone la piel de gallina, por citar sólo uno de los encuentros que el personaje mantiene con su prole. También hay que mencionar a Eduard Fernández, uno de los mejores actores que tenemos en nuestro país y que aquí da vida al hermano del protagonista.
En resumidas cuentas, hay que reconcer que “Biutiful” es una película tramposa, demagoga y, a veces, pedante; pero su director, guste o no, ha sabido posicionarse en la industria del cine como uno de los talentos más interesantes y relevantes del panorama cinematográfico actual. Ahora bien, admitámoslo: en vez de llamarse “Biutiful”, la película podría titularse “The Walking Dead”. Un punto de humor no le vendría nada mal.
[Àlex Aviñó D’acosta]