Tras el estreno de «Juno» (2007), no tardaron en aflorar comentarios negativos sobre la excesiva ligereza con que se trataba el embarazo adolescente en el film protagonizado por Ellen Page. Pero Juno era joven, y su perspectiva despreocupada sorprendió y cautivó a muchos otros. Si de algo podemos alardear los seres humanos es, sin ninguna duda, de nuestra capacidad de sorprender y de ser sorprendidos, de esa habilidad para hacer algo inesperado, para reaccionar de manera extraordinaria o fuera de lo común ante una pequeña mota que, en ojo ajeno, no parecía tan molesta. Fue el caso de «Juno» y, por ejemplo, de «Declaración de Guerra» (2011), una película fresca y ácida, una vuelta de tuerca a una visión generalizada de nuestro comportamiento ante la enfermedad. Heredando el ángulo de visión de estos filmes (desgarradoramente desenfadado), este año llega a las pantallas «Alabama Monroe» («The Broken Circle Breakdown«), una película belga cuya impotente energía desemboca en un desalentador drama.
La premisa es básica: dos jóvenes se conocen, se enamoran y, de manera accidental, tienen una hija. Los sucesos alrededor de la situación de enfermedad de la pequeña nos irán revelando poco a poco los sentimientos más íntimos de los integrantes de esta familia amante de la música country. Este filme bien podría ser un engranaje de escenas soporíferas donde el drama lo abarca todo pero su director, Felix Van Groeningen, decide pasar la pelota al espectador. Decide que los flashbacks de los primeros encuentros de la pareja lo inunden todo; decide dar una de cal y una de arena. Podría decirse que, sobre una herida ya abierta, el director prefiere arrojar sal a hacer nuevos cortes. Sabe que, con una catástrofe panorámica de fondo, el primer plano de una sonrisa es mucho más desgarrador que el de una lágrima.
La pareja protagonista, aunque condenada a la divergencia, camina por el film de manera paralela, en un striptease sentimental donde las canciones country que interpretan junto a su grupo van tejiendo una tupida red de emociones confrontadas que terminarán por enviarles en direcciones opuestas. Estas composiciones son, además, el ultimo pilar en el que se apoya el director para que su arma de doble filo sea efectiva, consiguiendo un mayor efecto sentimental que un melodrama sin tener que pasar por las mismas causas.
A lo largo del film, poco a poco, y al igual que la unión de los personajes, esta estrategia se va difuminando hasta dar paso a todo lo contrario, de tal forma que las duras imágenes a las que al principio se les quitaba hierro acaban convirtiéndose en granos de arena que los personajes rápidamente consideran montañas.
«Alabama Monroe» no traza una línea recta, sino todo lo contrario: traza una línea que sube y baja con destreza, como si los personajes siguiesen el camino marcado por su propio electrocardiograma en una situación tan amarga como esta. Funciona como una suave cápsula que tragas sin apenas darte cuenta, pero cuyo ácido contenido, por fuerza, explotará en tu interior.
[Elena Eiras]