Larga noche de piedra sobre nuestras cabezas; frío que corta en mil pedazos nuestros cuerpos; malas noticias que corroen las entrañas; discursos vacíos y malos viajes a un ayer que parecía superado; bajada de moral y subida del precio de la vida… Y, a pesar de todo, la música se abre paso, atravesando este panorama tintado en blanco y negro y recordando que es posible combatir cualquier lacra imaginable bajo su amparo. Por ejemplo, tan acuciante como las demás, la violencia de género, contra la cual el ciclo Voces Femeninas extiende su especial batallón musical desde el año 2008 formado por artistas de (reconocido o por descubrir) prestigio dentro de la escena alternativa global. En su sexta edición, el evento organizado por el colectivo gallego Coconut Producciones contó con tres fulgurantes nombres capaces de derribar las barreras de los oídos más selectos, exigentes y que sólo se abren de par en par estimulados por propuestas personalísimas y refinadas: Lady Lamb The Beekeeper, Torres y Anna Ternheim.
Un trío de perseidas terrenales que, tras hacer lo propio días antes en el Teatro Lara de Madrid y el Teatro Principal de Ourense, economizó sus recursos presentándose en solitario para dar lustre a sus respectivos repertorios regados de pop, rock y folk y elevar el manido concepto de ‘menos es más’ a la categoría de excelencia. Lo hacían bajo el icónico rostro que presidía el decorado del Teatro C. C. Fundación Novacaixagalicia de Vigo: el de Patti Smith, figura histórica a la que se dedicó el Voces Femeninas 2013. La guitarra (eléctrica y acústica) fue el común denominador de la velada, al que se sumó la imponente presencia del piano y unas interpretaciones que sobresalieron por su brillantez, hermosura y entrega. Un derroche de sensibilidad y energía sobre las tablas que se acentuó por la manera en que la iluminación incidía directamente en cada una de las protagonistas y la oscuridad difuminaba el resto del decorado del clásico recinto vigués.
Aprovechándose de esa misma negrura artificial, Aly Spaltro, alias Lady Lamb The Beekeeper (en la foto que encabeza este post), emergió con sigilo del backstage para, casi sin poder ser distinguida, arrancar su actuación ejecutando a capella “Up In The Rafters”, intensa introducción que dio paso a un set que transitó por cautivadoras simas emocionales y arrebatadoras cimas eléctricas. A lo largo de esa peculiar montaña rusa, la norteamericana tanto acariciaba con cuidado y extrema agilidad las cuerdas de su guitarra -quebrando los ritmos a su antojo- como llevaba su voz al límite para demostrar que bajo su frágil y tímida figura se esconde una cantautora sólida y, cuando lo desea, impetuosa. Su álbum de debut oficial, “Ripley Pine” (Ba Da Bing Records, 2013), fue la base de su concierto (de él rescató “Florence Berlin” o “Crane Your Neck”), aunque también recordó algunas canciones de su amplio corpus creativo (como “Sunday Shoes”) haciendo crecer su figura ante el micrófono con el paso de los minutos.
Torres -apodo artístico de Mackenzie Scott– calcó el formato elegido por su compatriota y amiga Aly Spaltro, aunque le aplicó un mayor nervio. Por ello, no importó que apareciese sola con su guitarra y la pedalera de efectos, ya que supo trasladar a la atenta audiencia los matices dramáticos que definen su primer disco, “Torres” (autoeditado, 2013), candidato a colocarse entre lo más destacado de la cosecha de este año. Así, por un lado, su voz desgarrada reflejaba que la de Nashville no quería guardarse un gramo de la fuerza lírica que recogen sus composiciones; y, por otro, sus firmes punteos y sus acordes reverberados marcaban el paso con rigor, haciendo que la mezcla resultante rebosara magnetismo. Tras su concierto, alguien se aventuró a afirmar que Torres no dejaba de ser una versión descafeinada de PJ Harvey. Craso error. Es, simplemente, distinta: bastó con observar su ademanes expresivos, la forma en que tensaba y movía su cuerpo y su habilidad instrumental para certificar que su despliegue en el escenario no resultaba impostado ni forzado, sino tan sincero y honesto como los versos de sus canciones. A varias de ellas añadió una suavidad, una tristeza y una pátina entre nostálgica y evocadora que, de entrada, sorprendían, pero que al final se revelaron como características fundamentales de una artista que ya hace tiempo que dejó de ser una revelación para convertirse en una gran realidad y que en directo vive en carne propia cada palabra pronunciada y cada movimiento de su púa.
De un modo similar, aunque con más sosiego y parsimonia, Anna Ternheim se alternó al piano y a la guitarra acústica para desarrollar una actuación impecable y muy sentida. En su caso, materias sensibles como el amor y el desamor y otras historias reales llegaban al oído con extrema docilidad, ya fuera originada por las teclas blancas y negras (como en la inicial “Shoreline”) o por las seis cuerdas (“You Mean Nothing To Me Anymore”). La sueca hizo un placentero recorrido por su ya amplia discografía realizando paradas en forma de nobles confesiones amorosas (“The Longer The Waiting (The Sweeter The Kiss)”, “Terrified”), arrebatos de feliz melancolía típicamente nórdica, cálidos arrullos para el corazón (“I’ll Follow You Tonight”) y progresiones pianísticas de épica contenida (como en la fantástica relectura de “Girl Laying Down”) que componían una agradable atmósfera. Bajo su influjo, los vellos de los asistentes se erizaron todavía más en un epílogo en el que Ternheim abandonó el micrófono para acercarse al borde del escenario e interpretar a pleno pulmón “Let It Rain” -profunda y sobrecogedora, en consonancia con la trágica historia familiar en la que se basa- y, ya en un conciso bis, ofrecer una cristalina “My Heart Still Beats For You” que condensó la esencia del cancionero de la multi-instrumentista de Estocolmo y su virtuosa traslación sobre las tablas.
No resultó extraño, por tanto, que Anna Ternheim recibiera un ramo de flores como regalo por su magnífica demostración. Ni tampoco que las tres estrellas de Voces Femeninas 2013, reunidas para despedirse conjuntamente, fuesen ovacionadas con un largo y merecido aplauso por la manera en que lograron que la tormentosa realidad que nos rodea, con todas sus desgracias y desdichas, se disipase por unos mágicos instantes.
[FOTOS: Nacho Iglesias para Lados Magazine]