Resulta difícil imaginar «Revolución» en su formato original: supuestamente, el total de nueve relatos cortos (y no tan cortos) que se incluyen en este tomo debían ir acompañados de la historia de Samantha, la protagonista de «Exilio», la primera entrega de la Trilogía Africana de Jakob Ejersbo. Según Johannes Riis, sin embargo, cuando recibió este paquete de historias sufrió una revelación que le condujo a sugerir a Ejersbo separar el relato de Samantha y publicarlo como el primer tomo de la trilogía bajo el nombre de «Exilio«. Y si digo que resulta difícil imaginar «Revolución» en su formato original es porque, leído de forma autónoma al respecto de «Exilio«, es inevitable pensar que esta separación tiene un significado pletórico y muy pero que muy natural: si «Exilio» era la historia de un personaje que se siente exiliado en territorio africano (al no sentir pertenencia hacia este continente, pero tampoco hacia su Europa natal), los relatos comprendidos en «Revolución» congregan a todo un conjunto de personajes unidos por ese sentimiento revolucionario que les lleva a agitar las convenciones de lo que se espera de ellos y de sus gentilicios y nacionalidades.
Ese sentimiento revolucionario es particularmente poderoso en «Punk Afrique«, el pletórico relato que abre «Revolución» con la historia de una mujer nacida en Groenlandia pero que acabará cayendo en el continente africano espoleada por el amor hacia alguien que le conviene bien poco. Imposible pensar una puerta de acceso mejor que esta: como «extranjero», el lector deja que la protagonista de esta historia le coja de la mano y le introduzca de pleno en el corazón negro de África, que es donde se van a desarrollar el resto de historias de «Revolución». A partir de ese momento, sin embargo, los relatos de Ejersbo se esfuerzan en dinamitar la supuesta negritud del continente a base de abrir un amplísimo abanico de colores de piel y de procedencias diversas. La protagonista de «Baby Naseen» deja al descubierto el sentimiento de comunidad cerradísima de los indios en África (y la tragedia que eso puede suponer para una chica que está en proceso de crecimiento, con ansias de abrirse al mundo), mientras que las posiciones extremas de integrismo musulmán quedan expuestas en «El Expreso del Ramadán«. Esta multiplicidad étnica, sin embargo, siempre parece crecer sobre un suelo de negritud que es el que peor parado sale en este juego de clases y colores de piel, tal y como Ejersbo señala en el devastador retrato de la despiadada minería en condiciones infrahumanas en «El Camino de la Serpiente» o, sobre todo, en «La Anfitriona«, relato que actúa como corazón de «Revolución» gracias al magnetismo de su protagonista, una chica negra que acaba despedazada entre los dientes repletos de promesas del hombre blanco con brillo de lujuria en la mirada.
Ahora bien, también hay que reconocer que de «Revolución» se desprende una belleza que no existiría si «Exilio» no hubiera llegado antes hasta nosotros: la mayor parte de los protagonistas de los relatos de esta segunda entrega de la Trilogía Africana ya tuvieron su ratio de protagonismo (algunos más secundario que otros) en las periferias de la historia de Samantha. Allá todos compartían las paredes del instituto que encerraban sus avidez de romper fronteras, derribar muros y salir al mundo exterior… Pero en «Revolución» todos han conseguido salir del cascarón: algunos de ellos lo han hecho para descubrir que las paredes del instituto eran una versión en miniatura de los gigantescos muros que encontrarían en un continente implacable con sus ilusiones. Los menos han conseguido salir de África para dar con trabajos de supervivencia en el Primer Mundo (como el protagonista de «Vigilante nocturno: Helskinki«). Y ahí está la belleza de esta segunda entrega de la trilogía: que, más que actuar de coda o de diccionario ampliado de personajes de «Exilio«, se muestra pletóricamente hermoso al poner sobre la mesa todo un conjunto de vidas que parecen surgir del big bang del libro interior. Ninguno de ellos, sin embargo, ha conseguido ser feliz. Lo único que han hecho es descubrir que, al finalizar el big bang, antes de que empiece el big crush, es cuando todas las partes que estaban previamente unidas están más separadas entre sí que nunca. Más solas.