Siempre he sido un tipo facilón con el folk, la verdad. A otros, las master classes de fingerpicking les ponía de los nervios, las atmósferas etéreas les aburrían hasta la saciedad, el weird les parecía demasiado weird y el psych demasiado psych… Pero, oigan, yo ya digo que era un tipo facilón, y cuando digo tal cosa quiero decir que a mi el fingerpicking me hacía y me hace sentir mariposillas en el estómago, las atmósferas etéreas me gustan más que un hombre con barba y con camisa de leñador, el weird nunca me parece suficiente weird ni el psych demasiado psych. Y así me fueron las cosas: durante un tiempo, la gente decía de mí que era un folkie. Porque sé que lo decían a mis espaldas. Lo sé. Y lo decían en tono despectivo. Fue cuando la ola de nu-folk descorchaba el nuevo siglo y cuando Midlake daban sus primeros pasitos con un «Banman and Silvercock» (Bella Union, 2004) que no impresionó profundamente a nadie pero que consiguió que se les considera miembros por derecho propio de esta nouvelle vague de barbudos practicantes del folk.
Después llegaría «The Trials of Van Occupanther» (Bella Union, 2006) y pasaron de ser uno de los miembros de esta tendencia a ser, directamente, uno de sus cabecillas: su versión del folk californiano, a medio camino entre el rock de maneras más dulces y los Fleetwood Mac menos maximalistas, sonaba delicado y delicioso a partes iguales, íntimo y cercano por igual. Pero entonces llegó el desastre: entre «The Trials of Van Occupanther» y su siguiente trabajo, «The Courage of Others» (Bella Union, 2010), transcurrieron cuatro años. Estamos hablando de unos tiempos en los que la industria discográfica intentó luchar contra el desastre que venía desde Internet por la vía de la hiperactividad y la sobreproducción: el interés del público era (y sigue siendo) estimulado dándole un nuevo hype cada tres días, y si como banda querías (y quieres) estar en el candelero, tenías (y tienes) que sacar un disco cada año. Cada dos años a lo sumo. Ante este paradigma, Midlake cometieron el crimen de dejar que el público se olvidara de ellos, así que cuando apareció «The Courage of Others» pocos supieron ver que este, más que probablemente, era un disco mucho más redondo e interesante que «The Trials of Van Occupanther«: Midlake fueron los que más lejos llevaron la referencia al folk britannia en un álbum pluscuamperfecto que, sin embargo, fue la primera piedra sobre la tumba de la banda.
No quiero decir que Midlake estén muertos y enterrados… Más bien quiero decir que Midlake tal y como les conocíamos ya nunca más volverán a existir. La prueba más palpable de lo dicho es que el frontman hasta «The Courage of Others«, Tim Smith, dejó la banda en 2o12 y fue substituido por su segundo de abordo: Eric Pulido. Y aunque resulta poderosamente seductor hablar de su nuevo disco, «Antiphon» (ATO, 2013), como de una búsqueda viva de la banda respecto a su nuevo sonido, más poderosa resulta la evidencia de que este trabajo más bien resulta una reacción contra Smith y los excesos de pastoralismo (deliciosos, según a quien le preguntes) de «The Courage of Others«. La primera premisa que parece campar a sus anchas en «Antiphon» es recuperar el sonido soft-rock de los inicios de Midlake, algo a lo que les ha ayudado un productor tan adicto a la sobre-abundancia como Tony Hoffer (quien ha realizado producciones similares para bandas tan diferentes como Air o Beck).
Es esto algo que podría soplar las velas de la banda lejos del folk britannia hacia (de nuevo) tierras californianas que bordeen el psych. Lo que consigue, sin embargo, es dotar a las canciones de la banda de una pesadez inédita hasta ahora: si hay algo que siempre había acercado las composiciones de Midlake hacia el público era precisamente su capacidad para la conexión inmediata por la vía de la intimidad cálida. Sus temas siempre habían sido como bufandas que te envuelven de forma suave y natural… Ahora, sin embargo, Pulido y compañía parten de las progresiones psych (que no es algo aburrido per sé, tal y como demuestran, por ejemplo, los múltiples proyectos de David Tibet) y de la sobreproducción en múltiples capas instrumentales (otra cosa que no es aburrida per sé, y ahí están Fleet Foxes para demostrarlo con sus torch folk songs) para llegar a una vacuidad aburrida en la que es difícil destacar algo en un tracklist de un total de diez canciones. Si antes eran una bufanda, ahora son una soga al cuello atada a una bola de plomo que te arrastra hasta el fondo del mar. A veces, eso sí, con más intensidad que otras.
Vuelvo a repetirlo: siempre he sido un tipo facilón con el folk. Precisamente por eso me jode que una banda como Midlake, que siempre ha ocupado un espacio destacado entre mi corazón y mis camisas de leñadores, hayan sido los que me hayan obligado a darme cuenta de que lo que siempre me atrapó de este género fue la magia necesaria para bordear la frágil frontera entre las atmósferas apacibles y el aburrimiento puro y duro. «Antiphon» ha conseguido que las atmósferas etéreas me aburran y que el psych me parezca demasiado psych. Y mira que parecía jodidamente difícil.