«Que no toquen muchas del último«, me desearon el viernes, antes de entrar en el Palacio de los Deportes, a modo de «que Dios reparta suerte«. Y algo de eso había en la actitud con la que algunos acudíamos al concierto de Arctic Monkeys en la capital. No porque «AM» (Domino, 2013) sea un mal disco (porque no lo es, en absoluto), sino porque tiene algo de paso atrás, de alto en el camino para una banda que llevaba una trayectoria ascendente imparable, que parecía que nunca iba a dejar de crecer… hasta que finalmente lo ha hecho.
El caso es que había ambientazo en un recinto abarrotado, aun a pesar de las restricciones de aforo impuestas por el ayuntamiento después de ya-sabéis-qué, que han reducido considerablemente los agobios a pie de pista en macroconciertos como este. Llamaba la atención, por cierto, lo variopinto del público asistente, que daba una idea del respeto que se ha ido ganando esta banda con el tiempo y los diferentes sectores a los que ha logrado convencer. Estos «ambientes de grandes ocasiones» son los que ayudan a dar un empujón extra a conciertos como este, que la afición quizá acaba haciendo algo mejores de lo que realmente son. Cojamos como ejemplo el arranque del concierto, cuando un Alex Turner travestido de Eddie Cochran salió al escenario junto al resto de la banda y decidió iniciar el concierto con «Do I Wanna Know?«, un tema inspirado pero muy lejos de la idea de himno de estadio al que sin embargo se le sacó el máximo jugo posible en buena parte gracias al público y sus lorolós. No hay canción que no gane en un directo con unos buenos lorolós, y aquello no fue una excepción: en todo caso, dejaba claro que el respetable estaba ahí para sacar las castañas del fuego si hacía falta: no había más que ver la calurosa bienvenida que se otorgó a una medianía como «One for the Road«.
¿El gran problema de Arctic Monkeys en directo? Yo lo tengo claro: el salto de calidad de su tercer y cuarto disco respecto a los dos primeros, que inevitablemente se deja notar en sus conciertos. Los momentos más rocosos y con más aristas, como «Don’t Sit Down ‘Cause I’ve Moved Your Chair» hacen lucir menos a los cortes más ligeros de sus dos primeras entregas. Hay excepciones, claro («I Bet You Look Good on the Dancefloor» sigue funcionando como un tiro ocho años después), pero en general queda la sensación de que esta banda ha subido de nivel y ya no está para cosas como «Teddy Picker«. De hecho, entre los temas que cayeron de su nuevo disco brilló con luz propia «Arabella«, que casi parece un intento de firmar su «War Pigs» particular.
A cambio, y a pesar de un setlist que quemó la mayoría de las naves quizá un pelín demasiado pronto, muchos puntos positivos. En primer lugar, el de ver a un grupo ya bien curtido en estos saraos, capaz de ofrecer un espectáculo solvente y un sonido compacto, con sólo alguna pequeña excepción (parece haber consenso en que «Brianstorm» no sonó todo lo bien que debería). Y también, por ejemplo, a la hora de lograr grandes momentos (repetid conmigo: ¡»Cornerstone«!), mostrar un buen dominio de los tiempos (algunos los acusaron de breves, pero lo cierto es que cayó más de una veintena de temas), atreverse a intentar cosas (como esa reinvención de «Mardy Bum» en formato balada) y, en general, dejar a su público más que satisfecho.
Quizá una noche de sensaciones algo encontradas, con más de un pero que poner, pero que sin duda tuvo un saldo positivo, probablemente hasta notable. Demos, por cierto, también acuse de recibo de la correcta actuación como teloneros de The Strypes, un grupo de críos irlandeses (y cuando digo críos, quiero decir críos) que parece querer redoblar la apuesta que bandas como The Strokes hicieron hace más de diez años reivindicando el rock como algo cool. Ellos llevan la apuesta un poco más allá y quieren ser todavía más modernos a partir de referentes todavía más viejunos del rock’n’roll y el rythm’n’blues de los 50 y 60. La jugada huele a movimiento calculado (uno ya huele que hay una multi detrás antes de que San Google se lo confirme), pero en fin, el resultado es al menos simpático. Al menos mientras no intenten colárnoslos por todas partes.
[FOTO: Alfredo Rodríguez para Rolling Stone]