Cada vez que Neil Gaiman lanza un nuevo trabajo, el mundo de la literatura fantástica calla y escucha… O, más bien, calla y lee. Ahora hacía cinco años que no editaba ninguna novela adulta (después de haber demostrado con «American Gods» y «Los Hijos de Anansi» que las tramas para adultos se le daban tan bien como los entresijos de la novela gráfica y las historias para niños que-no-son-sólo-para-niños) y vuelve al panorama con otra perla de esa literatura tan suya que funciona de forma tan óptima como novela de misterio y como cuento jungiano. Su último manuscrito se titula «El Océano al Final del Camino«, lo edita Roca Editorial y en él nos lleva por los recuerdos y vivencias de su protagonista, un señor que vuelve a su pueblo natal para un entierro después de haber estado cuarenta años ausente.
Pero, claro, este tipo de regresos (y regresiones) siempre suelen tener consecuencias para quien los vive, sacando a la luz demonios escondidos y desenterrando fantasmas que estaban callados… Y hay una cosa que todos debemos tener clara: en las historias de Gaiman, siempre hay muchos fantasmas. En «El Océano al Final del Camino«, en concreto, pulula el fantasma de un señor que se suicidó en el coche del padre de nuestro protagonista cuando éste tenía sólo siete años y lo hace acompañado de monstruos que no lo son, amenazas escondidas, señoras que dicen que ya estaban aquí cuando el Bing Bang y antiguas amigas de la infancia que ven océanos donde únicamente hay estanques. Como suele pasar en las historias de este hombre, al final la fantasía sólo es un vehículo para reflotar emociones y sentimientos universales de esos que te dejan con los pelillos del cogote erizados durante un buen rato.