He de reconocer que tengo un miedo terrible a que la llamada «bedroom music» no me guste nada en directo. Ya me ha pasado alguna vez. Te emocionas escuchando algo con capas y capas oníricas, hipnóticas, psicodélicas… y luego llega el directo y es un fiasco. Es difícil trasladar la intimidad de tu habitación a un escenario, pero Youth Lagoon, conocido en su casa como Trevor Powers, sabe hacerlo. Y además te hace el amor (metafóricamente hablando). Dos por uno.
Ataviado con una bata de seda con motivos étnicos y con la timidez que le caracteriza, salió al escenario de la Sala Razzmatazz acompañado de banda (batería, guitarra y bajo). La encargada de abrir el concierto fue «Attic Doctor» de su último álbum «Wondrous Bughouse» (Fat Possum, 2013), una canción que parece sacada de un parque de atracciones, con toda la siniestralidad y magia que eso conlleva. No sonó demasiado bien y pensé: «Ya estamos. Este concierto va a ser como el de Washed Out de hace un par de años: un bluff«. Pero no, no fue así. Le siguió «Sleep Paralysis«, con la que empezó en calma, suave, para llegar a la tormenta y la locura poco después en la misma canción, exorcizando los demonios que se encuentran en su interior. Como una especie de científico loco o una suerte de Doctor Who, Powers tocaba los teclados y sintetizadores con intensidad, penetrando en las melodías e introduciendo al público en su universo.
Una introducción larga y llena de reverb y ruido llegó para la celebrada «Cannons» de su disco de debut «The Year of Hibernation» (Fat Possum, 2011). El orgasmo iba in crescendo. Si en la crónica del concierto de Holograms hablaba de las bragas mojadas de las demás, en esta ocasión hablo de las mías (hablemos de sexo que siempre vende, claroquesí). Youth Lagoon sabe perfectamente cómo crear esa atmósfera de luz tenue, de susurros a media voz, de sueños compartidos, escalofríos y pupilas dilatadas, aunque en el fondo no deje de hablar de él. En realidad te tiene en su poder, está haciendo contigo lo que le da la gana, te está llevando a su terreno y te está seduciendo, canción tras canción, hasta que caes rendida. Está bien, soy tuya. Me has ganado, maldito.
Volvió a sus inicios, a sus 17, en los que mamá le decía que no dejara de imaginar. Y damos gracias a la señora Powers de que así lo hiciera, porque la imaginación de este chaval es una mina que merece ser compartida con el mundo.
La euforia apareció, contenida eso sí. Una euforia de cerrar los ojos muy fuerte y teletransportarse a otra dimensión dónde sólo exista la felicidad. Llegó «Mute«, una de las mejores canciones de Youth Lagoon y también una de las más épicas. Casi seis minutos de nuevas y viejas sensaciones.
Luego, más calmado, nos regaló «Raspberry Cake«, con una intro larguísima que iba, una vez más, metiéndonos en la cabeza y el mundo de Powers. A ratos me recordaba a Bradford Cox, de Deerhunter, otro que sabe cómo crear atmosferas inquietantes, con efectos narcolépticos e hipnóticos, llenas de ruido y caos. Podríamos encontrar hasta un parecido razonable en la fragilidad de los dos, algo que seguramente les ha dado esa sensibilidad extrema que ambos poseen.
Acabó con «Dropla«, hablando de la mortalidad y se puso de rodillas, agonizando por la insoportable levedad del ser.
Y, como siempre, llegó el bis. Lo hizo con «The Hunt«, envuelto en un ambiente casi eclesiástico. Y nosotros, el público, nos unimos en comunión como verdaderos feligreses perdidos en su fe. Reunidos en la secta Youth Lagoon. No tardes tanto en volver, queremos más.
[FOTOS: Gabri Guerrero]