«/\/\ /\ Y /\» (N.E.E.T., 2010) incluía una canción titulada «XXXO» y, por su parte, en «Matangi» (Virgin, 2013) brilla un tema llamado «YALA«. Sobra y basta con la relación entre ambas canciones para hacer una crítica del último disco de M.I.A.: «XXXO» tomaba el lenguaje esemesero para facturar un efectivísimo hit de pop worldusiquista en el que, sin embargo, Maya Arulpragasam sonaba más adocenada y con menos alma que nunca. «YALA«, por el contrario, es una bofetada directa a «XXXO«: mientras que aquella suponía abrazar una tendencia imperante (y algo bochornosa), aquí M.I.A. coge la expresión YOLO y se la pasa por un chochazo jugosamente húmedo. Para los recién llegados: YOLO son las siglas de «You Only Live Once» («Sólo se vive una vez«), un dicho adoptado por las pijas worldwide para hacerse fotos delante del espejo de su lavabo poniendo morros de pato. La Arulpragasam invierte los términos y lo convierte en «You Always Live Again» e incluso se marca una outro fardona en la que viene a decir: “YOLO? I don’t even know anymore. What that even mean though? If you only live once, why keep doing the same shit? Back home where I came from we keep being born again and again and again… That’s why they invented karma“. (“¿YOLO? Ya no lo sé. ¿Qué significa? Si sólo vives una vez, ¿por qué seguir haciendo la misma mierda? De donde yo vengo, la gente sigue naciendo una y otra y otra y otra vez… Es por eso que inventaron el karma.“) Más claro, el agua del Ganges. Con cadáveres y roña y gente rezando por doquier, claro.
Y es que, si su anterior disco M.I.A. parcía que no tenía ni puta idea de lo que estaba haciendo, con Bunbury cantándole a la oreja «entre dos tierras estás» y ella sin saber si tirar para el mainstream o seguir haciendo lo que le sale de la pipitilla, en «Matangi» queda claro desde el minuto cero que la fiestarraca ha ganado la partida y que a la artista se la vuelve a sudar lo más grande lo que digan de ella aquí y en Madrid. «Matangi» es una fiestarraca, sí, pero es que además resulta que es una fiestarraca hindú de pura cepa. Maya ya había advertido que este iba a ser un disco plenamente espiritual y que iba rendir tributo a la diosa Matangi, que es la que inventó la música hace ni más ni menos que cinco mil años. En la web de la artista puede leerse un panegírico que habla de cómo esta diosa, considerada la reina de las reinas, suele representarse con una espada en la mano (para proteger la libertad implícita en el lenguaje como expresión absoluta) y con un loro en el hombro (recordatorio para la humanidad de ese ser en el que no queremos convertirnos: un ser que puede repetir lo que escucha, pero que no lo entiende). A la Arulpragasam le molan las espadas y la beligerancia, de eso no hay duda. Y su afición por los loros, los pavos reales, las aves del paraíso y cualquier otro tipo de animal con más de setecientos colores diferentes en sus plumas siempre ha quedad bien clara en sus elecciones estéticas. Así que a nadie debería extrañar que, tras hablar de la diosa Matangi, M.I.A. tenga las paredes vaginales rollo «ancha es Castilla» a la hora de establecer un paralelismo entre la deidad y ella misma.
¿A qué viene todo este rollo religioso? Mientras muchos pensaron que este canto a la divinidad significaría que Maya estaba a punto de lanzar su versión hindú de los cantos gregorianos o una revisión orientalista de la visión de Michael Cretu aka Enigma, muchos otros teníamos claro el blink blink implícito en las palabras de la diva: Matangi creó la música hace cinco mil años para que los humanos bailaran, y este «Matangi» es precisamente una celebración de la música como inductor del baile desenfrenado, primigenio, primitivo, como expresión corporal de la diversión, el sexo y el desperrame. Aquí destacan los sonidos tradicionalistas: «Matangi» (la canción), con sus platillos, su cadencia lírica de rezo tibetano y su rítmica basada en una percusión casi atávica, podría sonar perfectamente en una película Bollywood que intentara hacernos creer que en Bombai también hubo raves como las británicas (pero con vestidos indios, coreografías masivas y bailes ridículos, evidentemente); «Come Walk With Me» empieza como un hit radiable puramente ochentoso al que, de pronto, se le mete un pastillote de éxtasis garganta abajo y se convierte en una boda hindú entre dos maquineros de la vieja escuela; la ya mencionada «YALA» podría ser la canción oficial de una peli de monjes indios especialistas en artes marciales letales dirigida por Quentin Tarantino pasado de espirulina; y la hipnótica «aTENTion«, por poner un último ejemplo, parte de coros cuasi-religiosos para acabar mezclándolos con bombos y ritmos salidos de la Ruta del Bakalao.
Hace unos días, en su sesión en el Warehouse Project de Manchester, Four Tet se dedicaba -literalmente- a violar su set con canciones tradicionales hindús que tenían un ritmo que ríete tú del poligonerismo profesional del nuevo siglo. La gente respondió enloqueciendo (todo lo que puede enloquecer el inglés medio que lleva bebiendo desde las doce del mediodía, entiéndanme ustedes). Eso era el sábado pasado, y resulta que el lunes por fin se hace público este «Matangi» y lo que venimos a encontrarnos es prácticamente lo mismo que proponía Kieran Hebden: una sanísima copulación del atavismo hindú con el teknazo noventero más recalcitrante. Y si a Hebden normalmente se le reconoce como un avanzado a su tiempo, no estaría de más hacer lo propio con la Arulpragasam, que en esta ocasión incluso tiene los ovarios de basar un temazo loquer como «Warriors» en un sampler de Chimo Bayo (de hecho, te pasas toda la canción esperando que la música se pare y salga el valenciano diciendo «¡ju-já!«). ¿Estamos hablando de una ídola visionaria o qué? Porque, además, resulta que un aroma a rave de los 90 recorre todo «Matangi«, muy probablemente el disco más 90s que suena menos a 90s de toda la historia de la música.
Para todos aquellos a los que lo aquí expuesto les importe más bien poco, que no se preocupen: «Matangi» tiene dos perlas incontestables del gusto de todo el mundo como «Bad Girls» (el single pluscuamperfecto de que debería substituir a «Paper Planes» como LA CANCIÓN de M.I.A. en la memoria colectiva) y «Exodus» (donde Maya se apropia del imaginario sonoro de The Weeknd -acreditándole por ello, que esta mujer puede ser una copiona, pero nunca una ladrona- y demuestra que, por mucho que todos nos hayamos aburrido ya de la llorona de Tesfaye, a su rollito todavía le quedaba mucho que explorar al contrastarlo contra su contrincante mortal: una mujer que no es una llorona, sino la más jincha del lugar). Aun así, hay que reconocer que estas dos canciones, con su producción pulidísima y su redondez en las formas, son las que más desentonan en el conjunto de «Matangi«, donde lo que prima es lo descacharrado y lo oxidado y lo cerdo y lo guarro y los sonidos que parecen grabados en la habitación de Maya. Sin levantarse de la cama. Y en ropa interior (que lleva días sin cambiarse).
Muchos han atacado ya el nuevo movimiento de M.I.A. alegando que lo suyo tiene poco de terrorismo y mucho de broma contra las pijas que, ¡sorpresa!, puede ser asimilada por las pijas. Incluso se ha llegado a decir que los coros de «YALA» cantan YOLO en un intento de acercarse al público del que se debería estar mofando. Aquí que cada uno piense lo que quiera: yo soy del parecer que los coros no dicen YOLO, sino que cantan YALA con voz de drogodependiente con resaca de crack. Por lo demás, sigo quedándome con lo evidente y repito la idea de la que partía esta crítica: «XXXO«, desde el propio lenguaje (ese lenguaje con el que tanto le gusta jugar a la Arulpragasam, siempre atenta a utilizar el rollo SMS como arma arrojadiza), abrazaba el mainstream, mientras que a «YALA» y a «Matangi«… Yo que sé, a esta canción, a este disco y a esta artista se la suda el coño. Y yo que lo celebro.