«¿Has escuchado ya a Arcade Fire?». La pregunta corría como un reguero de pólvora, de boca a boca; miles de bocas incrédulas y dedos temblorosos buscando la manera de transmitir a través del teclado una excitación que, como toda experiencia religiosa, sólo merecía la pena si era compartida en grupo, entre hermanos. La era Internet era joven cuando una banda de Montreal surgió de la nada para dar un sentido a todos esos blogs y foros musicales que daban sus primeros pasos, un fin que algunos no habían previsto: la red social como conciencia colectiva. Ya no estábamos ahí sólo para compartir información y conocimiento, queríamos algo más. Queríamos sentir, todos juntos. «¿Pero cómo que no has escuchado todavía a Arcade Fire?», decíamos algunos, casi con enfado. ¡No puedo estar sintiendo esto yo sólo en mi habitación! ¡Es cruel e inhumano! Y, sin embargo, «Funeral» (Merge, 2004), con toda su poderosa capacidad para hacer gritar a los muertos y resucitar a los vivos, con toda su catarata de vitalidad desbordante, no podía evitar dejar un poso de amargura. La tristeza de saber que ese momento no iba a volver. Porque ningún beso puede compararse nunca al primer beso. Ninguno.
La primera decepción llegó, inevitablemente, con su segundo trabajo. «Neon Bible« (Merge, 2007), a pesar de ser un disco excelente, competía con ese primer éxtasis glorioso y, como es normal, muchos tardamos en apreciarlo como merecía. Sobre todo porque esa inicial grandilocuencia siempre tan excesiva, pero a la vez de una inocencia y jovialidad casi adolescente, se les empezaba a ir un poco de las manos. Solemnes órganos de iglesia, letras apocalípticas… Esas cosillas de empezar a tomarse un poco demasiado en serio. Y, paradójicamente, se encuentra en este disco la canción que quizá mejor recoja el espíritu de Arcade Fire. «No Cars Go» contenía toda la épica, toda la intensidad de «Funeral» y un final que proclamaba «Little babies? Let’s go! Women and children? Let’s go! Old folks? Let’s go! We don’t know where we’re going!». Al final, nos confiesan que no sabemos a dónde nos dirigimos, no saben a dónde nos están llevando, pero ya da igual, porque nos hemos subido todos a ese barco ciegamente. A estas alturas, poco importa a dónde vayamos; lo importante es estar ahí, presente, ser partícipe de ese momento místico. Con «Neon Bible» el hechizo se completa: Win Butler y los suyos son el mesías y sus apóstoles. Nosotros, los fans, el fiel rebaño.
El barco acabaría por desembocar en «The Suburbs» (Merge, 2010). Y, con este tercer trabajo, llegarían la fama mundial, los premios, los estadios a rebosar, las altas expectativas y muchos de los problemas que deben afrontar en este último que ahora nos toca. Y los problemas radican de uno muy simple: Arcade Fire se han convertido en un monstruo, más grande que ellos mismos. Una banda capaz de provocar ríos de tinta, artículos y reseñas llenos de pajas mentales e hipérboles desmesuradas (la reseña que estás leyendo, sin ir más lejos), acaloradas discusiones online entre seguidores y haters, entre recién llegados al barco y viejos tripulantes que repudian la nueva dirección que se ha tomado… En definitiva, para bien o para mal, Arcade Fire se han convertido en la banda de una generación, tomando el relevo de Radiohead como la más importante del planeta y, en consecuencia, con la responsabilidad de que todo lo que hagan vaya a ser diseccionado con lupa y alabado o defenestrado hasta el infinito, dependiendo de en qué bando te encuentres. Vale, también hay gente que ni fu ni fa, pero vamos a obviar su horrible existencia por el momento para seguir con la narrativa de estas líneas (¿os he hablado ya de hipérboles desmesuradas?).
He tardado en llegar, pero lo que quiero decir con todo esto es que, a estas alturas de la película, es casi imposible juzgar nuevo material de los canadienses con la cabeza fría, sin estar fuertemente condicionado por las filias y fobias que cualquiera que haya seguido su trayectoria ha ido acumulando con el tiempo. Esto es normal y aplicable a todos los artistas, pero en el caso de Arcade Fire, debido a la enorme conexión emocional que siempre han provocado, el efecto se acentúa. A muchos de los que fueron marcados para siempre por la explosividad que derrochaba «Funeral», con bombas como «Wake Up» o «Rebellion (Lies)», les decepcionó la emotividad contenida de temas como «The Suburbs», del disco homónimo. «Qué sosez» decían unos. «Estos no son los de siempre», decían otros. Qué habrán dicho algunos cuando salió a la luz el que fuera el primer single de su último trabajo, qué clase de improperios habrán proferido los oyentes, mejor no saberlo. Lo cierto es que a muchos no nos convenció esta nueva deriva del grupo, por no decir que con este adelanto nos temíamos lo peor por lo que estaba por venir. «Reflektor» (la canción) sorprende por su carácter aparentemente desenfadado y festivo, más cercano a la brillantina y las lentejuelas de la estética disco que del rock épico y desgarrado de sus inicios. Pero ahí se encuentra el quid de la cuestión: es todo apariencia. El espíritu de Arcade Fire, que no cunda el pánico, sigue ahí, en el corazón de su música. Porque es en el corazón, en el fondo, donde ellos siempre han querido estar.
En el fondo, pues, el comienzo discotequero de «Reflektor« (Merge, 2013) no es tan sorprendente y rompedor. Ya en «Funeral» habían acariciado la música disco de refilón (ese final de «Crown Of Love») y, sin ir más lejos, «The Suburbs» acaba en la pista de baile, confeti y matasuegras al viento. Aquí tratamos con un nuevo monstruo, no obstante. Uno creado con la inestimable ayuda de James Murphy, de sobra conocido por todos como cabeza pensante de LCD Soundsystem y DFA Records. Este es el primer gran trabajo como productor para Murphy y el resultado salta a la vista… y a la yugular. El cambio en el sonido del grupo ha hecho llevarse las manos a la cabeza a más de uno, pero cuando termina «We Exist» y no sabes si acabas de escuchar un homenaje a Michael Jackson o a Los Bravos, cuando aparecen los ritmos caribeños de «Flushbulb Eyes» e inmediatamente pasamos a la batucada 2.0 que es el final de «Here Comes The Night Time», lo mínimo es tener dudas sobre lo que realmente estás escuchando… ¿Es una broma? ¿Una genialidad? ¿Una pesadilla? La primera escucha es, cuanto menos, desconcertante. Una experiencia que puede resultar patética al recordar a esos Arcade Fire electrizantes del 2004, y escuchar «Funeral» en estos momentos para recordarlo requiere un ejercicio de masoquismo extremo. Pero si todos los discos merecen una segunda oportunidad, este merece una segunda, una tercera y una cuarta.
Después de «Here Comes The Night Time» cambiamos totalmente de registro con «Normal Person», un tema en el que se nos aparecen los mismísimos Rolling Stones. Así que, ya cuando estábamos familiarizándonos con estos renovados Arcade Fire, aparece otro elemento de confusión: el eclecticismo. La mayor crítica que se le puede hacer a «Reflektor» es no saber muy bien a qué juega, no saber si es de su padre o de su madre. A veces da la sensación de ser un cajón desastre donde todo vale y nada tiene ni pies ni cabeza; una sensación que desaparece en parte cuando dejas de tomártelo como un álbum al uso y pensar en él como lo que realmente es: una ópera-rock, una película sin imagen, un musical, un súper-cabaret donde el hilo conductor de la historia bien podría ser el mito de Orfeo y Eurídice, aunque hay interpretaciones para todos los gustos. «Reflektor» es un trabajo complejo no por ser musicalmente demasiado complicado, sino porque desafía nuestra muchas de nuestras ideas preconcebidas de cómo debería ser un LP de Arcade Fire.
Más allá de las sorpresas que nos pueda deparar, continúas avanzando y es en la segunda parte, una vez se calma la cosa, cuando empiezan a surgir como setas esos grandes momentos que necesitábamos: «Here Comes The Night Time II» y «Awful Sound (Oh Eurydice)» emocionan de lo lindo, «It’s Never Over (Oh Orpheus)» es un temazo que tiene de todo, incluido un riff de guitarra demoledor. Y en «Afterlife», oh milagro, rescatan esa épica puños-en-alto-viva-la-vida-coño que nos levantaba de los asientos en «Funeral». Más tarde te das cuenta de que la primera parte, en realidad, no es peor que la segunda. Es fácil perderse y pasar por alto la grandeza de este disco. Más allá del descoloque inicial, el caos estilístico, los viajes iniciáticos a Haití, los teclados ochenteros… aquí lo que queda es muy buena música. Simple y llanamente. No es el mejor trabajo de los de Montreal, pero sí es brillante, agresivo y, sobre todo, valiente, y el que continúa escribiendo su leyenda y completa el poker de ases: cuatro discos como cuatro soles, ahí es nada. «Reflektor» confirma que a Arcade Fire, a día de hoy, pese a quien le pese, no les hace sombra ni Dios.