«Esto nunca será visto como una ciencia y tú serás visto como un pervertido.»
«¿Qué fingiste el orgasmo? ¿Por qué va a mentir una mujer sobre eso?»
Estas dos frases se escuchan en el modélico piloto de «Masters of Sex» y sirven perfectamente para ilustrar los dos pilares sobre los que se construye el (parece que) unánimemente reconocido como mejor estreno de la temporada de otoño. El primer pilar es el científico. William Masters, una eminencia de la ginecología, decide por fin a finales de los años 50 llevar a cabo el proyecto que lleva dándole vueltas por la cabeza desde que comenzó su carrera: estudiar la respuesta del cuerpo humano al sexo, comprobar qué cambios experimenta una persona durante el coito, un momento evidentemente esencial de su existencia del que hasta ese momento se ignora todo por una cuestión de tabúes culturales. Un estudio, como es fácil de imaginar, que no será especialmente bien recibido por sus superiores… El segundo pilar es el personal: para llevar a cabo esa investigación, Masters necesitará unas dotes de empatía de las que carece por completo. No sólo no sabe nada sobre sexo, tampoco tiene la menor idea de cómo relacionarse con personas, y ahí será cuando entre en escena la que será su (a su pesar) muy imprescindible ayudante Virginia Johnson.
El éxito de la serie depende, pues, casi por completo de esos dos personajes, del interés que sus choques puedan despertar y de la química que exista entre los aquí magníficos Michael Sheen y Lizzy Caplan. La trama científica importa, sí, aunque no parece el eje central (y la velocidad a la que se están quemando etapas por ese lado en los pocos capítulos emitidos hasta ahora lo confirma). Lo esencial para levantar el proyecto «Masters of Sex» era trabajar en ellos dos, la creadora Michelle Ashford lo sabe, y por eso centra en ellos sus esfuerzos en este arranque de la serie, aunque sea a costa de dejar más desdibujados otros secundarios, que pese a todo van cogiendo entidad a medida que los vamos viendo más en acción (con la mujer de Masters como mejor ejemplo). Mejor asegurar las bases e ir edificando a partir de ahí que caer en el siempre peligroso síndrome-del-piloto-que-lo-quiere-explicar-todo. De momento, prueba superada sin problemas.
Un momento: ¿finales de los 50? ¿Cambios sociales? ¿Personajes masculinos que manejan el cotarro aunque el fondo siempre a merced de las mujeres? Sí, pero hay un motivo por el que el nombre de «Mad Men» no ha aparecido hasta el tercer párrafo de esta reseña, uno muy sencillo: porque no tiene nada que ver. A Ashford no le interesa meterse en determinados berenjenales ni tratar de explicar cosas que Weiner ya ha explicado antes y probablemente mejor porque su formato se presta mucho más a ello. Muy al contrario, salvada la tentación de usar el sexo y su condición de serie de cable para la provocación porque sí, esta es una serie maravillosamente ligera en el mejor sentido del término (y ojo con las apariencias, que aquí en realidad hay bastante chicha), que se preocupa muchísimo de firmar capítulos redondos y magníficamente construidos que se pasan volando y siempre con una sonrisa en la boca. Dicho de otro modo (y siempre teniendo en cuenta que «The Good Wife» orbita en un universo paralelo y superior al resto), «Masters of Sex» es la serie más agradable de ver que hay en este momento en televisión. Y eso son excelentes noticias.
Quedan cosas por pulir, queda por ver si serán capaces de mantener el interés y queda comprobar si sabrán manejarse bien (como hasta ahora han hecho) en ese peligroso equilibrio que se mueve entre «Anatomía de Grey» y un melodrama de Douglas Sirk. Pero, de momento, si algo tiene «Masters of Sex» es chispa, encanto, algo especial, una capacidad asombrosa (por lo sencillo que lo hace parecer) de combinar calidad y potencial comercial. De ser la serie que en este momento puedes recomendar a cualquiera sin temor a equivocarte.