En sus dos últimas películas, Apichatpong Weerasethakul abrazaba la forma y la estructura del díptico con diferentes finalidades. En “Tropical Malady”, el segundo tramo se erigía como una despiadada y cruel leyenda tradicional en la que la primera parte, una historia de amor homosexual, espejaba su acto de predación y la resistancia contra lo antinatural. De forma mucho más sosegada, “Syndromes & A Century” optaba por el díptico como herramienta para difuminar las fronteras del tiempo y poner sobre la mesa la invariabilidad de una emoción tan imperturbable como el amor, juntando así dos puntos alejados cronológicamente con la naturalidad y la pasmosa velocidad con la que se viajaría a través de un agujero de gusano temporal. En los dos films, sin embargo, se contraponen dos ficciones en un juego de espejos en el que ambos segmentos quedan enriquecidos… Por no mencionar la sensación que se desprende de esta taumaturgia en la que parece que, desdibujando el tiempo y el espacio, el mito y la realidad, se ponen en contacto dos mundos que (con)viven en planos de realidad alternos pero, según la tradición empírica, irreconciliables.
El caso de “Uncle Boonmee Recuerda Sus Vidas Pasadas” es diferente e igual a la vez… En esta ocasión, Weerasethakul vuelve a recurrir a la simultaneidad de dos ficciones aunque huye del predecible formato díptico y las articula bajo una nueva perspectiva: en esta ocasión, “planta” una de las ficciones dentro de la otra, literalmente. La ficción principal, la que ocupa casi la totalidad del metraje de la cinta, es la que tiene más puntos en contacto con la realidad reconocible: en ella seguimos la historia del tío Boonmee, postrado en reposo casi absoluto debido a una enfermedad que le hace enfrentarse a la certeza de una muerte cercana. Es en este punto en el que Boonmee y los que le rodean empiezan a experimentar un contacto más directo con los espectros de los muertos (su fenecida esposa) y con aquellos seres perdidos entre los renglones de la leyenda (el hijo desaparecido que se convirtió en hombre mono por amor)… Todos se empiezan a congregar alrededor del protagonista con la misma naturalidad con la que Boonmee se ve arropado por sus seres queridos aún en vida.
Y es ahí, en el epicentro de esa historia de convivencia con el mundo de los espírutus, cuando Weerasethakul “siembra” una ficción en la que una princesa vieja y con el rostro desfigurado primero se ve lacerada por su deseo no correspondido hacia uno de los criados que transportan su palanquín a través de la selva y, finalmente, ve satisfecho ese deseo con un pez parlanchín que no sólo acaricia dulcemente su ego, sino que además acaba aplacando el ardor de su entrepierna. A diferencia de la historia del hombre mono, explicada a través de flash-backs, este paréntesis narrativo parece no tener nada en común con el resto del metraje… Sin embargo, este pasaje no es sólo uno de los momentos más sublimemente bellos e hipnóticos del cine reciente, sino que además sirve como explicación mitológica de esa acción de abrazar lo fantasmagórico para alcanzar la plenitud que ya se está desarrollando en la ficción principal de “Uncle Boonmee Recuerda Sus Vidas Pasadas”. De esta forma, puede parecer que la leyenda de la princesa poco tiene que ver con la historia del tío Boonmee, pero lo cierto es que, a poco que se considere como un reflejo espectral de su hermana mayor, esta mini-ficción sembrada por el director acaba echando raíces y expandiéndose a través del resto del celuloide.
Si “Tropical Malady” era la película ideal para acceder al imaginario de Apichatpong Weerasethakul gracias a sus cargas de dinamita dramática (algo de lo que adolece felizmente “Syndromes & A Century”, que abraza dulcemente la anti-narratividad más recalcitrante), “Uncle Boonmee Recuerda Sus Vidas Pasadas” se devela ahora como la principal puerta de entrada a la filmografía del autor debido no sólo a lo magnífico de su poesía gráfica, sino, sobre todo, al sano humor con el que el director aborda su principal constante: la convivencia entre el mundo real y el mundo ancestral de espectros. Lo que gana con el humor, sin embargo, lo suelta como lastre a la hora de abordar la trama como una alegoría en continuum. Nada en esta película es lo que parece, sino que la imagen se convierte en un campo asilvestrado en el que crecen de forma salvaje todo un conjunto de metáforas: la caverna a la que Boonmee y sus conocidos bajan para que este muera (y del que a la anciana le cuesta salir mucho más que al joven), el desdoblamiento final del aspirante a monje (quien no consigue aprehender la religión pero que, sin embargo, se entrega tranquilamente a este viaje fuera de su propio cuerpo)… Weerasethakul sabe tejer con pericia la tela de araña que separa la realidad de lo fantasmagórico a la vez que fabula bellísimos cantos de sirena para atraernos hacia ella. Para atraparnos. Aunque… ¿hay alguien que, a estas alturas, sea capaz de negarse a que este pez mitológico transmutado en director tailandés nos proporcione una buena ración de placer físico y psíquico?