Si en el mundo del cine ya existen casos preocupantes de actores que no han conseguido quitarse de encima a ciertos personajes que les han llevado a la fama, cuando hablamos de la televisión la cosa se agrava más todavía: el hecho de que, en el caso de una serie de éxito, un actor pueda verse ligado a un mismo personaje durante un período de cuatro o cinco años e incluso más todavía implica que haya quienes se han visto incapaces de encontrar una percha en la que le público le permita colgar los ropajes de sus respectivos personajes. Está claro que Richard Dean Anderson nunca pudo separarse de los mullets de su MacGyver, que muy poca gente sabe que Angela Channing no se llamaba Angela Channing sino Jane Wyman, que Kyle MacLachlan tiene muchos papeles memorables además del de Agente Cooper en «Twin Peaks» o que el elenco al completo de «Friends» tiene que odiar los nombres de Rachel, Ross, Joey, Monica, Chandler y Phoebe. Otros que tal bailan son los miembros del mítico cast de «Seinfeld»: puede que Jerry Seinfeld nunca pueda extirpar su propio apellido, pero tres cuartos de lo mismo parece que ocurría con los actores que interpretaron a George Constanza, Kramer… y, hasta ahora mismo, también Elaine.
Y es que si algo hay que agradecer a «Veep» es precisamente que haya ayudado a Julia Louis-Dreyfus a desembarzarse de su personaje de Elaine Benes. La actriz tendrá que agradecerle eternamente a otro peso pesado de la pantalla pequeña: un Armando Iannucci que, tras cantarle las cuarenta a la casta política británica en su imprescindible serie «The Thick of It«, dio el salto hacia EEUU con la película «In The Loop » (2009), también muy empapada de política. Aquel film, sin embargo, parece ahora un simple cebo para embaucar a los que tiene que poner la pasta y pagar así el desembarco que Iannucci tenía previsto en forma de sonora colleja catódica con una serie que nadie más podría haber afrontado como showrunner: «Veep». Es esta una ficción que hereda el tono de los producciones más célebres de Iannucci pero las insemina (para nada artificialmente) en la Casa Blanca, siguiendo las peripecias de Selina Meyers, una vicepresidenta que viene a confirmar las sospechas generalizadas de que este cargo tiene menos relevancia que un florero en el despacho oval.
El patetismo supurante y la ironía cortante son las herramientas con las que Iannucci está acostumbrado a atacar el mundo de la política, y ambas armas vuelven a ser afiladas por el showrunner a la hora de embestir la inoperancia recalcitrante de la clase política norteamericana, la ineptitud galopante de sus funcionarios y los parches cochambrosos con los que solucionan los problemas de estado, siempre buscando más la visibilidad que la efectividad. De esta forma, la vicepresidenta Meyers interpretada por Julia Louis-Dreyfus se erige como epicentro central de una oficina (vice)presidencial desastrosamente deliciosa. Eso sí: por muy patético e inepto que sea su personaje, también hay que reconocer que Iannucci sabe cuándo aplicar pomada sobre las heridas de su ficción, consiguiendo que personajes como el de la (en ocasiones) desalmada y (comunmente) patillera Selina Meyers acabe dejando al descubierto múltiples fisuras de humanidad (su eterno complejo de segundona, su inconsciencia de las políticas conspiratorias que se tejen a su alrededor, su instinto maternal, su eterna relación inapropiada con un ex-marido gorrón y buscavidas…) que la convierten en un personaje altamente entrañable e incluso adorable.
Este patrón de dualismo entre la persona política (insoportable) y la persona humana (entrañable) es igualmente aplicable a los personajes que se mueven alrededor de Selina Meyers: la jefa de gabinete Amy Brookheimer (interpretada por la eterna «My Girl» Anna Chlumsky) incapaz de tener vida privada, el ayudante personal Gary Walsh (encarnado por otro actor afectado por el síndrome del que hablaba al principio: ese Tony Hale que siempre será el Buster de «Arrested Development«) incapaz de separarse afectivamente de su jefa, el director de comunicaciones Mike McLintock (Matt Walsh) totalmente inepto a la hora de abordar los nuevos medios de comunicación y las redes sociales, el subdirector de comunicación y trepa oficial Dan Egan (Reid Scott), la cortante y muy borde recepcionista y secretaria Sue Wilson (Sue Bradshaw)… Ellos son el nexo de unión de los múltiples arcos argumentales de las hasta ahora dos temporadas de «Veep» (en preparación está la tercera), que aunque nunca intentan pillarle el pulso a la actualidad más acuciante como, por ejemplo, el «The Newsroom» de Aaron Sorkin, sí que se muestran plenamente acertados en sus envenenados dardos satíricos (como el episodio en el que Meyers acaba siendo un meme que causa furor en Internet). Al fin y al cabo, si en estos tiempos que corren parece apropiado hablar de «House of Cards» como la ficción política definitiva de los últimos años, no estaría de más considerar la serie de Armando Iannucci como la otra cara de la moneda: una cara más divertida, pero no por ello menos crítica.
A día de hoy parece que nuestra opción social ha sido ridiculizar a la clase política a través de las redes sociales como arma de protesta o como herramienta de escapismo (todavía no me queda claro) y, a este respecto, es imposible no elevar a «Veep» a lo más alto del podio de las ficciones televisivas que intentan representar la realidad utilizando nuestras propias argucias: la sorna como enfermedad que, con gusto, parece que pica menos.