Laura Veirs nació en Colorado, pero toda su carrera musical la desarrolló en Portland. Y uno puede preguntarse… ¿Por qué? ¿Por qué atravesar las Rocosas para ir a Oregon? ¿Qué hay en Oregon? Alguien que haya visto esa magnífica ironía continua de serie que es «Portlandia» quizá ya imagine la respuesta a esas preguntas, pero la verdad es que no deja de resultar sorprendente la inquietud cultural y artística que destila una región no diremos secundaria, pero que en cualquier caso no se encuentra al nivel de otros grandes núcleos urbanos de Norteamérica como puedan ser Nueva York, Chicago o el eje californiano. Y es que uno se para a pensar y sin mucho esfuerzo puede recitar una interminable lista de bandas con base entre los estados de Oregon, Washington o la Columbia Británica que conforman un auténtico hervidero artístico que seguramente actúe como imán para atraer a músicos con aspiraciones de poder vivir de su pasión. Esta, como en otros muchos casos, fue la situación que llevó a Laura Veirs a hipotecar su carrera como geóloga recién graduada en virtud de una carrera musical con la que a la postre ha conseguido asentarse en la escena nacional. Referentes en el estilo, desde luego, nunca le han faltado: Neko Case, Laura Gibson o los Decemberists paran regularmente por una región en la que el folk, las acústicas, las barbas y los estampados de cuadros son como una religión.
Nuestra protagonista, no obstante, ha tardado bastante tiempo en dar con la tecla, y es que pese a haber fichado previamente por el sello británico Bella Union y posteriormente por Nonesuch a mediados de la pasada década, no fue hasta que lanzó su «July Flame» (Raven Marching Band, 2010) que su nombre comenzó a extenderse más ampliamente no sólo en la escena americana, sino también al otro lado del charco, sobre todo en Reino Unido. Un «July Flame» que muchos no dudaron de calificar como su entrega más acertada hasta la fecha y que le dio la posibilidad a la cantautora de grabar la banda sonora para una comedia romántica made in USA el pasado año. «Warp & Weft» (Raven Marching Band, 2013) llega, pues, en el que posiblemente es el mejor momento de nuestra compositora. Grabado como venía siendo habitual con la ayuda de su marido y estando embarazada de ocho meses, el noveno álbum de estudio de Laura Veirs viene a quitarnos definitivamente de la cabeza ese estereotipo que uno pueda tener acerca de un género de música tachado en ocasiones de repetitivo y falto de innovación.
Veirs desplega aquí un repertorio de doce canciones en las que la tan manida guitarra acústica se escucha acompañada frecuentemente por un apoyo eléctrico que dota dichas composiciones de un mayor empaque; algo apreciable en «Sun Song«, «America» o la sorprendentemente rockera «That Alice«. De cualquier forma, resulta a su vez también interesante disfrutar con toda la parafernalia multiinstrumental que rodea a muchas de sus canciones… Esas deliciosas secciones de cuerda en la preciosa «Shape Shifter» o en «Ten Bridges«, o los cuidados arreglos de ¿arpa? en la final «White Cherry» dan buena fe de la intención de una talentosa Veirs que parece deseosa de sacudirse esa etiqueta de folk para abrazar un sonido digamos más amplio, y a fin de cuentas, original. «Warp & Weft» nos presenta, en definitiva, a una artista que ha alcanzado la plena madurez, ya no sólo en su vida sino también en su faceta artística. Un trabajo que se sitúa con facilidad a la altura de su «July Flame» conjugando a la perfección las raíces folk de las que siempre ha hecho gala pero combinándolas con una serie de arreglos tanto instrumentales como vocales que conforman una experiencia mucho más variada y a la larga disfrutable para el, a día de hoy, saturado oído del oyente medio.