Después de casi tres años de aquel ya lejano «Can’t Be Tamed» (Hollywood, 2010), Miley Cyrus ha vuelto renovada en todos los sentidos posibles, habidos y por haber. «Bangerz» (RCA, 2013) es el título de su nuevo álbum y la carta de presentación con la que la nueva y transformada Miley se presenta al mundo entero.
Pero «Bangerz» no es un disco sin más en la (no) muy dilatada discografía de la ex novia del hermano del actor que hace de Thor, sino que es una auténtica declaración de intenciones. «Bangerz» es un golpe sobre la mesa, tanto musical como físico. Es el golpe final que Miley asesta a su ya -voluntariamente- perjudicada imagen de niña buena. Con esto quiero decir que el mensaje del álbum no proviene de la nada, sino que deriva de una deseo, por parte de la estadounidense, de gritar a diestro y siniestro algo que ya habíamos intuido: Hannah Montana ha muerto. La Miley Cyrus que suspiraba y lloraba por la polla de uno de los Jonas Brothers en «7 Things» -gran tema, por cierto- ha muerto. Larga vida a la nueva ridícula, divertida, drogadicta, cerda y bollera Miley Cyrus que se divierte jugando al gato y el ratón con Terry Richardson. Mensaje recibido alto y claro, amiga. Sobre todo después de la memorable actuación en los VMAs donde la que un día fue Hannah Montana restregó todo el potorro contra osos de peluche gigantes, hizo muecas al mismo tiempo que sacaba la lengua de manera compulsiva e imposible para cualquier ser humano que no tenga la mandíbula desencajada por el consumo vertiginoso de pastillas y brindó al público -pero sobre todo a Robin Thicke– con una clase de twerking del bueno que pasó a formar parte del imaginario erótico de Will Smith y sus hijos.
Aún con todo, es innegable que «Bangerz» es uno de los mejores -si no el mejor- trabajo de la hija de Billy Ray Cyrus con auténticos temazos, elevados casi a himnos generacionales como es el caso «We Can’t Stop«, La Biblia de toda adolescente que sueña con chupársela al primer desconocido que se le cruce en el lavabo de una discoteca y meterse por la nariz la paga que le ha dado su padre. Otra joya que pulula por el álbum es «Wrecking Ball«, una intensa canción de desamor que puede tener distintos niveles de lectura: ¿Miley hablando de su fracaso amoroso? ¿Una crítica descarnada a la industria musical? Quién sabe, poco importa cuando la canción engancha más que cualquier reality show de Divinity.
Otra característica que se puede apreciar en «Bangerz» es el paso de una música pop apta para las hijas mayores de «Siete en el Paraíso» a un sonido mucho más sexy, sucio y guarro. Para esto, Miley se ha sabido rodear de la jet set de productores negros -no quiero imaginarme cómo acabaron esas largas noches de «grabaciones hasta tarde»- donde destacan nombres tan potentes como el incansable Pharrell -en serio, ¿alguien se cree que tenga 40 años?-, Mike WiLL y Nelly. Aunque, ojo, la presencia de los primeros dos no es puramente anecdótica, sino que todo el álbum se enriquece de todos eso beats poperos que tanto gustan al mainstream y de un sonido funky evidenciado que permite a Miley presumir y dar rienda suelta a ese vozarrón de camionera que tiene, para que brille en todo su esplendor. El mejor ejemplo de esto es «#GETITRIGHT«, a la que sólo le falta la presencia de los Jackson 5 para acabar de marcarse un «Jacuzzi al Pasado«.
En definitiva, un álbum decente con unos cuantos temas que funcionan de maravilla, pero que se ve gravemente dañado por la nueva imagen de Miley. Aunque esto no impide que juegue de tú a tú con Lady Gaga, Britney, Katy Perry y semejantes en la liga de las zorras superstars. Eso sí, ya sólo per el video de «Wrecking Ball» protagonizado por un Nicolas Cage bailando en pelota picada columpiándose encima de una bola de demolición, «Bangerz» y Miley se merecen todo mi respeto… ¡Y el vuestro también!