Ainhoa Rebolledo es un alma libre en un mundo que suele mostrarse incómodo con las almas libres. La literatura parece ser el único arte donde la tradición vapulea a la renovación: si en las artes plásticas las vanguardias demostraron que otros mundos no sólo eran posibles y deseables, sino tanto o más válidos a la hora de expresar valores y emociones del aquí y del ahora, en lo que respecta a la escritura literaria las prácticas vanguardistas quedaron como algo marginal y aplastado bajo el peso de la certeza de que, si quieres ser entendido, lo mejor que puedes hacer es seguir practicando el formato de novela que lleva vigente desde hace más de veinte siglos. La última revolución vanguardista del mundo de la literatura (porque, al fin y al cabo, está siendo una vanguardia) es la aplicación del estilo bloguero y de escrituras redes sociales a un estilo narrativo que se hace pedazos cuando te saltas no sólo las normas de puntuación y semántica, sino también cuando el formato novela se convierte en un cajón que admite múltiples formatos y, sobre todo, infinitas digresiones.
Como decíamos: Ainhoa Rebolledo es un alma libre que tiene muy claro todo lo dicho anteriormente… Y, aun así, le han valido tres libros para demostrar que ella tiene muy clara su idea de la literatura y, sobre todo, que esta idea es la expresión directa de la voz de una generación que no sólo ha abrazado sus libros, sino que los ha refrendado como espejo en el que mirarse. Su «Mari Klinski» aterrizó entre nosotros con toda la rotundidad que le permitía su formato de micro-libro que se leía en un suspiro pero te dejaba un poso de larga duración (por algo fue uno de los libros que más brilló en nuestra lista de lo mejor del 2012), dio continuidad a su línea ascendente con «¡Maldita Sea! Antropología de la Noche de Madrid» y, ahora, su tercer libro teje una conversación continua a tres bandas entre tres chicas que hacen tricot y que, además, también hacen otra cosa: radiografiar Barcelona y la generación que ahora ronda la veintena.
«Tricot» tiene muchos puntos para convertirse en uno de los libros del año y, por lo tanto, hemos querido que Ainhoa nos recomiende un libro para nuestro Book Club… Su elección no podía ser más sugerente y acertada.
Ainhoa Rebolledo recomienda… «Los Ilusos», de Rafael Azcona (ilustrado por Antonio Mingote). ««Los Ilusos» de Rafael Azcona es un libro que me gusta mucho-infinito y que, cuando alguien quiere prestarme un libro, siempre prometo prestar a cambio. Aunque, pensándolo bien, siempre me arrepiento en el último momento y presto otro, no sé, alguno de Roberto Bolaño o «Amarillo» de Félix Romeo.
La edición que tengo de «Los Ilusos» está ilustrada por Mingote y la publicó en 2008 la editorial gallega Ediciones del Viento a pesar de que Rafael Azcona lo publicó (también ilustrado por Mingote) por primera vez en 1958 e hizo la última revisión de este libro unos días antes de morir. Descubrí este libro porque me lo regaló un chico por mi último cumpleaños, un chico que sabía lo mucho que me gustaba leer y que no sabía qué libros tenía en casa. Digamos que se la jugó muy fuerte. ¡Y ganó! Regalar un libro por un cumpleaños es como regalar una corbata por Navidad, una apuesta segura pero «meh». «Los Ilusos» es un libro que leí muy poco a poco, no lo leí del tirón: lo fui leyendo, poco a poco, racionado y feliz, los sábados por la mañana (tardé tres o cuatro) que, personalmente, es mi momento de la semana favorito. ¡Un libro sólo me gusta si me lo he pasado bien leyéndolo!
Esta novela es una especie de autobiografía de Azcona (¡ficción! ¡se trata de escribir ficción!) que narra la historia de un joven poeta de provincias que se muda a Madrid con la ilusión de convertirse en UN POETA (sin adjetivos), es decir, triunfar con sus poemas. El protagonista cuenta de forma divertida las miserias alrededor de la mediocridad de la bohemia y el hambre de unos escritores ilusos que pretendían vivir sin trabajar mientras juntaban muchas palabritas bonitas. El libro también me gustó porque se describen las calles de Madrid muy bien (nunca sé cómo adjetivar las cosas que me gustan mucho, ¡lo siento!) metiéndose (en esta última edición, no así en la primera versión del ’58) al final con lo patético que resultan los escritores en general y «los poetas líricos que nunca escucharon cantar a un ruiseñor pero que los hacen cantar en sus versos». Desde aquí os recomiendo que lo pilléis por ahí, nunca está disponible en las bibliotecas de Gràcia, y es por algo.«