De dudas y rumores sobre la propia supervivencia del festival al éxito absoluto: así de imprevisible es la burbuja festivalera española. El DCode 2013 logró agotar todas las entradas un par de días antes de abrir y convocó a unas 25.000 personas en la Universidad Complutense de Madrid. Como siempre, la chavalería se desplazó en auténticas hordas a la zona (el camino en Metro te ofrecía el aterrador panorama de sentirte diez años mayor que la media), aunque también es verdad que muchos se quedaban a la puerta atendiendo sus asuntos y, una vez dentro, el tema (aunque definitivamente más joven que, pongamos, en un Primavera Sound) se equilibraba bastante. El nuevo formato de un día refuerza la idea del DCode como festival cómodo y de coste razonable: un par de cabezas de cartel con tirón, pocas complicaciones en el resto, buenas opciones de transporte y a echar el día. La fórmula, está claro, funciona. De hecho, sorprende que nadie haya sido capaz de consolidar una cita así en una ciudad como Madrid.
Todavía pegaba considerablemente el sol cuando John Grant intentaba hacerse un hueco entre una parroquia que todavía no estaba muy por la labor, y lo cierto es que costaba entrar al trapo si no venías ya convencido de casa. Enseguida fue el turno para el primero de los grandes nombres nacionales de la jornada, el de L.A. La propuesta de Luis Alberto Segura siempre me ha parecido bastante anodina, pero no se le puede negar un directo solvente y efectivo. No inventan nada nuevo (tampoco lo pretenden), pero desde «Heavenly Hell» parecen haber dado con la tecla adecuada, se han ganado un puñado de apoyos mediáticos importantes y, después de muchos años de currárselo, parece que el trabajo empieza a dar sus frutos. No cabe más que alegrarse por ellos.
Después llegaba el momento de Love of Lesbian. Dicen que los catalanes andaban bastante mosqueados con el horario que se les asignó (las ocho de la tarde) y, a juzgar por la respuesta del público, probablemente tenían razones para ello: ya no se trata de la multitud que congregaron a una hora relativamente temprana, sino de la entrega absoluta del público y la sensación de que allí había mucha gente que había venido a verlos exclusivamente a ellos. Yo tengo bastante asumido que, en lo que se refiere a LOL, vivo en un universo paralelo: mi idilio con ellos duró lo que el efecto de «Maniobras de Escapismo» (Naïve, 2004) y, desde entonces, me han provocado poco más que indiferencia. Me cuesta entender el fenómeno de un grupo en el que (quitando un par de singles con cierta pegada) apenas veo canciones que puedan mover masas; y ayer, además, vi a un cantante con una falta de voz preocupante (particularmente llamativo en ese «Segundo Asalto» a dúo con Eva Amaral del que salió muy mal parado). Pero la cuestión es que arrasaron con todas las de la ley y que con «Club de Fans de John Boy» aquello se vino abajo. Lo dicho, universo paralelo.
El concierto de Foals suponía un cambio de tercio interesante y muy agradecido. Había, además, bastante curiosidad por comprobar cómo se las apañaban estos ingleses encima del escenario, pero desgraciadamente su concierto fue tan irregular como el propio «Holy Fire» que venían a presentar. La cosa ganaba enteros cuando afilaban las guitarras y tiraban de hits (como los singles «Inhaler» y «My Number«), pero caía en el aburrimiento cuando se perdía en algunos jardines que no conducían a nada. Quizá la gran decepción de la noche, considerando la relación expectativas-resultados.
Llegaron Vampire Weekend y el nivel subió considerablemente. La música de los neoyorquinos tiene bastante de caramelo envenenado cuando se trata de la traducción al directo: son por un lado píldoras de pop colorista de dos minutos que deberían ser infalibles para montar un buen show, pero también canciones con un toque frágil al que un gran escenario puede hacer un flaco favor. Aceptando pues que, ahora que han alcanzado semejante estatus, sus conciertos siempre tendrán la sombra de una cierta limitación, el espectáculo fue impecable. Desde el comienzo con esa magnífica «Diane Young» hasta el final con «Walcott«, el espectáculo fue prácticamente irreprochable: recorrieron sus tres discos, incluyendo el reciente y sensacional «Modern Vampires of the City«, y tocando todos sus palos, de los tropicalismos a las voces pitufadas. Muy bien.
La presencia de Amaral en el cartel todavía seguía dando de que hablar este fin de semana: el ghetto indie seguía rasgándose las vestiduras semanas después. Ignoro si lo hacen con frecuencia, pero salir al escenario con el «All Tomorrow’s Parties» de The Velvet Underground y versionar el «Heroes» de David Bowie parecía tener algo de calculada justificación, de reivindicar su derecho a estar allí. Quién sabe. El caso es que, desde la distancia, Amaral es una banda con un puñado de buenas canciones (de las mejores que pueden vender algo en España sin colaborar con Pablo Alborán o sin que Paz Padilla te venda un politono) que en el festival ofreció un directo impecable, con una cantante que puede presumir de una de las mejores voces del país y una banda eficacísima. Podrán interesar más o menos, pero lo suyo tiene muy poquito que criticar.
El otro nombre en letras grandes del cartel era el de Franz Ferdinand y, probablemente, no hace falta explicar por qué. Daba igual que los escoceses llegasen con un disco más que discreto bajo el brazo («Right Thoughts, Right Words, Right Action«) y viniesen de otro («Tonight«) bastante discutido y de escasas ventas, pero siguen siendo el grupo festivalero perfecto. Son fiesteros y divertidos, pero además son mejores músicos (y Kapranos mejor frontman) que nunca: desde la inicial «No You Girls» a la maravillosamente garrula «Do You Want To» o el punto álgido de esa barbaridad que casi diez años después sigue siendo «Take Me Out«, la ametralladora de hits fue constante (o lo fue al menos antes de un bis bastante raro y descafeinado). Tocaron las tres primeras canciones de su nuevo trabajo (bien) y alguna más (menos bien), hicieron saltar a todo el mundo y hasta tuvieron su momento Donna Summer. Literalmente, no se puede pedir más. Que dejen de hacer discos mediocres, que saquen de vez en cuando algún single apañao y que sigan viniendo todos los años si hace falta. Muchos lo agradeceremos.
Cerraba el núcleo duro de la noche un fenómeno curioso, el de Capital Cities. Hace un año pasaron discretamente por este mismo escenario, pero ahora, después del muy tardío éxito de una «Safe & Sound» que ha llegado a las radiofórmulas españolas con más de un año de retraso (parece que hemos retrocedido treinta años en el tiempo) un número muy considerable de gente esperaba expectante que sonara el deseado hit para poder darlo todo. No es complicado adivinar que, aparte de este single majete que sonó más de una vez en distintas versiones, estos angelinos tienen bastante poco que ofrecer. Pero, en fin, para dar inicio a la sesión golfa del festival sirvieron.