Reseñar a Arctic Monkeys sin caer en los tópicos de la prensa musical es algo así como jugar al tabú. Al pobre cuarteto le han caído todo tipo de etiquetas, regularmente asignadas durante el curso de una corta carrera que, dicho sea de paso, cada vez menos gente se atreve a cuestionar. Con su primer trabajo se les tachó de fenómeno musical adolescente, de productos del boom de Internet. «Favourite Worst Nightmare» (Domino, 2007), siendo segundo disco, no podía acabar de otra manera que con expresiones del tipo “madurez anticipada”, “paso en falso”… Jokes. O eso pensaría Alex Turner cuando se le pasó por la cabeza ir a pedir ayuda al amo y señor del rock desértico para que produjera un «Humbug» (Domino, 2009) que quizás técnicamente no sea su mejor trabajo, pero que un servidor tiene en un pedestal. Y es que a Josh Homme le faltó tiempo para incorporar a la paleta sonora de los británicos esas cadentes líneas de bajo tan tradicionalmente stoners y para aleccionar a un Helders que, por aquel entonces, se hallaba todavía un poco tierno en el arte de la baqueta. Como ya saben, no quedó ahí la cosa, pues un par de años después llegó «Suck it and See» (Domino, 2011), un disco reseñado en esta santa casa, y que describimos en su momento como una notable revisitación al rock clásico de los 60, a los tupés y a las chaqueta de cuero, así como la confirmación definitiva de Turner como uno de los frontmans más talentosos y en forma de la actualidad. El asunto, desde entonces, no ha sido otro que intentar adivinar por donde saldrá el cuarteto con su quinto disco de estudio: «AM» (Domino, 2013).
Y la realidad es que, si normalmente es difícil encontrar fisuras en sus argumentos, para el que escribe resulta todavía más complicado ante este trabajo. Haber vivido durante una temporada en Sheffield quizás no le haga a uno el más objetivo del lugar a la hora de escribir sobre ellos, pero sí que da una idea del verdadero estatus que cuatro adolescentes han conseguido alcanzar en menos de diez años en un país donde la música se vive mucho más que España y donde, por lo tanto, la competencia es mucho más feroz. Y me van a perdonar, pero es que Arctic Monkeys se lo merecen. Uno le da al play y ya de primeras se topa con «Do I Wanna Know» y «R U Mine«, dos pildorazos de poderosas guitarras casi más en la línea de «Humbug» y los temas más ariscos de «Suck It and See«. Esta apertura tan directa no significa, sin embargo, que en «AM» no haya espacio también para esos medios tiempos con los que los Monkeys nos mostraron su nuevo y más pausado registro en su anterior lanzamiento: ahí están «No.1 Party Anthem«, «Mad Sounds» o «I Wanna Be Yours» para corroborarlo. En cualquier caso, y en esto no ha habido dudas en ningún momento, hay dos momentos que sobresalen por encima del resto en este quinto trabajo: «Arabella» y, por supuesto, «Why’d You Only Call Me When You Are High?«. La primera, por esa deliciosa incursión en un blues en la línea de unos Black Keys o Raconteours que, quién sabe, quizás sea el próximo camino que tomen. Y la segunda, simple y llanamente, por ser la canción que más sexual que se haya escrito desde aquella «Make it Wit Chu» de los Queens of the Stone Age. ¿Les parece poco?
«AM« viene a representar, como ya haya podido ser escrito en los dos últimos lanzamientos de Arctic Monkeys, un paso más allá hacia su madurez definitiva. Un álbum notable que mantiene la línea de regularidad de unos chicos que da la sensación que no son capaces de firmar un mal trabajo. Y es que, viendo su carrera desde la perspectiva que nos dan los ocho años que llevan en el mundillo, parece que estuvieran tratando de tocar todos los palos posibles, picoteando ideas de aquí y de allá, preparándose para grabar un álbum -digamos definitivo- en el que seguramente tratarán de aunar todo aquello aprendido durante su trayectoria. Sólo el tiempo lo dirá, pero de momento lo que está claro es que Turner y los suyos todavía no han tocado techo… Y ya van cinco exámenes.