Es curioso considerar el hecho de que hay sentidos de los que nos fiamos mucho más que de otros. Por poner dos ejemplos: la vista y el tacto parecen ser los sentidos definitivos (si vemos y tocamos algo, es la prueba definitiva de su existencia), mientras que el oído siempre es más relativo. Es normal: cuando escuchamos un sonido, es difícil determinar su situación espacial exacta (y, normalmente, múltiples son los factores que nos hacen errar el tiro a la hora de vaticinar este tipo de coordenadas, como ecos o reverberaciones) e incluso es complejo definir su procedencia temporal, ya que a veces escuchamos sonidos que han viajado a través del tiempo con una lentitud propia de un ferrocarril ancestral. Así las cosas, tampoco es de extrañar, entonces, que el oído se haya acabado por asociar a una dimensión espectral… No en vano, el buen cine de terror es el que nos acojona a base de sonidos sutiles.
Todo lo dicho es el punto de partida de David Toop en su «Resonancia Siniestra«, publicado ahora en nuestro país por la editorial Caja Negra. En este tomo, el autor traza una apasionante historia de la escucha partiendo de su carácter fantasmal e inaprensible. Para ello, Toop se basa en el testimonio que de la escucha arrojan los mitos, la literatura, la pintura y la escultura, recurriendo así a la obra de escritores como Melville, Hoffmann, Poe, Joyce, Woolf, Faulkner o Beckett, y también de artistas como Rembrandt, Vermeer, Duchamp, Rauschenberg, Munch, Malévich o Twombly. Y, de esta forma, «Resonancia Siniestra» acaba por convertirse en mucho más que un ensayo sobre la escucha: el libro de David Toop es más bien uno de esos tomos que, una vez ha pasado por tus manos, cambia por completo la forma en la que percibes el mundo.