«El Juego del Otro» debería ser la regla de oro a acatar por cualquier nuevo edcitor que pretenda hacer algo interesante en un panorama en el que el concepto «editorial» está abocado al cambio o a la muerte. Incluso debería servir de inspiración para muchas editoriales clásicas anquilosadas en su modus operandi y en su catálago de dinosaurios… Desde Errata Naturae se han marcado uno de esos libros que deberían pasar a la historia como una propuesta original, arriesgada, estimulante y con el suficiente calado como para echar raíces en cualquiera que se acerque a él como quien se acerca a un tablero de ajedrez: con ganas de jugar. «El Juego del Otro» es una inédita compilación de textos de diversos autores que, al interconectarse, acaban por tejer una apasionante y pegajosa tela de araña en el centro de la cual palpita la juguetona relación entre impostura y escritura. Es este un binomio totémico con una sombra que alcanza tiempos pretéritos pero que, para la ocasión, viste de gala para intentar que en esa sombra que hemos visto mil veces aparezcan detalles, sombras chinescas, que nos revelen una nueva imagen (impostora o no).
Para ello, desde Errata Naturae no podrían haber realizado una mejor selección de autores y, lo que es más interesante, no podrían haberlos distribuido en parejas más fructiferas. «El Juego del Otro» se estructura en base a tres «conversaciones» (y aquí entendamos «conversación» en su amplio rango de acepciones). La primera es la más formal, por mucho que sea la que proviene de dos de los autores menos formales: Enrique Vila-Matas y Jean Echenoz comparten un diálogo escrito que acaba deslizándose por la pendiente de la relatividad hasta el punto de que llegas a dudar si todo lo que cuentan es cierto o es otro ejercicio de difuminación de los límites entre mito y realidad a los que tan adicto es Vila-Matas. En la segunda relación es donde el término «conversación» amplia su campo de actividad con mayor ahínco: Barry Gifford coge el diario de un viaje de Paul Klee a Túnez y lo pone en tela de juicio contra-escribiendo el dietario del que fue uno de sus acompañantes en aquella travesía, August Macke. Con ello, Gifford plasma un caleidoscopio narrativo que plantea la duda de lo verídico de esos diarios que tan alegremente nos tragamos al pie de la letra: ¿no habrá una amplia cuota de mentira en esos cuadernos presuntamente personales escritos con el lector en la cabeza? Por último, lo de Paul Auster y la artista Sophie Calle es mucho más que una conversación o una relación: es un ejercicio de simbiosis que explora las tierras fronterizas que quedan arrasadas por los trasvases entre literatura y realidad. Harta de que sean personas reales las que los escritores utilicen como base de sus personajes, Calle le plantea a Auster (quien se había basado en ella para uno de los caracteres de «Leviatán«) la posibilidad de que él cree un personaje de ficción que ella adaptará a la realidad: se compromete a actuar como ese personaje de ficción durante el tiempo que imponga el autor y a escribir un diario diseccionando el proceso de encarnación.
La acertadísima selección de autores y textos, sin embargo, no sería la mitad de deslumbrante si no fuera por el mimo que se le intuye a Errata Naturae en la edición de «El Juego del Otro«: ya no es sólo que adornen el tomo con profusas fotografías (sobre todo en el tramo de Sophie Calle), sino que, además, cada nueva conversación se ve matizada por los editores por la vía de introducciones esclarecedoras que fortalecen todavía más la tela de araña que van tejiendo los autores participantes. En conjunto, «El Juego del Otro» se erige como una de las mejores ediciones del año: un artefacto explosivo dispuesto a estallar en la cara de los adormilados para recordarles la verdadera razón de ser de las editoriales literarias. Jugar o morir.
[Raül De Tena]