No es difícil entender por qué «Dates» ha sido la serie del verano (o por qué lo ha sido, al menos, hasta la llegada de «Orange Is The New Black«). Ya sabemos que la denominación de origen británica supone un punto cool extra; si, además, añadimos su breve duración, el escaso número de capítulos y el carácter (más o menos) individual de cada entrega, obtenemos un producto en principio ideal para su consumo en estas fechas. Falta, claro, lo más difícil: que esté bien escrito. Porque una serie con tantos puntos a su favor como «Dates«, que muestra tan explícitamente sus virtudes, corre también un gran riesgo: está totalmente expuesta y esa vulnerabilidad extrema puede que hacer que naufrague en cualquier momento.
Pongámonos en situación: «Dates» es una de las últimas propuestas del británico Channel 4 y es obra de Brian Elsley, autor de la reconocida «Skins«. Su estructura es sencilla: cada episodio nos muestra una primera cita entre dos londinenses que se han conocido a través de una web de contactos. Fin, no hay más: 25 minutos de conversación (o folleteo, o locura, o lo que surja) entre dos personajes: la ficción televisiva entregada al arte de la conversación como probablemente no habíamos visto desde «In Treatment«. Supongo que ahora entenderéis a qué me refería cuando hablaba de exposición y vulnerabilidad: la serie se lo juega todo a que sus diálogos funcionen. Si no es así, está muerta.
Por suerte, funcionan. «Dates» tiene muy poco tiempo para contarte una historia, así que debe darse prisa en captar tu atención y lo logra de una manera tan efectiva que hasta parece fácil. Conectas enseguida con la atmósfera de la cita entre Jenny y Christian (episodio 8) y se te escapa su misma risa nerviosa cuando se dan cuenta de lo ridícula que es la exposición de arte que han elegido como lugar de encuentro. Captas al instante la chispa que surge entre Erica y Kate en un episodio, el 4, que es pura sexualidad, que te hace pensar que estás viendo algo así como lo opuesto en todos los sentidos a «Habitación en Roma» (Julio Medem, 2010). Y percibes a la perfección esa extraña sensación de incomodidad, de conversaciones forzadas, de esos primeros encuentros; tienes incluso una cierta sensación de peligro, como en el encuentro de Erica y Callum (episodio 6), que sientes que va a estallar en cualquier momento pero no tienes muy claro por dónde.
Los diálogos eran, pues, lo más difícil (los escasos momentos en que resultan excesivamente guionizados revelan el desastre que podría haber sido una «Dates» mal escrita), pero faltaba rematar la faena. Por ejemplo, escogiendo a un plantel de actores soberbios en sus papeles y (de nuevo, el reto) absolutamente creíbles o empleando una inteligente estructura que recicla algunos personajes, con un puñado de efectos positivos: crea una (pequeña) línea narrativa, escapa del mero «relato de episodios», dota de unidad al conjunto y consigue una sorprendente capacidad para describir una evolución de personajes cuando apenas nos han dado un par de pinceladas de ellos.
Hay, en resumen, muy poco malo que decir de «Dates«: es aguda, inteligente, está rodada con una sobriedad que no renuncia a la elegancia (ese plano del Tower Bridge en el último episodio), resulta sorprendentemente adictiva y además regala el que sin duda es uno de los personajes televisivos del año: la magnética, intrigante y también odiosa Mia que Oona Chaplin interpreta a la perfección (el papel es un regalo, sí, pero también podía ser un caramelo envenenado). Se olvida de pretenciosidades inútiles en las que muy fácilmente podría haber caído y se muestra sorprendentemente honesta, casi incómoda. «Dates» deja con ganas de más, de mucho más, y acaba por ser, contra todo pronóstico, esa serie-acontecimiento que, sí o sí, hay que ver. Aplausos.