Tras veintiún años de historia, se ha dicho de todo sobre el festival Paredes de Coura. Sin perder en ningún momento su aura de evento fundamental, distinguido y característico dentro de la agenda portuguesa, ibérica y europea de directos, a medida que se cerraba cada una de sus ediciones se afirmaba que su siguiente capítulo no estaría a la altura del anterior y que el listón que se colocaba año tras año alcanzaría tal cota que sería imposible de franquear. Pero el certamen courense, sorprendentemente -o no tanto-, se ha ido superando a sí mismo. Los aficionados más veteranos lo negarán, apelando al recuerdo de memorables momentos vividos en él -las actuaciones de PJ Harvey en 2003, Arcade Fire y Pixies en 2005, Morrissey en 2006 o Pulp en 2011- y dando motivos como el continuo decrecimiento de la calidad general de su cartel o la progresiva desaparición del rock a favor del pop y, sobre todo, la electrónica en sus diversas vertientes.
El festival Paredes de Coura, sin embargo, ha roto sus propias limitaciones hasta convertirse en una reunión que va más allá de la cuestión estrictamente musical, un hecho que se ha ido confirmando los últimos años -como en 2011 y 2012– y que, en su episodio de 2013, explotó definitivamente. Contando con el favor de una climatología absolutamente veraniega durante sus cinco días de duración, el marco incomparable de la playa fluvial do Taboão se convirtió en el centro neurálgico de una especie de paraíso en el que la banda sonora celestial la generaban los múltiples y diferenciados grupos y artistas que completaban su amplio pero abarcable cartel. Con todo, hasta que ese momento no comenzaba bien entrada la tarde en el recinto que acogía los dos escenarios –Vodafone y Vodafone FM-, la rutina consistía en dejarse mecer por el ambiente relajado, tranquilo y, a la vez, animado que se respiraba en las frescas orillas del río Coura bajo la sombra de los árboles y los rayos del sol reinante; y, ya de noche, en contemplar entre la claridad del cielo estrellas fugaces y alguna que otra extraña luz en movimiento que haría brincar de alegría al mismísimo Iker Jiménez…
Si el balance final sobre el Vodafone Paredes de Coura 2013 se ciñese a los puntos extramusicales, se podría afirmar que se vivió la mejor edición de su extensa biografía. Estarían de acuerdo con ello la mayoría de los asistentes al festival. ¿Sería posible decir algo similar en cuanto al apartado de conciertos? Dentro de ese mismo público se escucharían infinitas y contratadas opiniones, pero no resultaría descabellado pensar que, quizá, sí, por la forma en que se desarrolló, imponiéndose las sorpresas positivas sobre determinadas situaciones desconcertantes pero fortuitas.
MIÉRCOLES 14 DE AGOSTO
Tradiciones actualizadas
PALCO VODAFONE FM. Como suele ser habitual en el festival Paredes de Coura, la jornada inaugural del certamen se reservó para que diferentes grupos portugueses luciesen sus virtudes y sus variados estilos sobre las tablas. Por ello, los que deseaban ser testigos de los primeros nombres foráneos tuvieron que esperar a que, al día siguiente, los también lusos The Discotexas Band -supercombo que aglutina a varias bandas del sello local Discotexas– abrieran el escenario secundario y finiquitaran su actuación con una proteínica versión del incunable de los 80 “Maniac”. Aunque esa no sea precisamente la década en la que buscan inspiración, Unknown Mortal Orchestra ya tenían el terreno abonado para que su propuesta multiforme creciese con rapidez y firmeza cual habichuela mágica. Reforzados por un juego lumínico absorbente, los mitad estadounidenses y mitad neozelandeses desplegaron en su estreno en Portugal todo su arsenal de ritmos dislocados, giros melódicos y estribillos psicotrópicos repasando sin complejos sus influencias más evidentes (los The Beatles más ácidos en “From The Sun” o el funk-soul añejo en una preciosa “So Good At Being At Trouble”) y las piezas que les permiten encabezar el batallón de la neo-psicodelia junto a Tame Impala y que desarmaron, con su progresión caleidoscópica, a algún espectador desprevenido. Su sonido accedía a los oídos de una manera más nítida, dinámica y lustrosa que en sus discos, lo que multiplicaba los efectos de unas canciones que se estrujaban y estiraban para estallar entre los libérrimos solos de guitarra de su vocalista, Ruban Nielson, y el enorme despliegue físico de su batería, Riley Geare. Por si eso no fuera suficiente, manejaban a su antojo el tempo del set introduciendo al respetable en un verdadero trip repleto de ascensos, descensos, frenazos en seco y acelerones que atravesaban el cerebro sin piedad. Cuando “FFuny FFriends” puso fin a tal viaje, se hacía imposible pensar en un inicio más sorprendente dentro de la sección internacional del cartel del Vodafone Paredes de Coura 2013.
El factor sorpresa no es precisamente el elemento que define la evolución de Alabama Shakes. Su fórmula se basa en esquemas sobados -los derivados del soul, el rhythm and blues y el rock and roll primigenios-, pero la trasladan de tal modo a las tablas que no queda más remedio que rendirse a sus pies. Sobre todo a los de la carismática Brittany Howard, que atrajo la atención del poblado foso de la carpa en cuanto su vozarrón comenzó a desgranar con “Hang Loose” los temas de su disco de debut, “Boys & Girls” (ATO, 2012). Ya fuese acudiendo al tono reposado y profundo del blues, a la agilidad del doo-wop, al nervio del sonido New Orleans o al rock nacido en los 50, el quinteto demostró su capacidad de adaptación a cualquier género dentro de su espectro retro y su solvencia para ejecutarlos a la antigua usanza sin caer en el mero ejercicio revivalista ni perder su halo contemporáneo. La misma Brittany, diva contemporánea del soul-rock, se encargaba de certificarlo cuando descolgaba su guitarra y sostenía con fuerza el micrófono para desnudar su alma a través de las arrebatadoras “Be Mine” o “You Ain’t Alone”. De paso, aportaba razones de sobra para olvidar el hype generado alrededor del grupo el pasado año y creer que Alabama Shakes poseen los mimbres suficientes para que continúen explorando sus raíces musicales con sentido y sensibilidad.
Un proceso similar es el que lleva a cabo Bombino, aunque en su caso basado en el legado de sus antepasados tuareg. Ataviado él mismo y sus compañeros con los ropajes típicos de su pueblo, arrancaron su show entre humos reggae y dub, que se mezclaban con naturalidad con las sonoridades árabes tamizadas por los acordes de sus guitarras eléctricas. Se agradecía que, en un certamen invadido por las convenciones anglosajonas, el choque entre el rock enérgico y las costumbres artísticas del desierto del norte de África rompiera la tónica dominante. Sin embargo, empujado por la viveza de las danzas de su país, el nigerino introdujo sus composiciones en espirales repetitivas de largo minutaje que, más que embelesar, difuminaban la curiosidad de todos aquellos que pretendían seguir su ritual chamánico. Cuando se suponía que el objetivo era difundir estímulos físicos y psíquicos conservando intacto el poso pretérito de su repertorio, Bombino consiguió lo contrario.
Los graves pesados que salían de los platos del dj barcelonés Headbirds ayudaron a disipar la sensación de relativa decepción que había quedado suspendida en el palco Vodafone FM. En su set cupieron desde tributos a la electrónica de baile de los 90 a chispazos de tech-house elegante pero incisivo, pasando por cortes de funky-house de nueva hornada. Todo ello hilvanado con unas mezclas ágiles y alejadas de las técnicas estándar que favorecieron que la sesión se cerrase entre beats quebradizos y reptantes, lo suficientemente pausados para empezar a imaginarse cómo avanzaría la jornada siguiente; a nivel global, la más destacada del festival.