El primer impulso es criticar (e insultar un poco). Siempre. No cabe ningún tipo de duda. Ante una trayectoria como la de These New Puritans, es comprensible que muchos no puedan evitar alzar una ceja en señal de recelo e incluso de descreímiento… Se presentaron en sociedad con un disco, «Beat Pyramid» (Domino, 2008), que hizo dudar a todo el mundo de lo pertinente de haberles encasquetado la etiqueta de nu-grave: aquel género era una tontada para moderniquis, y el post-punk dancero y rotundo de aquel trabajo demostraba que los gemelos Barnett y su séquito debían ser tomados mucho más en serio que el resto de hypes de aquella hornada. Las sospechas fueron confirmadas por el sublime «Hidden» (Domino, 2010), que viene a ser el más que gráfico choque a alta velocidad entre dos cuerpos tan antagónicos como el pop-rock moderniqui y las bandas sonoras para películas silentes del expresionismo alemán. Algo así como el Cronenberg de «Crash» dándose de bruces contra el Murnau de «Nosferatu«. Aquel cambio (¿o evolución?) ya provocó que muchos abrieran la boca para criticar (e insultar un poco), pero lo magnánimo del disco consiguió cerrar esas bocas antes de que lanzaran cualquier improperio.
Ahora, a tenor del lanzamiento del tercer álbum de These New Puritans, parece un poco más improbable que los Barnett consigan callar bocas antes de que estas critiquen (e insulten un mucho). Y es que, donde «Hidden» apostaba por la ráfaga de metralleta ultrasónica para dejar a quien escucha sin ningún tipo de capacidad de reacción, «Field of Reeds» (Infectious, 2013) prefiere las armas biológicas que tardan horas, días, semanas en ir extendiéndose en forma de pandemia. El tercer álbum de Jack Barnett y compañía pone todas las fichas de sus apuestas en las casillas de los espacios abiertos, de la languidez temporal y de la atonía emocional. Aquí ya no hay ni rastro de Cronenberg ni de Murnau, tampoco de ningún choque ni de ninguna intención de impacto inmediato sobre el que escucha. Si de referencias cinematográficas hablamos, «Field of Reeds» más bien oposita para ser la banda sonora del último «The Turin Horse» de Béla Tarr exhibido en bucle en el espacio oscuro de una caverna en la que resuenan vientos de tragedia. Y, en vez de choques e impactos, los nuevos These New Puritans recrean ese juego infantil en el que intentas descubrir cómo acariciar a alguien manteniendo la mano lo más alejada posible de su piel.
No es un juego fácil igual que «Field of Reeds» no es un álbum fácil: huye por completo de la tentación de tender lazos de facilidad a los que pueda amarrarse quien escucha. Y, sobre todo, se planta delante de tí con una prerrogativa bien clara: es un álbum que necesita tiempo (real) y espacio (mental). Si lo escuchas mientras tu atención está dividida en otras tareas, lo más normal será que te pasen por alto detalles tan sutiles como la colaboración con Adrian Peacock (conocido por ser el cantante con un tono de voz más bajo en toda Inglaterra) o la locura transitoria que llevó a Jack Barnett a emplear horas y horas del proceso creativo en eliminar cuantas más consonantes posibles en cada una de las frases de sus canciones (consiguiendo así un efecto hipnótico y mesmerizante en el que el contenido acaba siendo menos relevante que el continente: lo más parecido al pictograma que podrá conseguir nunca la música). Para aquellos que se dejen llevar por su déficit de atención, sin embargo, también hay micro-ráfagas destinadas a traer de vuelta al oyente, tal y como las aportaciones de Elisa Rodrigues (cantante de jazz portuguesa), alguna que otra ráfaga de furiosa batería que puede recordar a «Hidden» (como la de «The Light of Your Name«) e incluso algún efecto sonoro como copas que se rompen.
Son recursos, sin embargo, que quedan enmascarados sutilmente bajo la orquestación sinfónica ordenadísima y espaciosa sobre la que se sustentan todas las canciones de «Field of Reeds«. Aquí sigue habiendo drama, pero no dramatismo. Sigue habiendo oscuridad, pero no hay maquillaje para hacer que las caras parezcan más pálidas y con más ojeras. Sigue habiendo narración, pero más bien a la velocidad de un film antinarrativo oriental y no a la vertiginosidad videoclipera de un blockbuster. Los Barnett han decidido perseguir las mismas metas de «Hidden«, pero sin necesidad de recurrir a efectos especiales baratos ni inmediatos. Y eso, evidentemente, tendrá un efecto indeseado: esta vez, jugando a la lentitud, no tendrán tiempo de cerrar bocas antes de que critiquen (e incluso insulten). Pero aquellos que se queden con la boca abierta desde un buen principio, está claro que van a mantener la postura durante mucho tiempo.