Seamos sinceros: las nuevas generaciones es más que probable que no lleguen a escribir una carta en su vida. De hecho, la generación que ahora tenemos en torno a treinta años, ya crecimos viendo el formato epistolar como algo puramente romántico destinado a caer en el desuso absoluto arrollado por la hegemonía del correo electrónico. Y, aun así, ¿no sigue siendo un formato precioso? ¿El epítome de «piensa antes de hablar» (también antes de escribir)? Será por eso que el género epistolar, por mucho que la carta ya no se utilice, sigue siendo un caramelito dulce y delicioso al que pocos lectores son capaces de decir que no. Será por nostalgia o será porque en una carta de hace cien años siempre habrá más literatura que en toda la base de datos de Gmail, pero la cuestión es que si te plantan delante un libro como «Ante el Espejo» de Veniamín Kaverin, publicado en nuestro país por la editorial Automática, es inevitable que dejes lo que estés haciendo y te pongas inmediatamente a leer.
Y es que, como en todo buen libro epistolar con base real, «Ante el Espejo» es un candoroso retrato no sólo de las dos personas que se intercambiaron las cartas aquí presentes, sino también de la sociedad de la época. Vamos de lo concreto a lo general… Las dos personas que se intercambian cartas son la pintora rusa exiliada Lidia Nikanórova y el matemático soviético Pável Bezsónov (de hecho, fue este último el que le dio Kaverin las cartas de la primera para que las utilizara como base del libro). Pero a través de ellos somos testigos de los cambios profundos de Rusia y Europa durante las décadas de los años 20 y 30, coincidiendo también con el caldo bullicioso de las vanguardias artísticas (por estas páginas circulan nombres ilustres como Artimov, Tsvietáieva, Goncharova, Shchukin y muchos más). Lo más probable es que, una vez acabes de leer «Ante el Espejo«, tengas unas ganas tremendas de escribirte cartas con alguien. Nosotros ya te hemos avisado.