De un tiempo a esta parte, una de las aficiones de cierto cine ha sido mostrarse descontento con el final del relato clásico y preguntarse qué pasa después del habitual final feliz. Las primeras damnificadas han sido, evidentemente, las historias de amor: ¿qué pasa después de que la princesa y el príncipe superen todos los obstáculos y por fin se reúnan para ser felices y comer perdices? Y, sobre todo, ¿qué pasa si las perdices se les atragantan y la salsa con la que la han bañado es más amarga que dulce? Desde el enfoque satírico de clásicos como «La Guerra de los Rose» hasta films más recientes como «Blue Valentine» o «Keep The Lights On«, estos films se han especializado en escrutar cruelmente la descomposición del sueño de un romance. Pero el cine no sólo vive de romances (aunque en los despachos de Hollywood parezcan pensar lo contrario), así que no es de extrañar que Olvier Assayas haya decidido aplicar este cuestionamiento del final feliz a un paradigma muy diferente (o no): la revolución.
«Después de Mayo» es un film que parte de las memorias del propio Assayas al respecto de mayo del 68, momento histórico determinante para Francia -y, por extensión, para el resto del mundo- que suele usarse como punto de inflexión y transición desde unos valores clásicos hacia unos ideales morales más libres. Muy probablemente debido al carácter mítico de mayo del 68, las aproximaciones habituales a estos acontecimientos suelen ser desde la fascinación y un inquebrantable idealismo. Por eso sorprende que Olivier Assayas se salte de un plumazo la teoría revolucionaria y huya del ombliguismo inmovilista y estético ensimismado en sus propias palabras tan propio de cierta vertiente de la Nouvelle Vague (¿una colleja a «La Chinoise» de Godard?): para visiones idealistas de la revolución vista por la nueva ola francesa ya existe «Soñadores«. La intención de Assayas, sin embargo, opera en las antípodas de la obra de Bernardo Bertolucci.
El film arranca con los sucesos de mayo del 68 como un puñetazo en la boca del estómago: todo ocurre rápido, pero también es cierto que en esta escena la cámara va pegada a un grupo de estudiantes que finalmente acaba escondiéndose de la policía y esperando a que pase lo peor. No hay explicaciones de cómo hemos llegado hasta ahí porque, básicamente, «Después de Mayo» no va a intentar explicar esta revolución, sino su disolución. Si la anterior obra del director, «Carlos«, se dividía en tres actos que seguían el nacimiento, auge y caída de un terrorista / héroe, en esta ocasión Assayas prefiere saltarse el primer acto y dirigirse directamente al clímax del segundo (la revolución) para, una vez ventilado, dedicarse el cuerpo de la película a explorar la decadencia en la que caen los ideales de los cuatro protagonistas.
Tras mayo del 68, los cuatro chicos nadan por igual en las peligrosas aguas del hirviente caldo post-revolucionario (sublime resulta la escena de las pintadas nocturnas en puro silencio y con una tensión in crescendo utilizando como palanca el sonido de los sprays), pero lo cierto es que a partir del momento en el que sus actividades contestatarias acaban transgrediendo la moral (dejando en coma a un guardia), cada uno de los cuatro protagonistas parece seguir un camino diferente: Laure (Carole Combes) se ve desgarrada entre las fauces de la psicotropía hedonista, Alain (Felix Armand) queda desamparado y perdido en medio de los valores hippies, Christine (Lola Créton) acaba perpetuando la debilidad del rol femenino para facilitar que su pareja masculina se dedique al cien por cien a la revolución, y Gilles (Clément Métayer) va viendo cómo los ideales revolucionarios tienen cada vez menos importancia en su vida hasta que, finalmente, se niega a participar en un acto terrorista. ¿Traición total? ¿O salvación primigenia?
En los tiempos de crisis que corren, lo más normal sería abordar mayo del 68 como espejo en el que mirar el presente, como espoleta para llamar a una nueva revolución. Pero la intención de Assayas no podría estar más lejos de ello. «Después de Mayo» incluso queda lejos de la voluntad historicista -casi enciclopédica- de «Carlos«: es esto más bien un retrato emocional de un período vital de Assayas en el que acabó dejando la revolución a un lado. Algunos dirán que esta es una opción pesimista y que pesimismo es lo que nos sobra a día de hoy: mostrar que la revolución no sirve de nada porque no sólo nunca se consigue lo que se quiere, sino porque incluso acabas fagocitado por la sensación de traición a unos valores que un día defendiste y que hoy no te importan. Y lo dicho sería verdad si no fuera por el personaje de Gilles, alter ego del mismo director, quien poco a poco va cerrándose sobre sí mismo y entregándose en cuerpo y alma al cine como epítome del escapismo. Ahí queda esa bellísima escena en la que Gilles pasea por el set de rodaje de una pura serie B con dragones y submarinos para caminar hacia el fondo del plano y desaparecer poco a poco. Al fin y al cabo, esto es lo que nos ha estado narrando desde el principio «Después de Mayo«: no el fin de la revolución, sino el principio del amor al cine.